“Pa’ que otros vayan mamando…”

El poder suele influir de modo muy fuerte en la vida de quienes lo ejercen o habitan en sus inmediaciones. Hasta puede transformarse en un vicio del que es muy difícil escapar.  Mario Alarcón MuñizEspecial La transitoriedad del poder es uno de los pilares de la democracia, pero no es común que así se lo entienda.El gobierno central anunció días pasados el cronograma electoral. En agosto del año próximo se realizarán las elecciones primarias de presidente, vice y legisladores nacionales y dos meses después las generales. En Entre Ríos no se han definido aún las fechas de los comicios provinciales que pueden anteceder a los nacionales. De cualquier manera falta tiempo. Es prematuro hablar de candidaturas. Sin embargo, ya hay nombres en carrera. Los de siempreHan comenzado a circular algunos nombres de quienes quieren quedarse. Otros intentarán volver. Abundan los que aspiran a cambiar de función. Se trata, claro está, de reiteraciones. No hay cambios, salvo algunos pocos que ensayarán sus posibilidades por primera vez. Así es el juego de la democracia y es menester aceptarlo porque en definitiva el que decide es el pueblo y su dictamen es inapelable. No hay lugar a reclamos.De todos modos no escapa al conocimiento general que, salvo contadas excepciones, desde la recuperación de la democracia los argentinos y por supuesto los entrerrianos, andamos dando vueltas en torno de los mismos nombres. Y esto tarde o temprano puede afectar el sistema.La reacción provocada por la crisis de 2001 acuñó la consigna "que se vayan todos". No pasó de una expresión de circunstancias o manifestación de bronca ante un momento angustioso de la vida nacional, idea impracticable además. Lo cierto es que se quedaron todos. O casi todos. Y algunos regresaron.Si intentamos desentrañar por qué suceden estas cosas, nos encontramos a primera vista con una reducida cantidad de dirigentes políticos actuantes en la Argentina. No hay renovación porque no abundan los ciudadanos dispuestos a asumir funciones públicas. La dictadura militar logró dos de sus objetivos: privar a nuestro país de futuros dirigentes  mediante su asesinato o desaparición y cerrar a la juventud de entonces las puertas de la participación política. La mediocridad que advertimos en el presente es fruto de esa acción siniestra. Renovación complicadaEl resultado está a la vista: en la actualidad, los que pueden no quieren. Y si alguno se aventura, encuentra múltiples dificultades de todo orden porque carece de pericia para moverse y crecer en un ambiente de sospechas, desconfianzas, miradas de soslayo, agravios, denuncias, cuando no zancadillas y traiciones. Entonces se vuelve a su casa. Si alguna vez leyó a Platón y se compenetró de la idea de servir a los demás desde la política con austeridad y desprendimiento, demostrando ser el último de todos a la hora de las retribuciones materiales, su desencanto no tendrá medida.Es así. Lo observamos a cada paso, con mayor notoriedad al aproximarse las elecciones. En los partidos con posibilidades de acceder al poder o lograr representaciones, la renovación es un concepto casi extraterrestre. Las candidaturas se repiten o cambian de ubicación. Hace 26 años y medio recuperamos la democracia. Hace 26 años y medio damos vueltas en torno de los mismos nombres. Unos cuantos han vivido todo ese tiempo colgados del presupuesto, cambiando de funciones, de arriba para abajo, de este costado al otro. De intendente a diputado, de diputado a senador, de senador a intendente y así decenas de variantes si añadimos las múltiples funciones de subsecretario, director, jefe de algo, asesor, lo que sea. La cuestión es continuar en el poder o habitando muy cerca. La democracia es otra cosa, mucho más profunda y abarcativa.Algún día entenderán a Platón. Y si fuere muy difícil esta aspiración, me conformo con que entiendan el mensaje simple, directo y popular del poeta santafesino Julio Migno: "Tienen que largar la teta / pa' que otros vayan mamando".