POR LUIS CASTILLO
Palabra, política y comunicación

Aristóteles se refería a la oratoria como un arte. Debe escogerse el lenguaje adecuado ―decía―, el tono, el manejo de las pausas y los silencios; saber lo que se quiere transmitir y, a partir de allí, construir argumentos válidos, conmovedores y persuasivos.
Por Luis Castillo* La comunicación y la política han estado íntimamente vinculadas al desarrollo histórico de la humanidad y esto es así ya la política tiene su origen mismo en el ser humano y su proceso de socialización; el ser humano es un ser social y, como tal, vive y convive con otras personas. Por eso, desde la mismísima época de las cavernas y a partir del primer núcleo social que fue la familia y la tribu después, la necesidad de dirigir, organizar o, en otras palabras, de liderar ese grupo humano, debía estar a cargo de alguien. Un jefe. Un líder. Alguien que gobernara. Estas tribus o comunidades organizadas fueron creciendo en población y complejidad, de modo que gobernar a toda esa sociedad se fue convirtiendo en algo cada vez más complejo, ya que, a la muerte del gobernante, no pocas veces se desencadenaban guerras para definir al sucesor. Así, surgen las dinastías y los linajes, con los cuales el jefe del clan o tribu, antes de morir, designaba su sucesor, generalmente su primogénito. Hace aproximadamente 9.000 años, nacen las primeras ciudades, y entonces las dinastías se convierten en monarquías, en donde el poder comienza a ser ejercido por un rey o monarca; estas sociedades pasan a ser llamadas Estados, algunos de los cuales, al expandir su poderío a otras regiones, se convirtieron en imperios. La gran transformación en la política se produce en Grecia, donde nace nada menos que la democracia, lo que implicaba que el gobierno no era ejercido por un rey o jefe sino por un consejo elegido entre los ciudadanos. Tras la caída de los imperios romano y griego, la democracia cayó prácticamente en el olvido y las personas con poder político y militar conformaron una nueva clase: la nobleza, la cual perduró hasta el siglo XVII en que nace otra clase social: la burguesía, la cual, al no estar de acuerdo con el poderío de la nobleza, reclama el derecho de oportunidades para todos los hombres (no todas las mujeres). Esta inconformidad dio lugar a la Revolución Francesa con sus consignas de igualdad, libertad y fraternidad, lo cual hizo renacer el concepto de democracia en el mundo Occidental. Las ideas que dieron origen a la revolución se plasmaron en libros que sirvieron de referencia en otras latitudes dentro y fuera de la convulsionada Europa y sembró el germen de las futuras revueltas libertarias en América. Pero a esas ideas, además, había que defenderlas con la palabra y así, los discursos, las arengas, las disertaciones, fueron generando adhesiones a lo que en un momento parecía un sueño inalcanzable pero que terminó plasmándose en un grito de libertad no exento de sacrificios, de sangre y de muerte. Nos parece oportuno, en este momento, destacar la figura de un curiosamente olvidado patriota de nuestra revolución. Juan José Castelli, uno de los protagonistas de los sucesos de mayo y conocido como “El orador de la revolución”, fama que obtuvo a partir de su alegato en el Cabildo abierto de 1810. Fue vocal en la Primera Junta del 25 de mayo y acompañó sin dudarlo las primeras medidas más radicales de esta. Fue, junto a Mariano Moreno, uno de los principales impulsores de la radicalización del autogobierno decidido a avanzar en la autonomía del cuerpo político recién creado. “No reconozco en el virrey ni en sus secuaces representación alguna para negociar la suerte de los pueblos cuyo destino no depende sino de su libre consentimiento, y por esto me creo obligado a conjurar a esas Provincias para que en uso de sus naturales derechos expongan su voluntad y decidan libremente el partido que toman en este asunto que tanto interesa a todo americano” exclamaría en la proclama de Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811 marcada por un programa de reformas sociales de abolición del tributo e igualitarias hacia los pueblos originarios. Ahora bien, mito o realidad, a todo político ―con razón o sin ella― se le presumen habilidades lingüísticas. Y es que, la verdad sea dicha, en otros tiempos no se concebía un político sin dotes oratorias, sin elocuencia, sin el dominio de la retórica necesaria para persuadir a su audiencia; sino, solo basta con recordar a figuras como Alfredo Palacios, perteneciente al Partido Socialista y que fuera diputado, senador y candidato a presidente, quien pronunciaba discursos que enardecían a los oyentes, en especial a los jóvenes. Es recordado como ejemplo de oratoria el inolvidable discurso pronunciado en mayo de 1904, en ocasión de la represión policial que sufrieron los obreros el primero de mayo de ese año. O Lisandro de La Torre, del Partido Demócrata Progresista, y célebre, entre otras tantas razones, por su discurso en el Senado de la nación cuestionando el monopolio del comercio de las carnes, vinculados al capital inglés y que casi le costó la vida: “Estoy solo enfrente de una coalición formidable de intereses, estoy solo enfrente de empresas capitalistas que se cuentan entre las más poderosas de la tierra, estoy solo enfrente de un gobierno cuya mediocridad en presencia del problema ganadero asombra y entristece...''. No podemos dejar de mencionar en esta brevísima enumeración a Juan D. Perón de quien, entre los innumerables magníficos discursos podemos destacar el que acaso fuera el último: "Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino...” y por supuesto, a Raúl Alfonsín, quien nos enseñó a vibrar con las palabras del Preámbulo de la Constitución Argentina. Hoy, quizás preocupen menos los aspectos formales de un discurso político, pero, aun así, siempre es preferible aquel que está expresado con claridad y contención a aquel que transmite confusión o exceso. El lenguaje político ―como todo lenguaje―, puede utilizarse de diferentes modos: con destreza, corrección, precisión, respeto y profusión léxica o de un modo torpe, negligente, ambiguo, despectivo o, lisa y llanamente, pobre; inclusive, no pocas veces, con ánimo insultante, lo cual, naturalmente, no propicia el diálogo, el entendimiento y la concordia, sino que, por el contrario, obstaculiza la consecución de cualquiera de estos objetivos, pilares básicos de la convivencia. Hoy, la comunicación en general y la política en particular, está atravesada por los medios (recordemos que Juan D. Perón supo utilizar espectacularmente la radiofonía, verdadera revolución comunicacional de la época); en la sociedad actual, los medios de comunicación de masas son decisivos en la formación de la opinión pública la cual ―a su vez― condiciona no pocas veces la decisión política. La política hoy es, sobre todo, política mediática. Ahora bien, la comunicación de masas está siendo transformada por la acción de Internet y la Web 2.0, así como por la comunicación inalámbrica. Como refiere Manuel Castells: “La emergencia de la auto-comunicación de masa des-intermedia a los medios y abre el abanico de influencias en el campo de la comunicación, permitiendo una mayor intervención de los ciudadanos, lo cual ayuda a los movimientos sociales y a las políticas alternativas. Pero al mismo tiempo también las empresas, los gobiernos, los políticos intervienen en el espacio de Internet. De ahí que las tendencias sociales contradictorias se expresan por uno y otro lado tanto en los medios de comunicación de masas como en los nuevos medios de comunicación. De esta forma, el poder se decide cada vez más en un espacio de comunicación multimodal. En nuestra sociedad, el poder es el poder de la comunicación”. Ahora bien, a la luz de estas nuevas posibilidades tecnológicas que permiten múltiples alternativas de comunicación entre gobernantes y gobernados, era esperable que ello redundara en el fortalecimiento de la vida en democracia. Sin embargo, esto no ha tenido una consecuencia tan lineal y no pocas veces muchos políticos continúan monologando frente a una ciudadanía que los escucha y observa sin motivarse y sin llegar nunca a una verdadera comunicación, base de la convivencia democrática. Como expresa Adriana Amado: “Cuando los políticos prescinden del contralor de la prensa, inventando un relato que responde más a las expectativas de la opinión pública que a la realidad, suelen caer en la demagogia. Y si bien el mensaje propagandístico puede ser atractivo en algún momento entra en crisis cuando su propuesta se desfasa de la realidad y termina generando la desconfianza creciente que registran los gobiernos ni bien llegan al poder” Que el mundo ha cambiado y sigue haciéndolo, no caben dudas. Que haya en política quienes aún no se han dado cuenta de esto, tampoco. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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