Poder y enfermedad, tortuosa relación
El episodio cardiológico que sufrió el presidente Mauricio Macri, que capturó la atención de la opinión pública, puso de manifiesto una vez más la difícil asociación que existe entre el poder y la enfermedad. El viernes el mandatario debió hacerse chequeos a causa de una arritmia. Se internó en la Clínica Olivos por una fibrilación auricular cardíaca, según el parte médico.Esta dolencia no compromete la vida de Macri, aclaró el médico cardiólogo Simón Salzberg, aunque la aconsejaron reposo activo durante el fin de semana para evitar situaciones estresantes.La primera lectura que surge del hecho es que el presidente ha empezado a "somatizar" (soma: cuerpo) la presión asociada al ejercicio del poder. El estrés al que está sometido por el cargo produce en él importante desgaste físico y también psíquico."Todas nuestras emociones se inscriben al nivel del cuerpo", asegura el psiquiatra y escritor Boris Cyrulnik, al dar a entender que la mente enferma al cuerpo.El ritmo cardíaco de Macri se perturbó probablemente por la hiperactividad presidencial y acaso por la "mala sangre" que se suele hacer todo aquel que tiene altas responsabilidades y que se frustra porque las cosas no salen como quiere.El periodista Carlos Pagni sostuvo que la dolencia específica del presidente se enmarcaría en el contexto de que su gobierno está liderando dos transiciones: la de una economía subsidiada a otra competitiva y la de un orden político hegemónico-autoritario a otro pluralista.A esto se suma, dice, cierta disfuncionalidad ligada al esquema de toma de decisiones del gobierno, que tanto en lo político como en lo económico necesitan del visto bueno del presidente."Macri se ha convertido en al árbitro de todas las decisiones, lo que significa una carga impresionante de trabajo. Se entienden las arritmias", diagnostica el columnista del diario 'La Nación'.Se diría que todos los Jefes de Estado son víctimas del ejercicio de la función. Los impactos políticos del cargo se miden en dolencias físicas y psíquicas de distinta naturaleza.El doctor en psicología clínica José Buendía, autor de libros como "Estrés y psicopatología" o "Más allá del poder y la muerte" explica que una persona sometida continuamente a un alto estrés es un enfermo potencial "casi de cualquier cosa".Es decir, que un exceso de estrés provoca que allá donde un individuo es más vulnerable germinen las enfermedades. Nadie duda de que los jefes de gobierno tienen un alto grado de estrés y a lo largo de la historia esto les ha pasado factura a muchos de ellos.La casuística en este campo, por otro lado, indica que las dolencias son diversas. Por ejemplo, se ha estudiado que algunos líderes son víctimas de un trastorno mental asociado al poder: el síndrome de Hubris.Esa patología toma su nombre del teatro de la Grecia antigua y alude particularmente a la gente que roba escena. Y en la actualidad alude a un orgullo o confianza exagerada en sí mimo.Quien padece de este trastorno vive en un mundo paralelo en el que se considera el centro del mundo. Los políticos que caen en esta patología se despegan de la realidad, se sienten por encima de todos, creen que nadie los comprende, y desarrollan cierta paranoia.Son los que "se la creen" con el poder. Básicamente narcisistas, proclives a "delirios de grandeza", imaginan que lo que piensan es lo único correcto, mientras que los que opinan los demás no.
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