EL CRIPTOMUNDO
Poderoso caballero Don dinero
Sin dudas que es una suposición distópica, pero, si alguien me hubiera preguntado en mi infancia qué era una criptomoneda, hubiera respondido, sin dudarlo, la que usaba Superman antes de venir a la Tierra.
Por Luis Castillo*
Cuando un día cualquiera en una incierta época difícilmente definible comenzamos a vivir en sociedad, empezamos también no solo a descubrir sino a desear lo que tenía el otro. O la otra. Del mismo modo, nos dábamos cuenta de que lo que poseíamos nosotros podía llegar a ser objeto del deseo de alguien más. Para resolver dicha cuestión solo había ―y hay, para qué negarlo― solo dos caminos, intercambiar algo de lo mío por lo que es del otro… o bien por la fuerza. De esto podemos inferir ―quizás casi temerariamente― que el comercio y la guerra nacieron de un modo casi simultáneo.
Eso que describimos y que no es otra cosa que el trueque, sirvió durante muchísimo tiempo para el intercambio de bienes materiales o de servicios por otros objetos o servicios. Con lo que acá surge el concepto de que no solo los objetos materiales podían ser intercambiables sino también los servicios, es decir, la mano de obra. Surgen entonces dos conceptos que deben tenerse en cuenta en esta breve reseña, hablamos de trueque y no de compraventa ya que, por ese entonces, no existía aun el dinero para intermediar como representante del valor en la transacción; por otro lado, el “contrato” mediante el cual dos personas acceden a un trueque se denomina: permuta.
El problema surgía si lo que alguna de las partes no necesitaba era lo único que el otro tenía para ofrecer, entonces apareció el dinero, que venía a representar un instrumento general de cambio y, para ello, se utilizó desde la sal (de ahí el término “salario”) hasta piedras preciosas, metales considerados valiosos o especias. Hasta que los imperios comenzaron a acuñar monedas. Para ubicarnos cronológicamente, recordemos que esto que relatamos sucedió varios siglos antes de nuestra era y sirvió, además, para satisfacer los egos de los monarcas que veían sus rostros inmortalizados en metales que presumían eternos. Los billetes, por su parte, debieron esperar hasta que los chinos decidieran comenzar a utilizarlos recién en el siglo IX y no fue sino hasta los siglos XVI o XVII que irrumpieron en Europa, particularmente en Inglaterra.
Más acá en el tiempo, entrado ya el siglo XIX, surgió el concepto de “patrón oro” lo cual significaba que el dinero (moneda o billete) en circulación estaba respaldado por el mismo valor de estos en oro, el cual estaba al celoso resguardo de infranqueables cajas fuertes. Solo podía circular dinero que tuviera el “respaldo” de lo que cada país cobijaba en oro. Pero esto duró apenas hasta terminada la Primera guerra mundial, en 1918, en donde aparece un nuevo concepto: el dinero fiduciario. ¿Qué es eso? Respaldo basado en la fe. En la confianza. ¿En qué o en quién se confía a la hora de emitir dinero? En la riqueza teórica que tiene ese país emisor. Basado en ese concepto básico, con la riqueza potencial que tiene nuestro país el respaldo fiduciario debería ser fenomenal. Sabemos que eso no es así ya que, naturalmente ninguna ciencia es lineal y mucho menos las ciencias económicas.
En la práctica, el dinero fiduciario se inició en la era Nixon, en 1971, donde desapareció el patrón oro y en su lugar se colocó al dólar. En definitiva, desde entonces, el Banco Central de cada nación pasó a ser la entidad encargada de emitir, regular y custodiar el valor de la moneda de su país.
Hoy, sabemos, el dinero físico ―el billete, la moneda― va siendo rápidamente desplazado por el dinero digital. Ese que no vemos, no tocamos, no contamos, el que utilizamos mediante tarjetas de crédito, de débito, las trasferencias bancarias, las llamadas billeteras electrónicas (o los monederos electrónicos, en evidente búsqueda de la memoria emocional de los mayores) y que fueron reemplazando aceleradamente a la billetera de cuero o a los monederos “de antaño”.
Pero ¿eso es dinero? Preguntará, asombrado, algún nostálgico. Revisemos las características que debe tener un elemento para ser considerado un medio de cambio, es decir, dinero. Debe ser durable (de allí que los alimentos o especias que se usaron debieron ser reemplazados dados su corta vida útil), transportable (un camello podía ser útil para un trueque pero no para acumular y transportar esa riqueza), divisible (debe poder dividirse en unidades más pequeñas con facilidad para que puedan adquirirse cosas o servicios de bajo costo), homogéneo (cualquier unidad del dinero debe tener un valor exactamente igual al de las demás) y de emisión controlada (básicamente para controlar la falsificación). Entonces, sí, todo esto que mencionamos y lo que seguirá en esta breve revisión, es dinero.
Ahora bien, debo confesar que, cuando yo era niño, Kriptón era el planeta en donde nació Superman y lo único que podía matarlo era la Kriptonita. Eso, me llevó a investigar y descubrir con asombro de niño que “Krypto” significaba escondido (o más específicamente cubierto o escondido debajo de otra cosa). Y, era natural, el hombre de acero se escondía debajo de una apariencia humana. Y traigo esto a colación porque no pude ocultar mi sorpresa cuando hace algunos años (más precisamente en 2009) vi aparecer y luego crecer de modo inimaginable esa palabra cuyo prefijo me remontaba a la infancia: criptomonedas. ¿Qué es, o, mejor dicho, qué son las criptomonedas? Una afirmación que no las define, pero las caracteriza, dice: "Las monedas virtuales, tal vez más notablemente el Bitcoin, han capturado la imaginación de algunos, han causado temor entre otros y han confundido al resto de nosotros". Y es que es una de esas tantas cosas de las que casi todo el mundo habla o ha escuchado hablar y casi nadie sabe bien de qué se trata. ¿Podremos explicarla en unas pocas líneas? Intentémoslo. Una criptomoneda es una moneda digital o virtual de alto nivel de seguridad (ya que utiliza la criptografía para eso) y que, como cualquier moneda, puede ser intercambiada, pero ―y esta es su mayor virtud y al mismo tiempo su talón de Aquiles, según como se mire― se encuentran fuera del control de cualquier gobierno o institución financiera o bancaria. Hablábamos antes de dinero fiduciario, de fe y confianza. Acá, lo vemos en su máxima expresión. La gente ―o mucha gente, no generalicemos― ya no cree ni en sus gobiernos y muchos menos en los bancos o las financieras como garantes de su dinero, ¿por qué no creer entonces en la tecnología? En las mas de 8000 versiones de criptomonedas actuales (el Bitcoin fue la primera y más conocida), en ningún caso intervienen los bancos. Toda transacción es de persona a persona sin regulación financiera ni cobro de comisión por la misma. No dependen de la suerte que corra la economía de un país ya que es un mercado global, mundial. Para la variación de su precio intervienen diferencias entre la oferta y la demanda digital. Pero, siempre hay un pero, al no haber una intervención bancaria tampoco hay un respaldo financiero, lo cual significa que ante algún tipo de inconveniente no hay reintegros ni reembolsos. Al ser algo global, anónimo y sin regulaciones, hay quienes piensan que es una manera de blanquear dinero de dudosa procedencia ya que es imposible rastrear o embargar, no obstante, sabemos que desde hace mucho tiempo se blanquea dinero sucio sin necesidad de apelar a las criptomonedas; solo como dato anecdótico, podemos decir que Monero es el nombre de la moneda virtual con el mayor nivel de anonimato y privacidad que existe (solo por hoy, claro, todo es temporario) por lo que es la moneda más utilizada en el mercado negro de internet, y una de las más utilizadas para el blanqueo de capitales.
Alguien podría preguntar ―y todo el derecho tiene― qué pasaría si por esas cosas de la tecnología un día cualquiera las computadoras no pudieran funcionar y ya los billetes fueran el lejano recuerdo de alguna época que nos hiciera sentir casi filatelistas, ¿qué pasaría, digo, si todo el dinero virtual se esfumara en solo un parpadeo de pantallas? Quizás mucho, quizás nada, pero lo que sí es seguro, es que volveríamos al trueque. Que tan malo no debe haber sido si duró tantos siglos, ¿no le parece?
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”