Política: más allá del voto y del recuento
Mientras la corrupción y el clientelismo sigan siendo el principal hábito de la clase política doméstica, cualquier reforma tendiente a "modernizar" el proceso electoral será irrelevante. Cierto ilusionismo legislativo pretende instalar la idea de que el problema político argentino obedece a cuestiones procedimentales. Como si el mejor método electoral fuese la panacea o tuviese la virtud de producir por sí mismo "la" reforma política que el país espera. Por supuesto que es un retroceso que se manipule el sistema electoral, que se utilicen por ejemplo viejas e indeseables prácticas como el "voto en cadena" y el robo de boletas. Pero no hay que perder de vista que el mecanismo del sistema electoral es un aspecto instrumental de la democracia. La mejora de este dispositivo no debe ser vendida, por tanto, como una verdadera reforma política. En las democracias las elecciones son normales y, naturalmente deseables. Y un presupuesto cívico elemental es que los comicios sean transparentes y limpios. Ahora bien, los sistemas de votación no resuelven los problemas políticos de una sociedad, que se originan más bien en comportamientos, valores y creencias. La corrupción, por ejemplo, es un problema político mayúsculo, no de sistema electoral, aunque el fraude en las urnas sea expresión de una práctica corrupta. Así, es tan importante que los políticos no roben como que no hagan trampas en las elecciones. Es conveniente tener presente esto a partir de la discusión que se abrió en el Congreso alrededor de la reforma política y electoral. No es la primera vez que, ante la emergencia de un nuevo gobierno, se hable de "transparencia, equidad y modernización" del proceso de elecciones. Invariablemente ha sido la manera de conjurar el hartazgo ciudadano con la política, la falta de confianza en las instituciones y en los líderes. Pero mientras se suceden los cambios instrumentales en el plano electoral, la película de la corrupción y el clientelismo político, dos males endémicos de la dirigencia criolla, nunca se acaba. Aunque es importante que se avance en mejoras del sistema electoral, para evitar distorsiones a la voluntad de los electores, hay que pensar que la reforma política que espera la sociedad Argentina va mucho más allá. Si la orgía de corrupción al erario público no para, la democracia nativa, por más que se perfeccionen sus medios electorales, seguirá siendo un muestrario de lo peor de la política. La figura de corrupción no existe como tal en el Código Penal argentino porque se trata de un concepto que engloba a múltiples delitos contra la administración pública. Los más conocidos son: cohecho, o pago de sobornos; dádiva, o entrega de regalos; tráfico de influencias, que castiga al que utiliza indebidamente su posición o contactos para presionar a un funcionario público; malversación de fondos públicos, que penaliza a funcionarios que den un uso distinto al previsto a los presupuestos estatales; enriquecimiento ilícito, que incluye figuras tales como el uso de información privilegiada para beneficio personal. Que los políticos paguen sus fechorías con la cárcel y que además devuelvan lo robado parece ser la única reforma política verdadera hoy en la Argentina, si se quiere que la democracia recupere algún significado ético y no sea engullida por el nihilismo político.
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