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Por qué los rituales de la suerte siguen tan presentes en nuestra cultura argentina
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Creer o reventar, dice el refrán. En Argentina, parece que preferimos creer. Desde tocar madera hasta usar amuletos, los rituales de la buena suerte, conocidos popularmente como cábalas, siguen siendo parte integral de nuestra vida cotidiana. Pero ¿por qué, en pleno 2025, seguimos aferrándonos a esas costumbres supersticiosas?
Cábalas cotidianas, costumbres de la suerte en el día a día
Las cábalas forman parte del folclore argentino y atraviesan generaciones. ¿Qué es una cábala? Pues un ritual o acción que alguien realiza con la esperanza de atraer la buena suerte o evitar la mala. Lo hacemos muchas veces sin explicación lógica, simplemente "por las dudas". De hecho, en Argentina estas prácticas están arraigadas en el día a día, donde abundan estos gestos:
● No pasar la sal de mano en mano: si alguien te la pide, mejor dejar el salero sobre la mesa. Se dice que pasarlo directamente trae discusiones o mala suerte. Hasta los más escépticos lo evitan sin darse cuenta.
● Tocar madera: ante un comentario que podría "yeta" (gafar) un resultado deseado, solemos decir "tocá madera" mientras tocamos cualquier objeto de madera. Creemos que así espantamos la mala suerte y evitamos que ocurra algo indeseado.
● Martes 13, ni te cases ni te embarques: viejo refrán que seguimos al pie de la letra. Hay quien directamente evita cualquier decisión importante ese día, por si acaso.
● La cinta roja contra la envidia: Ese hilo rojo que llevan muchos bebés y algunos adultos es casi un clásico. Según la creencia, protege del mal de ojo y la envidia ajena. De hecho, seis de cada diez argentinos aseguran que el mal de ojo existe.
● No dejar la cartera en el suelo: “cartera en el suelo, dinero que vuela”, dice el dicho. Muchas personas evitan dejar el bolso o la billetera en el suelo, porque temen que así el dinero “se escape” y venga la mala suerte financiera. Es una creencia aprendida en casa de madres a hijas y muy presente en nuestra cultura.
Raíces culturales, un cóctel muy argentino
¿Por qué en Argentina estas creencias tuvieron tanto arraigo? Una razón está en nuestra historia y mezcla cultural. Argentina recibió grandes olas de inmigración de distintos orígenes: italianos, españoles, árabes, judíos, gitanos, entre otros. Cada comunidad trajo sus propias tradiciones y supersticiones, las cuales se entrelazaron con las costumbres criollas locales y con los rituales de los pueblos originarios. El resultado fue un rico sincretismo cultural, donde elementos de fe religiosa conviven armoniosamente con la magia popular.
Por eso, en Argentina puedes ver a alguien encender una vela a San Cayetano el mismo día que le deja una botella de agua a la Difunta Correa en un altar rutero. O brindar con caña y ruda el 1º de agosto “para espantar los males del invierno”.
Las cábalas en los deportes
Si hay un terreno donde las cábalas se viven con intensidad en Argentina, es el deporte, particularmente el fútbol. No hay hincha argentino que no tenga su pequeño ritual antes de un partido importante. Y si el equipo gana, ¡ni se te ocurra cambiarlo!
Carlos Bilardo fue el rey de las cábalas. Llegó a no cambiarse de ropa interior mientras la selección ganaba en el Mundial del 86. Pero no fue el único. En Qatar 2022, los jugadores de la Scaloneta también tuvieron sus manías. De Paul, Paredes y Papu Gómez comían los mismos caramelos antes de cada partido; Messi tomaba mate con los mismos compañeros; y las partidas de truco se repetían con los mismos equipos, casi como un acto sagrado. Cuando algo funciona, ¡no se cambia!
Los aficionados tampoco se quedan atrás. Ropa, comida, posición en el sofá, compañía… todo se repetía porque funcionaba. Durante aquel Mundial, Twitter e Instagram se llenaron de historias de gente que compartía sus cábalas, desde preparar siempre la misma picada hasta poner el mismo mantel “de la suerte”. Hasta los que seguían los partidos desde Betsson Provincia de Buenos Aires, mantuvieron sus propios rituales antes de jugarse una predicción, como usar la misma camiseta, sentarse en el mismo lugar o hacer la apuesta justo a la misma hora, como si esos gestos pudieran inclinar la suerte a su favor.
Al final del día, ¿sirvieron de algo todas estas manías? Quizás en términos prácticos no alteraron la habilidad de Messi ni los planteos tácticos. Pero en lo emocional y cultural, sirvieron muchísimo porque mantuvieron alta la moral, unieron a la gente en un objetivo común y nos dieron historias entrañables que ahora forman parte de la leyenda.
La suerte también juega
Las cábalas no son monopolio de la vida doméstica o del deporte. También están muy presentes en el mundo del juego y las apuestas. Argentina tiene una larga tradición lúdica con loterías, quinielas, casinos físicos y ahora plataformas en línea. En todos esos ámbitos, la suerte es la protagonista, y con ella vienen toda clase de rituales.
En la clásica quiniela, el famoso libro de los sueños sigue estando presente. Cada número representa algo… el 13, la yeta; el 17, la desgracia; el 48, “el muerto que habla”. Si sueñas con algo, seguro hay un número que le corresponde, y mucha gente juega convencida de que el sueño es una señal del destino.
En los casinos tradicionales abundan los rituales. Hay jugadores que colocan su amuleto favorito al lado de la ruleta o de la máquina tragaperras. Otros que siempre van vestidos del mismo color o que soplan los dados antes de lanzarlos. Algunos tocan madera discretamente bajo la mesa en plena partida si las cosas se ponen tensas. Lo más curioso es que esto también se traslada al casino online. Siempre hay quien pone su talismán junto al teclado o hace click cerrando los ojos y cruzando los dedos, igual que lo haría frente a una máquina física. También hay quienes confiesan que, antes de empezar una partida en el juego de casino Joker Jewels, colocan su amuleto al lado del teclado o repiten una frase de buena suerte. Algunos dicen que sólo juegan en determinado horario “porque a esa hora siempre ganan”. Puede sonar irracional, pero sin superstición, el juego perdería parte de su magia.