La sociedad que no valora a sus ancianos está enferma. Por Abel Lemiñalasaludenmovimiento@hotmail.com La vida es un ciclo, que de no mediar algún evento que lo trunque antes de tiempo, tiene una gestación, un crecimiento, una juventud, una adultez, una madurez y la etapa de la vejez.Lamentablemente en las últimas décadas se ha devaluado socialmente la imagen del anciano, del viejo, palabra que hasta tomó un tono despectivo, lo que representa una injusticia incomprensible.Esta sociedad actual parece no tener en cuenta el mérito, el honor que es llegar a viejo, y que detrás de esa palabra no hay algo feo, sino alguien digno, que tuvo la dicha de vivir años, muchos, y que atravesando historias, tristes o felices, es merecedora del respeto de todos.Hace décadas, yendo a La Plata existía el Parque de la Ancianidad, y nosotros, los jóvenes, no pensábamos que era un lugar lúgubre, sino de naturaleza y paz, semejante a la serenidad de un abuelo.Luego se le dio el nombre de Parque Pereyra Iraola y lo de Ancianidad quedó en un vago recuerdo, como este que traigo hoy acá.Hace tres décadas, una película argentina, llamada "La guerra del cerdo" por primera vez mostraba odio hacia los ancianos, siendo tal vez la antesala o el preanuncio de lo que hoy lamentablemente se vive y aunque parezca una exageración, se los maltrata con el pensamiento y con la palabra.Se ha logrado hacerlos sentir un estorbo, cuando antes, se los admiraba y la organización social tenía un sentido más patriarcal, donde incluso eran considerados por su vasta experiencia, fuente de conocimiento y por ende dignos de ser escuchados.Relegarlos al olvido social es empujarlos a la enfermedad que significa tener baja la autoestima, sentirse merecedores del rincón de la intrascendencia o de la molestia, que es peor aún, es un pecado imperdonable para este, nuestro tiempo consumista, materialista e insensible, porque no querer al anciano es no amar, es burda insensibilidad.Quizás todos deberíamos llegar a viejos para darnos cuenta el daño que les hacemos, porque al sentirlo en carne propia tal vez aprenderíamos la lección.Como no se puede salir de ese estigmatizar la vejez con algo gris, se ha intentado cambiarle de nombre, poniéndole un maquillaje al error u horror de pensar así. Tercera edad, gerontes, ahora adultos mayores, por eso el día primero de octubre se celebró el día internacional de los adultos mayores, que no es ni más ni menos que el día de la vejez, como era antes y como debería seguir siendo, porque anciano o viejo son términos envueltos en la ternura de los años, en los volúmenes de historia de vivencias y familia, de recuerdos y de amores vividos y algunos ya idos. El ser viejo es un lujo, es la joya de la vida que necesita el cuidado que alguna vez nos dieron cuando nosotros éramos chicos.Hoy son los viejos, los hermosos viejos, los que miran con tristeza cómo estamos enfermos de materialismo y sin embargo ellos, con magras jubilaciones son capaces de sonreír, de acariciar al nieto, de seguir pensando en familia y tienen el derecho de seguir llamando "muchachos", a los compañeros del club de jubilados, de bochas, de truco, de baile, de teatro.Recuerdo aquel hermoso Parque de la Ancianidad, tan hermoso y natural como la ancianidad misma. Si recapacitamos y volvemos a darle sentido a la vida, a la vejez, será el antídoto para tanta enfermedad social que lastima y hiere injustamente a los ancianos.