Para aquellos padres que afrontarán su primera Navidad sin la presencia física de sus hijos. Por Dr. Juan Carlos Bianchi (*) La calle tiene un clima distinto, la gente se atarea preparando las celebraciones.Papá Noel está plantado en las vidrieras, cerca de un árbol navideño, al lado de un turrón, junto a un rollo de papel para envolver regalos y a tarjetas que auguran felicidad a sus destinatarios.Se escucha un villancico, la vida continúa...- ¿Qué sucede?, ¿Ignoran nuestro dolor?, ¿No saben que este año nosotros no tenemos nada, nada que celebrar?No te enojes, no te sientas impotente, no te montes en tu bronca; simplemente ellos tienen la fortuna de no conocer la dolorosa experiencia que nosotros compartimos.Respetan nuestra pena, pero ya la tienen olvidada o quizá no saben a ciencia cierta qué hacer para ayudarnos.El camino del duelo está poblado de primeras veces, y en vísperas de estas fechas navideñas debes tomar una difícil decisión: Cómo y con quién pasarlo.Tal vez tu impulso inicial sea aislarte, meterte en un pozo, buscar pastillas que te permitan dormir las fiestas y despertar en enero. Eso y la experiencia de los que tienen duelos más lejanos lo pueden corroborar, pero no le ha servido a nadie.Debes afrontar y tratar de superar tu dolor solitario. Si no lo haces, no podrás dejar atrás esta primera vez, y el almanaque, implacable, en doce meses volverá a plantearte esta difícil pregunta.No postergues, alguna vez deberás dejar el pozo y salir de él. No te dejes manejar por tu ansiedad, ese sentimiento que nos invade en las vísperas de los acontecimientos difíciles y nos hace llenarlos de expectativas catastróficas.Sólo los que habéis vivido ésto, comprendéis de lo que estoy hablando. Desde la propia experienciaHace casi cuatro años, cuando tal vez vosotros preparabais con alegría la fiesta, yo afrontaba mi primer fin de año sin mi hijo.Estaba en un pozo similar al tuyo, o en el mismo pozo.Me hubiera gustado tanto recibir una carta de apoyo, de compañía; me hubiera ayudado a no sentir esa soledad de mi dolor. Por eso quiero escribirte.Tal vez el año próximo, cuando saliendo de tu protagonismo aflore tu necesidad de dar, te surja el impulso de escribir una carta similar para nuevos compañeros que lamentablemente conoceremos. Compañeros que hoy estarán quizá preparando alegremente sus fiestas.Otra vez llegará la Nochebuena. Nos une la dolorosa complicidad y también una firme intención: ponernos de pié de nuevo, elevarnos sobre el sufrimiento de haber tenido que enterrar tantos sueños y proyectos albergados en los cuerpos aún tiernos de nuestros hijos. Un contacto que no se pierdeOtra vez me dolerá tu ausencia. Otra vez extrañaré tu abrazo... tu compañía, tu mirada dulce y tu risa franca.Muchos pensarán que, aunque hayan pasado varios años que extraño lo mismo, el dolor se ha ido mitigando, y quizás ahora me quede sólo un vago y cariñoso recuerdo.¡Podrán pensar así los muchos que tienen la dicha de no haber perdido tanto! Pero no aquellos padres a los que convoca el mismo dolor.Estoy seguro de ello. Llevamos desde aquel día una segunda piel, hecha de tristezas y de nostalgias, que nos acompañará mientras vivamos.Por eso me duele y me seguirá doliendo tu ausencia, no importa cuánto haya trascurrido.Sabré disimularlo. Con el tiempo he aprendido también a usar esa otra piel. La piel del disimulo, para no apenar a la gente. Quizá los más perspicaces puedan leer el dolor en mis ojos. Pero la mayoría no se dará cuenta, ya no lo recuerdan.Esa noche, en lo profundo de mi alma... quizá me ría, quizá llore, quizá las dos cosas.Lo haré en silencio, sin que nadie se de cuenta y al amanecer cuando todos descansen de la fiesta y el alboroto... te acercaré una flor!Será la excusa para estar un rato a solas contigo. Como estábamos antes, como estaremos siempre...Ese es el rato para el "nosotros" que a nadie le incumbe y que tanto necesito.Ya lo ves, la vida continúa y en este tiempo circular, los ciclos se repiten...Ya comienza la fiesta, la ajena algarabía... Alzo mi copa, te miro a los ojos, brindo contigo en el silencio del corazón... (*) Carlos J. Bianchi
es médico psiquiatra y psicoterapeuta desde comienzo de la década del sesenta. La muerte repentina de uno de sus hijos acaecida en 1990 lo ha volcado a integrarse a los grupos de autoayuda "Renacer".Para cooperar con entidades de la misma índole fue invitado a Colombia. Allí participó en la creación de los grupos "Lazos". Dictó seminarios en Santa Fe de Bogotá, Cali y Barranquilla. En la actualidad acompaña profesionalmente a quienes atraviesan estas dolorosas vivencias, aportando su comprensión y su apoyo desde su importante formación teórica y su propia experiencia frente al duelo. APUNTECuando un papá llega al grupo, viene con toda su carga de angustia y sufrimiento buscando respuestas a lo inexplicable. Nosotros no las tenemos; pero somos todos espejos y nos vemos inmediatamente reflejados y nace, casi sin quererlo, una corriente de amor y solidaridad que nos hace olvidar de nosotros mismos para pensar en los demás.Tomando a ese papá de la mano, tratamos de contenerlo y acompañarlo para enseñarle que compartiendo ese dolor, éste se va a ir diluyendo. No importa la forma de la partida del hijo, la edad que tenía al partir ni el tiempo que transcurrió desde esa partida; nos manejamos todos con el mismo lenguaje: el del AMOR.Aprendemos que hoy podemos llorar juntos y mañana compartir alegrías y que no todos tenemos el mismo tiempo para elaborar el duelo y que este aprendizaje produce un profundo respeto por el otro. Mirándonos a los ojos comprendemos que no somos dueños del dolor. Dejamos de sentirnos protagonistas y podemos pensar en el dolor de los demás.Tratamos juntos que ese dolor tan intenso que tenemos no maneje nuestra existencia y aprendemos a aceptar a la muerte como parte de la vida. Intentamos en grupo descubrir todos los mensajes que nos dejaron nuestros hijos, en especial desde el AMOR, y aprendemos a compartirlo. Buscamos crecer espiritualmente para trascender el dolor y seguir con dignidad el camino que nos falta recorrer.Y en la esperanza, en la posibilidad de un nuevo sendero y en el encuentro con una vida nueva; en la mano que se tiende, en el abrazo que cobija y la palabra que consuela, en la acción que fortalece y en todo un cúmulo de hermanos semejantes que comprenden, que ayudan, que sufren exactamente lo mismo, de repente...
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