República testimonial
Pese a que su ordenamiento constitucional proclama la división republicana de poderes, Argentina tiende a la suma del poder público, a la concentración ilimitada de poder.Se diría que el espíritu de la Constitución de 1853 no ha cuajado entre nosotros. Dicho ordenamiento empalma con la tradición del constitucionalismo occidental, en favor de las garantías individuales contra el poder omnímodo de los gobernantes.El proceso constitucional inglés, que se fraguó en los siglos XVII y XVIII, los escritos de Montesquieu y los constituyentes norteamericanos de 1787, son hitos en esa dirección.De esta tradición salió la división de poderes. Desde allí se imaginó y se llevó a la práctica, así, un sistema de controles y contrapesos entre los poderes, que también fue trasladado a la mayoría de las instituciones modernas. Nuestro anti-republicanismo se nutre de dos tradiciones: el fascismo y la izquierda. Las dos, aunque se presenten antagónicas, participan de la misma ideología totalitaria. Por eso ambas tienden a endiosar, más allá de los matices, la voluntad de algún jefe mandón.El fascismo, entre nosotros, ha inoculado su autoritarismo en buena parte de la elite dirigente, en los llamados partidos populares, o en facciones militaristas (esencialmente golpistas). Nuestros izquierdistas o progresistas, enemigos declarados de las "democracias burguesas", han avalado por su lado las experiencias totalitarias del siglo XX, como el stalinismo.Siempre han suspirado por las botas y las dictaduras latinoamericanas, cuando son de signo comunista o socialista. No importa si el mandamás es Fidel Castro o Hugo Chávez.Nada debe sorprender, por tanto, que la mentada división de poderes en Argentina se parezca a esas candidaturas testimoniales que inventó en su momento el kirchnerismo.El país vive en un constitucionalismo virtual. No es republicano -por que la división de poderes está lesionada- ni es representativo -porque la distancia entre los políticos y la sociedad es cada vez mayor- ni es federal -porque aquí manda la chequera unitaria-. En el fondo, el pensamiento constitucional republicano piensa que lo importante no es el gobierno de turno, sino el imperio de la ley. Con arreglo a lo cual debe dividirse el poder a fin de que ninguna institución política se vuelva monopólica.El pensador francés Montesquieu (1689-1755), en su famoso tratado El Espíritu de las Leyes, decía: "Cuando en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistrados el poder legislativo está unido al poder ejecutivo, no hay libertad".Y esto "porque se puede temer que el mismo monarca o el mismo senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas tiránicamente". Por otro lado, "tampoco hay libertad si el poder de juzgar no está separado del poder ejecutivo y legislativo"."Si está unido al poder legislativo -aclara Montesquieu-, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez sería legislador".Concluye el pensador francés: "Todo estaría perdido si el mismo hombre, o el mismo cuerpo de los principales o nobles, o del pueblo, ejerciera esos tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los orígenes o las diferencias entre los particulares".La cultura política argentina está lejos de este espíritu republicano. Por eso acá los ciudadanos han devenido en súbditos y el poder está investido de atributos omnímodos.Prosperan así, vanguardias iluminadas y líderes pretendidamente carismáticos, que se envalentonan con proyectos hegemónicos. Así funciona la República testimonial.
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