Retractarse, un giro a la veracidad
Rectificar lo que se había afirmado o desdecirse de ello, aceptando de esta manera que se estaba equivocado, es un acto que recuerda que los seres humanos no somos infalibles.En tiempos arrogantes como los que vivimos hoy, donde nadie quiere "perder" en una discusión, donde es más importante imponer la propia postura aunque sea falsa, la retractación es un gesto inusual.Declarar expresamente que uno no mantiene lo que antes había dicho o prometido es algo que va contra la presunción y la altivez de los que siempre se creen los "dueños de la verdad".Nadie da "el brazo a torcer" porque eso, en una sociedad donde prima la sensación de infalibilidad, sería un signo de debilidad imperdonable, o simplemente un acto de humillación.La voluntad de poder, por tanto, estaría por encima de la voluntad de verdad. Haberse equivocado y luego querer reparar ese error retrocediendo sobre la postura asumida ('retractus' en latín significa 'retroceder') desentona con la condición suprema de sujetos que se creen dioses."De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado -se quejaba amargamente José Ortega y Gasset-, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la tierra es la de los hombres veraces".Y añadía: "Yo he buscado en torno, con mirada suplicante de náufrago los hombres a quienes importase la verdad, la pura verdad, lo que las cosas son por sí mismas, y apenas he hallado alguno".El filósofo español decía que abundaban "gentes a quienes no interesa ver el mundo como él es, dispuestas sólo a usar de las cosas como les conviene".Y a juzgar por el artículo de Nora Bär, publicado en el diario La Nación, también la conveniencia hace estragos entre los científicos, de quienes sin embargo se espera un culto a la verdad de los hechos.Allí se documenta que ante el número de errores y de fraudes, la ciencia se ve más forzada a retractarse, una tendencia que en el mundo académico científico se observa en el procedimiento de retirar publicaciones o realizar rectificaciones públicas.La imagen del científico como un ser impoluto está dejando paso, apunta Bär, "a un personaje movido por intereses y emociones tan humanas como las del resto de los mortales".Los hombres de ciencia suelen someter sus investigaciones al juicio de sus pares en una revista especializada. Esos artículos, que hacen las veces de cartas de identidad del científico, son el camino a la promoción.Pero pueden ser también un camino al olvido si en ellos se descubre un error, un método mal empleado, una estadística equivocada. Cuando esto sucede la ética profesional obliga a informar y publicar el error."El problema grave, gravísimo, es cuando no se trata de errores, sino de falsedades, truchadas, datos fabricados o plagiados", aclara el académico científico Diego Colombek.El periodista científico Ivan Oransky, que fundó el blog Retractation Watch, para traer a primar plano estos casos, opina que "la ciencia debe corregirse a sí misma"."Si la ciencia no habla de sus faltas, lo harán sus enemigos. La verdad siempre aparece, y si simplemente ocultamos los errores y las faltas, no tendemos credibilidad", sostuvo.Rectificar lo que se había afirmado, en suma, repara la falta cometida contra la verdad. Al tiempo que nos hace más veraces, nos purifica del falso orgullo y de la insolencia, dos vicios que nos conduce a ser tercos y obstinados en el error.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios