Seguir o no el favor de la opinión pública
Los seres humanos somos sensibles a la opinión ajena, y acaso no haya mayor desgracia que sufrir el desprecio social. ¿Qué decir de aquellos que pretenden capturar el favor del público?El deseo de ser reconocidos probablemente sea una de las razones que explica por qué los seres humanos interactuar entre sí. La sensible naturaleza social de la humanidad la expresó alguna vez la Madre Teresa de Calcuta.En 1979 sostuvo: "La peor enfermedad no es la lepra o la tuberculosis, sino la sensación de no ser respetado por nadie, de no ser querido, de ser abandonado por todos".Se sabe, por lo demás, la importancia que tiene para un político ganarse el favor de la mayoría de la población. Esto en un sistema democrático, donde el voto popular decide quién llega al poder y quién no.¿Quiere decir eso que ese aspirante a los lugares de conducción del Estado debe seguir siempre la corriente de la opinión pública? La expresión 'vox pópuli, vox Dei' ('la voz del pueblo es la voz de Dios'), sugiere que sí.¿Pero acaso el pueblo no se equivoca? ¿No puede querer hoy algo que a la larga lo perjudicará? ¿No es la función del político, justamente, por tratarse de alguien que mira más allá, señalarle su equivocación?El tema, como se ve, es espinoso. Si es cierto que las mayorías electorales -que reflejarían el sentir profundo de una sociedad (vox Dei)- nunca se equivocan, ¿cómo entender la legitimación social de regímenes ominosos (Hitler y el nazismo, por caso)?Pero a la vez no se puede gobernar teniendo en contra a la opinión pública, entendida como pensamiento dominante en una sociedad.Una respetable tradición, que en Occidente hunde sus raíces en la moral tradicional cristiana, elogia al político "testimonial", que sería aquel que está dispuesto a quedarse solo a causa de sus convicciones.Al opinar de manera diferente a como lo hace la multitud, incluso contra ella, dicho sujeto virtualmente se autoexcluye de la lucha por el poder.¿Qué político querría perder el favor de sus votantes -sin el cual objetivamente quedaría fuera de la carrera pública-, argumentando que estos últimos yerran?El compromiso con la propia conciencia tendría un alto precio. La fidelidad a sus propias ideas lo llevaría indefectiblemente a una especie de ostracismo político.La Iglesia Católica, al respecto, pone como modelo de político cristiano a Tomás Moro (1478-1535), el canciller inglés que fue decapitado por negarse, por cuestiones de conciencia, a reconocer el matrimonio de Enrique VIII con Ana Bolena.En las democracias actuales, las decapitaciones simbólicas las produce la opinión pública, cuando el político cae en desgracia ante ella. Por eso hoy la tendencia es sintonizar con esta fuerza.La perspectiva político-electoral suele ser el criterio dominante a la hora de asumir opciones de valor. El político exitoso es aquel que mejor refleja "lo que opina la gente", parece sugerir el marketing en este ámbito.¿El modelo de dirigente es aquel, por tanto, que dice lo que la "gente" quiere escuchar (aunque él incluso crea todo lo contrario)? ¿El que está dispuesto, además, a hacer cuanto la mayoría le pida?El filosofo alemán Friedrich Hegel (1770-1831), para quien lo que ocurre en la historia es cuanto "debe" ocurrir, era partidario de subirse a la ola de la opinión pública. "El que es capaz de expresar lo que dice su tiempo y de realizar lo que éste desea es el gran hombre de la época", escribió.
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