Siento náuseas
La fábrica de pasta de celulosa instalada en Fray Bentos ha comenzado a dar señales que está en marcha, no por su impresionante producción de materia prima, sino por los olores y manchas que clavan un puñal al ecosistema. Por Abel Lemiña Hace aproximadamente siete años, exactamente el sábado 18 de mayo de 2002, en La Salud en Movimiento versión radial, se denunciaba la posible instalación de una fábrica de pasta de celulosa en Fray Bentos, sobre el Río Uruguay. En ese momento se hablaba de ENCE, una empresa de capitales españoles.Se mencionó el no cumplimiento del Tratado del Río Uruguay, firmado por Uruguay y Argentina en 1975, al instalar en forma unilateral una fábrica de estas características, y se remarcó lo contaminante de este tipo de industria.Luego apareció otra empresa, la finlandesa Botnia, que se propuso hacer la fábrica más grande y la de mayor capacidad productiva de pasta de celulosa del mundo. Vale aclarar que no es fábrica de papel, sino de la pasta que es materia prima para que Finlandia haga el trabajo limpio y el contaminante los de acá.ENCE se fue de esta zona, algo es algo, quedando el proyecto finlandés que hoy está en funcionamiento a pesar de todas las quejas presentadas, petitorios, marchas, manifestaciones por acá y por allá, pero el marketing primermundista sabe los puntos donde tocar y poco le importa decir, desdecirse, mentir, o tapar los baches con la artistada publicitaria que quiere ocultar los efectos directos y colaterales de esas industrias sucias. Estas industrias, que en 1984 el entonces secretario del Banco Mundial, Lawrence Sommers, propuso traerlas para estos pagos pobres, de indemnizaciones baratas, coimas fáciles, leyes ambientales blandas o inexistentes.Dentro de unos meses el Tribunal Internacional de La Haya dará su dictamen por la denuncia Argentina contra Uruguay por haber instalado ilegalmente la “pastera” en aguas binacionales, no cumpliendo con el Tratado del Río Uruguay.“Veremos, veremos, después lo sabremos” decía aquel juego infantil, pero este no es un juego, es una disputa de adultos, con una población que duda incluso de la justicia internacional, ante tantos ejemplos de trampas hechas en los últimos años por los monstruos económicos internacionales en complicidad con los dueños circunstanciales del poder de éstos, nuestros débiles países.Que quede bien en claro que no se debe perder de vista que el primer problema es la instalación ilegal de la fábrica, luego por supuesto, la contaminación del agua, del aire y otros efectos nocivos sobre el ecosistema, por más que usen, según BOTNIA, la mejor tecnología.En esta región, donde vivimos miles de personas que tomamos agua de los ríos, que pescamos y nadamos en ellos, que respiramos este aire, tiene prioridad la naturaleza sobre la mejor tecnología y a eso apostamos como sociedad, y las bases de ese pensamiento están en cierto modo en aquel Tratado firmado por ambos países e 1975.Hace unos días un olor nauseabundo invadió nuestra ciudad, entró en su casa, en la mía y pocas semanas después, sobre el río, cercana a la pastera, apareció una mancha gigante como nunca se vio, descripta como algas blancas, y que sus muestras están en estudio. Olores y manchas que antes de BOTNIA no había, y que la empresa quiere minimizar, pero con una alta dosis de hipocresía le clavan una puñalada al medio ambiente y dicen que no es así, yo no fui, nos piden que nos quedemos tranquilos, que no pasa nada.Parecen esos jugadores de fútbol que le “parten” la rodilla a un rival, y aunque lo vemos por televisión, en directo, en colores, en cámara lenta, hipócritamente levantan las manos diciendo “no lo toqué, no le hice nada”.Esperemos que el árbitro, en este caso no de fútbol, sino el de La Haya, le saque la tarjeta roja a este elegante, arrogante contaminador, que nos cree inferiores, débiles y baratos.El olor descomponía, la mancha sobre el Río de los Pájaros revolvía el estómago de bronca, pero el verdadero y mayor origen de las náuseas está en esta historia corrupta, manipulada y amparada por un poder mundial que por insaciables apetencias económicas, sacrifica e ignora a los pueblos, árboles, pájaros, ríos, suelo y aire.Tengo náuseas, aunque hoy no haya olor a ácido sulfúrico, sino por ver tanta inconducta humana y ver la mancha, la del río y la otra que surge al pensar que el bolsillo de unos pocos es más importante que la salud de la gente y del ecosistema de toda una región, la nuestra, donde vivimos, respiramos, bebemos agua y pensamos en las generaciones venideras.
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