Solo contra el mundo
En la vida cotidiana es normal que una persona tenga diferencias y hasta llegue a enemistarse con uno o más semejantes. A todos nos ha ocurrido por distintas causas. Ahora bien, si esa persona no se entiende con nadie y se pelea con cuanto mortal pasa por la vereda de su casa, conviene en principio una consulta al psicólogo. Después se verá.Por Mario Alarcón Muñiz Especial para El Día Algo parecido puede suceder con los gobiernos. Es natural que existan diferencias de criterio con otros sectores de la vida nacional frente a los más diversos problemas planteados a diario. Esta situación genera debates que abren la puerta a un intercambio de ideas y propuestas encaminadas a encontrar soluciones. Es el método más aconsejado por los expertos y de rigurosa actualidad en la política moderna porque trasunta una buena salud democrática.Un enemigo por semanaA contraluz de lo señalado, puede ocurrir que un gobierno opte por cerrar el debate y agarrarse a trompadas con todo el que no piense igual. Nada de discusiones. Menos aún de diálogo. "El que no está conmigo me detesta; entonces debo destruirlo." Tal posición revela un peligroso maniqueísmo y deriva en enfrentamientos, cancelando por lo general toda posibilidad de entenderse y consensuar.Un repaso de la actualidad permite observar que al gobierno nacional no le queda mucha gente con quien pelearse. Cada semana aparece un enemigo nuevo. No entiendo muy bien a qué conduce esta estrategia de confrontar con todo el mundo y presentarse como víctima de todas las cuestiones complicadas que a diario se plantean, pero es así. Lo indica la realidad.Desde ya el gobierno está no sólo enfrentado sino enemistado con la oposición. En casi quince meses no ha reconocido que ésta lo derrotó en las elecciones del año pasado. Por lo general en cualquier país (no hablemos de Europa, sino de nuestra América criolla) una situación de esa índole impulsa al acercamiento de las partes. Aquí ha sido al revés.No hace falta recordar el conflicto de hace dos años con el campo, para nada superado e inclusive ahondado en ciertas circunstancias. Todos conocemos los cruces con el cardenal Bergoglio extendidos luego al resto de la Iglesia. Ni hablar de los constantes ataques del gobierno al periodismo independiente a partir de Clarín, su grupo, La Nación, Papel Prensa y todo lo que se ha difundido al respecto. No hay posibilidad de disenso. El que no aplaude es enemigo. Con mayor razón si cuestiona.A principios de mes tomaron estado público las diferencias con la dirigencia industrial luego del llamado de ésta a un clima de diálogo y consenso. A tal punto se manifestó el distanciamiento que la Presidenta celebró el día de la industria en una entidad con mayoría de comerciantes.Lo que faltabaEl clima de inseguridad reinante en nuestro país habilitó al gobierno a cargar contra la Justicia acusándola de mano blanda. Se ahondó la diferencia tras la orden de la Corte Suprema, al cabo de un largo juicio, de reponer en el gobierno de Santa Cruz a un funcionario exonerado por Kirchner. Aparecieron entonces expresiones insólitas, como "golpe de Estado" o "invasión a la provincia" a raíz de una mera cuestión administrativa.Como es reducido el margen de bronca que le resta, la Presidenta la emprendió el martes pasado contra la clase media a la que -menos mal- confesó pertenecer. Recurrió en esa oportunidad al arcaico lenguaje de la Argentina dividida y enfrentada (ricos-pobres, morochos-blancos, cabecitas negras-oligarcas, alpargatas-libros), sin advertir la negatividad de esa recuperación del resentimiento y la desconfianza de unos y otros que tanto daño produjeron a los argentinos hasta concluir en la feroz dictadura militarMientras tanto la mojadura de oreja del ex presidente al gobernador Scioli y la declaración de exiliado político con todas las garantías que ello supone, en defensa de un ciudadano chileno cuya extradición había aprobado la Corte, no hacen más que sumar episodios extraños al confuso territorio de la confrontación.Dentro de ese panorama Aníbal Fernández está en su salsa y disfruta dándole aire a su lengua suelta. Todavía no entendió que no es el cantinero del club, sino el jefe del gabinete nacional.
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