POR LUIS CASTILLO
Sonría, lo estamos filmando

George Orwell, en el libro "1984" describe una sociedad en la que la libertad individual no existe, el Estado controla todo, incluso el pensamiento, pero eso sí, la seguridad está garantizada. La del régimen, claro.
Por Luis Castillo* Hace ya muchos años, el antropólogo Bronisław Malinowski se refirió a las 7 necesidades básicas del ser humano. Además de comer, beber, dormir, debía satisfacerse la necesidad de tener seguridad. En un mundo de amenazas potenciales permanentes tanto por parte de la naturaleza misma como de otras personas o circunstancias, queremos seguridad. La necesitamos. Ahora bien, Durkheim, padre de la sociología, distingue entre los requerimientos necesarios para que un organismo se mantenga vivo, al tiempo que se pregunta “cómo fijar la cantidad de bienestar, de confort y de lujo que puede legítimamente perseguir un ser humano”, ya que “ni en la constitución orgánica, ni en la constitución psicológica del hombre se encuentra nada que marque un límite preciso a tales inclinaciones”. Las necesidades sociales derivadas de las prácticas de consumo y las exigencias morales deberían hallar, entonces, una fuente social legitima que las regulase. Esa legitimidad emanaría de una autoridad que todos no solo reconozcan, sino que, además, respeten. Esa autoridad, dice Durkheim, únicamente podría ser la sociedad misma, “dado que solamente ella tiene la autoridad suficiente para declarar el derecho y marcar a las pasiones el punto más allá del cual éstas no deben ir”. Por otro lado, existe un término que nos fascina: libertad. Me gusta la definición que afirma que es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad. Hay muchas otras, claro. Y no todas coincidentes. El gran pensador francés Jean-Jacques Rousseau decía que el solo hecho de vivir en sociedad, interactuando con los demás, va condicionando -voluntaria o involuntariamente- una pérdida de la libertad. En sus palabras "El hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado". Mucho antes, el siempre destacado en esta columna, Aristóteles, afirmaba en “Política” que el hombre es un animal social, y por tanto está subordinado a la sociedad a la que pertenece a través de leyes y normas que, de un modo u otro, lo van limitando en su libertad de actuar, pero, al mismo tiempo, esas normas nos refuerzan la sensación de seguridad. Y es que, como bien popularizó Hobbes la antigua sentencia latina: “homo homini lupus”, el hombre es el lobo del hombre. La pregunta, nada novedosa por cierto pero que cada tanto sería interesante hacerse es: la tecnología, tal como está planteada hoy, ¿nos da seguridad o nos quita libertad? ¿es una forma de resguardo o una sutil (y no tanto) forma de control? ¿Las cámaras de seguridad nos garantizan transitar las calles en paz o solamente permiten registrar eventos violentos que solo sirven para alimentar las pantallas de los noticieros? Yochay Benkler, profesor de la Universidad de Harvard, expresó hace pocos días en una conferencia: "La observación es poder". Allí, dejó claro su postura en cuanto a que “una excesiva vigilancia sobre la población no solamente no ayuda a prevenir actos terroristas, sino que puede afectar al comportamiento de la gente a largo plazo, que se puede sentir amenazada por la vigilancia permanente y cambiar sus costumbres”. No hace mucho el hasta entonces ignoto Edward Snowden, consultor tecnológico empleado en la CIA, denunció mediante lo que se conoció como WikiLeaks (tal el nombre de su página web), cómo el gobierno controlaba desde los correos electrónicos hasta las conversaciones y cuanto dato le pareciera sospechoso en un mundo lleno de sospechosos. Pero lo interesante es que la CIA, en este caso, pero la afirmación es extensible a muchas otras siglas y nombres que creemos conocer, no robó datos. No hizo falta. Se los proporcionamos nosotros mismos. Voluntaria y mansamente. Ingenuamente. Estúpidamente. Y es que, como ya hace muchos años, cuando la internet no estaba en la imaginación sino de algunos “locos” Benjamín Franklin expresó: "Todos los que rinden su libertad en pos de la seguridad ni tendrán, ni merecerán, ninguna de las dos". La libertad es un derecho primordial, pero, naturalmente, no es ilimitado. La libertad exige responsabilidad. Existen tres tipos de responsabilidad en este sentido: la responsabilidad personal (la libertad termina donde mi propia conciencia me lo marca), la responsabilidad social (mi derecho termina donde comienza el del otro) y la responsabilidad jurídica (mi libertad está condicionada o limitada por las leyes). En definitiva, entre la libertad y la seguridad debería lograrse un equilibrio para evitar que se anulen la una a la otra. La pregunta es cómo. Un antecedente que marcó quizás el inicio de la discusión pública podría ser el atentado a las Torres gemelas en Nueva York y la posterior Ley patriótica que brindó herramientas y libertad de espionaje prácticamente ilimitados a partir de la premisa de la seguridad nacional. Cuando esas discusiones parecían ya parte del pasado -siempre hay otros temas novedosos que tapan lo importante- llegó la pandemia. La utilización del “big data” como herramienta para controlar la expansión del coronavirus en países asiáticos (China, Singapur o Corea del Sur) comenzó a verse como algo novedoso y casi envidiable; el rastreo digital de los ciudadanos, su geolocalización permanente, el control total, en definitiva. Un argumento tan simple como eficaz, permitió a las principales operadoras de telecomunicaciones trazar mapas de posicionamiento de los usuarios a partir de sus móviles ya que esto servía para que las autoridades sanitarias pudieran disponer de referencias clave sobre la extensión de la epidemia. Algo similar se esgrimió en la Unión Europea donde, si bien argumentan la importancia de la protección de los datos, en situaciones en las que está en juego el interés público está permitido el uso de información para hacer más efectiva la respuesta del Estado. De lo menos que puede tildarse a esto es de naif. Andrea G. Rodríguez, analista en ciber política de la web El Orden Mundial, en referencia a la utilización de esta forma de control ciudadano escribe que “esta tendencia ya había aparecido antes del coronavirus en países con teórica pluralidad política, como Brasil o Hungría, pero no había ningún tipo de justificación para incrementar la vigilancia”. Antonio Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación, explica por su parte que la clave quizás estribe en la transparencia de los gobiernos “la preocupación de la ciudadanía porque su gobierno la esté vigilando es razonable y poder establecer elementos de control a la acción de las administraciones es necesario” dice y remata “la transparencia debe ser el estandarte con el que los gobiernos deben presentarse a la ciudadanía. Mostrar que sólo se han recogido los datos absolutamente necesarios, que se han utilizado adecuadamente y que únicamente han tenido acceso a ellos las personas necesarias para controlar la emergencia”. La dicotomía entre seguridad y libertad queda expuesta cuando vemos que es de la propia ciudadanía que parte la solicitud de mayores controles y una vigilancia más estrecha “a mayor incertidumbre social y política más se tiende a preferir el control en nombre de la seguridad” indica la consultora Elizabet Roselló; por su parte, el filósofo Albano Cruz, explica que también es importante comprobar cómo la ciudadanía percibe el posible giro de un estado hacia un mayor control: “la palabra clave es «intromisión». Si hay vigilancia, pero sólo hay interferencia justificada, entonces el cambio se asienta como estable”, dice. En definitiva, sabemos que estamos siendo vigilados, lo que no imaginamos es cuánto. Ni acaso nos importe demasiado ya que” no tenemos nada que esconder”. Quizás este sea uno de los escasos puntos en los que coinciden las ideologías más extremas, para los Estados totalitarios el control total del ciudadano es fundamental, para los liberales la libertad económica, la no injerencia del estado etc. termina cuando se llega a la seguridad. “El dilema entre libertad y seguridad -explica Leonardo Curzio Gutiérrez- se ha resuelto casuísticamente en cada una de las sociedades, mientras todos los gobernantes se plantean la pregunta de ¿cuánta libertad les quito a mis gobernados para garantizar su propia seguridad, la del Estado y, en formulaciones más recientes, la seguridad de la nación?” Naturalmente, esta breve columna dominical no tiene la pretensión de dar ninguna respuesta sino, como solemos repetir, solo invitar a la reflexión. Que no es poca cosa. Y dejo esta frase de Dwight Eisenhower como para que la invitación a reflexionar sea completa. “Si quieres la seguridad total, ve a la cárcel. Allí serás alimentado, vestido, recibirás atención médica, etcétera. Lo único que te faltará... es la libertad.” *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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