OPINIÓN
Superhéroes y villanos, una nueva mitología
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Uno de los placeres más grandes en mi infancia –si no el mayor– era sumergirme en la lectura de historietas, en el maravilloso mundo de los superhéroes. Y los supervillanos claro, ya que unos no existirían sin los otros.
Primero fueron los dioses. Más adelante, estos se dignaron a abandonar por algunos instantes sus moradas y generaron semidioses: mezcla de dioses y de humanos. Cada vez más, quienes eran admirados, temidos o eran dignos de trascender, fueron adquiriendo más rasgos de humanos que de dioses. La fuerza, la astucia, la inteligencia marcaban los rasgos distintivos de los nuevos habitantes de un Olimpo más cercano y terrenal.
La misión del héroe es simple y a la vez compleja en su ejecución: la base de sustentación del heroísmo es la preocupación por las personas necesitadas o por la defensa de una causa moral. Pero si esto fuera poco, asumiendo un riesgo personal y sin esperar recompensa. Sin riesgo no hay heroicidad y si existe algún tipo de beneficio personal, tampoco.
A diferencia del hombre (o la mujer) común, lo que motiva su accionar no es el impulso de superar a los demás, sino el de servir a los demás a cualquier precio.
Desde Ulises a Superman y desde Hércules a la Mujer maravilla, todos comparten, básicamente, lo que se conoce como los ocho rasgos de personalidad de los héroes. O superhéroes (el “super” es casi contemporáneo). Ellos son: inteligencia, fuerza, resistencia, altruismo, solidaridad, carisma, confiabilidad y capacidad de inspiración. Es curioso observar que no figuran acá –como rasgos distintivos– la valentía, la temeridad o la ausencia de fatiga; por el contrario, el héroe, para serlo de verdad, debe sufrir, dudar, temer y por qué no, también poder equivocarse ante ciertos dilemas éticos como lo son tomar partido en una guerra, una discusión o hasta un pedido de eutanasia.
El héroe, el superhéroe, lucha desinteresadamente por el bien contra el mal, con una fuerza moral y ética que excede a la ley (actuando, incluso, al margen de ella, como Batman o El hombre araña) ya que interpretan que, evidentemente, la ley no siempre es éticamente correcta.
Algo que resulta interesante es que, antes de convertirse en superhéroes, muchos de ellos eran personas con las que fácilmente nos podíamos identificar. Gente común que, en algún momento clave de sus vidas, sufren alguna desgracia que de algún modo marcan un antes y un después en sus historias. Como nos pasó o nos podría pasar a todos o cualquiera de nosotros, la diferencia estriba en cómo afrontamos esa situación y eso es lo que determina nuestra calidad de vida posterior.
Ciertos superhéroes nos recuerdan que, aun ante las circunstancias más atroces, podemos salir fortalecidos e incluso cambiar positivamente nuestras vidas. Pero no está de más recordar que, del mismo modo y ante circunstancias que podrían ser similares, también nacen los villanos. Ellos también han vivido dificultades, tienen su propia historia personal basada en alguna dolorosa pérdida o un trato injusto en el pasado. Ante la misma circunstancia, en definitiva, podemos convertirnos en héroes o en villanos.
Somos, en definitiva, producto de nuestras circunstancias y el contexto, de nuestras elecciones pero también en cierto modo del azar. “Y del azar, salvo que no hay azar, salvo que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”