Testigo espiritual en medio del desconcierto
¿Por qué el Papa Francisco es un fenómeno de popularidad global? ¿Acaso porque encarna valores que atraen en una época de desencanto? ¿Porque su mensaje conecta con una necesidad espiritual de la actual generación?Es indudable que el hombre de hoy dispone de poderes infinitamente superiores a los del hombre del pasado. El dominio de los mecanismos del mundo físico es asombroso.Pero cabría suponer que este progreso material, obtenido gracias a la ciencia y la técnica, no ha significado un progreso correlativo en el orden moral. De ahí que el balance de la actual civilización técnico-económica pueda resultar ambiguo.Todo parece indicar que vivimos en una época donde la abundancia de medios y objetos -algo inédito en la historia de la humanidad- coincide sin embargo con un vacío espiritual de proporciones.Vivimos una época de desconcierto porque, como sostienen los filósofos posmodernos, se acabó la imposición de los grandes relatos ideológicos. La "era del vacío" de que habló Gilles Lipovetsky describe un momento de triunfo del nihilismo (del latín nihil, "nada").En este contexto, ¿cómo es posible que un líder religioso, de una institución milenaria como la Iglesia Católica, produzca tanta conmoción entre los creyentes y los que no lo son?Resulta una rareza si se piensa que el actual ciclo histórico está inmerso en el ocaso de los dioses (con perdida de unidad cultural y de destinos) y donde se ha extendido una crisis del sentido de la vida.Es llamativo, además, que en medio de la sociedad mercantilizada, de cosificación de las existencias, producto de la supremacía de los objetos de consumo, genere simpatía un pontífice que quiera imitar a Francisco de Asís, el santo medieval que abrazó la pobreza.El Papa Francisco es un modelo contracultural. Y esto porque encarna valores disonantes, contrarios a los patrones éticos dominantes. Se perciben en él simplicidad, humildad y sobre todo coherencia de vida (practica lo que predica).Pero más allá de estas cualidades personales -en sí mismas de gran trascendencia- no debe perderse de vista que la influencia del liderazgo actual de pontífice podría estar denunciando (ser síntoma) una carencia epocal más profunda de índole inmaterial.Cierto craso materialismo, que en el plano sociológico reduce el problema humano a la distribución de la riqueza, como si todo pasase por llenarse el estómago, no ha creído nunca en las enfermedades no corporales.Hay una mentalidad muy extendida, subproducto de esa ideología materialista, que cree que el hombre es feliz consumiendo cosas. Desde aquí, por ejemplo, cuesta ver el fenómeno del hastío entre aquellos que lo tienen todo, y viven en la opulencia.A mitad de siglo XX Antoine de Saint- Exupéry, que como buen poeta creía en la dimensión espiritual del hombre, se quejaba del ocaso vital a que había conducido la modernidad. En una carta, confesaba:"Estoy triste por mi generación que está vacía de toda sustancia humana (...) Hoy somos más áridos que los ladrillos. Todo lirismo parece ridículo y los hombres rechazan ser despertados a cualquier vida espiritual (...) Odio mi época con todas las fuerzas. En ella el hombre muere de sed (...) No hay más que un problema, uno solo: descubrir que existe una vida del espíritu que trasciende la inteligencia, la única vida que satisface al hombre".Acaso el atractivo de la personalidad y de la prédica del Papa Francisco tenga que ver, justamente, con la enfermedad de una sociedad desconcertada moralmente.
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