LA GRIETA EN TODOS LADOS
Tu opinión es una mierda

Un interesante trabajo publicado hace muy poco tiempo demostró, a través del método científico, lo que es fácilmente observable: el efecto socialmente devastador de “las grietas”.
Por Luis Castillo*
Lo que en nuestro país llamamos la grieta no es sino lo que en otras latitudes se menciona simplemente como polarización ha crecido prácticamente en todo el planeta y, según indica el estudio denominado Democracy Report 2022, llevado a cabo por la Universidad de Gotemburgo, en los últimos 5 años ha aumentado hasta un 40%.
Naturalmente, eso sucede por un escenario político en franca crisis y que ha llevado sistemáticamente a la radicalización de visiones y opiniones cada vez más difíciles de conciliar.
Producto de este fenómeno social que amenaza con seguir creciendo con consecuencias inimaginables (en realidad creo que son fácilmente imaginables pero no queremos ni mencionarlo) se está viralizando un video como parte de una campaña para intentar evitar el crecimiento de esta división y que lleva el curioso nombre de: “Tu opinión es una mierda”.
Lo que se intenta comunicar a través de este video y de las charlas que pueda provocar como efecto positivo en la sociedad, es el resultado de un estudio llamado “La droga oculta” y que define como una verdadera adicción la que se va creando a partir de los contenidos polarizados. Según se informa a través de esta campaña en la cual intervinieron en su génesis tanto neurocientíficos como politólogos, los mensajes cargados de agresividad, odio, xenofobia, etc. propios de sociedades en donde se hace cada vez más extrema “la grieta” provocan que en el organismo se activen sustancias neurotransmisoras de tipo endorfinas y que, en condiciones normales, este segrega con el objeto de aliviar el dolor y dar sensación de bienestar. Sucede algo similar con la liberación ―producto de esta estimulación― de dopamina, el neurotransmisor más importante del Sistema Nervioso Central que regula básicamente la conducta motora y la emotividad. En definitiva, los mensajes de odio activan los mismos receptores que drogas como la cocaína y, como tal, generan adicción al consumo, en este caso, de consumo de este tipo de mensajes y, tal como ocurre con cualquier otra adicción, se genera una dependencia que puede provocar depresión, irritabilidad, distanciamiento social, crispación generalizada… y aumento de los discursos del odio.
Como todo trabajo científico, su mayor logro debe ser promover su discusión y, en el caso de esta columna, invitar a la reflexión. Antes de generar o reproducir contenidos que solo tengan el fin de transmitir mensajes negativos, agresivos, pretendidamente unívocos, pensemos. Detengámonos un par de minutos y pensemos. Si estamos aportando algo a la construcción de una sociedad mejor o es apenas el triste intento de convencer a quien no quiere ser convencido de que tenemos la razón. Que es el otro quien está equivocado. Que el otro es un enemigo por el solo hecho de pensar distinto. Odio disfrazado de política, de religión, de economía, de lo que fuere. Es solo odio. Y lo peor de todo es que, si algún día lográramos convencer a todos ―de cualquier modo― de que tenemos la razón, aun así, la enferma sensación de que lo importante es ganar a cualquier precio, no nos permitirá disfrutar de ese efímero triunfo, solo habrá ganado la irracionalidad, innegable atributo de las bestias.
En definitiva y para ser claros, evaluemos, antes de generar o propagar este tipo de mensajes ―aun disfrazados de humor― si no estamos haciendo otra cosa que tirar mierda vestida hipócritamente de opinión.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”