Turismo de la pobreza: un extravagante hobby
Pasar un tiempo en algún sórdido enclave miserable del mundo. Ponerse en la piel de un villero argentino o pasear por una favela brasileña. Sentirse como un inmigrante ilegal o pasar la noche como un sin techo en la periferia de Europa. Son todas modalidades de los insólitos tours para vivir la pobreza.El flujo de visitantes que acude a conocer y "disfrutar" de lugares paupérrimos se ha convertido en una tendencia global, que al ritmo de la moda factura millones de dólares en el mundo, convirtiendo a la pobreza en un valor económico.Es otra segmentación polémica de la industria del turismo, aunque oficialmente no se la reconozca como una de sus ramas. No llega a la sordidez del turismo sexual, cuyo propósito es que los visitantes mantengan relaciones sexuales con prostitutas en zonas alejadas del mundo rico.De hecho el "turismo de la pobreza", como lo catalogó el diario The New York Times, es visto por algunos como una alternativa válida, incluso edificante, para aquellas personas a quienes los lujosos sitios turísticos ya no los conforman, y andan buscando nuevas sensaciones.La periodista Catherine Traywick, de la revista Foreing Policy, intenta comprender esta modalidad extravagante de los ricos, quienes por un precio justo experimentan de primera mano cómo viven los más miserables, aunque nunca perdiendo de vista que son del "primer mundo".En su opinión el "turismo de villas del siglo XXI" es un revival de las excursiones a la periferia de antaño realizadas por algunos príncipes que fingían ser pobres (cuenta las escapadas de María Antonieta a una aldea para convertirse en campesina).También tiene parentesco, dice, con un pasatiempo de los personajes de sociedad del siglo XIX, que deambulaban por calles de la periferia en busca de fumaderos de opio y de aventuras del bajo fondo.Traywick selecciona algunos puntos del pintoresquismo de la pobreza, promocionados comercialmente hoy por operadores turísticos. Ofrece el ejemplo de una villa miseria en Sudáfrica, segura y apartada, en medio de una reserva de animales. En esas casillas, cuenta, están permitidos los chicos y tienen losa radiante, wi-fi gratis y servicio de spa.En el sur de México, en tanto, los turistas tienen la oportunidad de vivir en carne propia el drama y las tensiones de un inmigrante que cruza ilegalmente la frontera. La excursión se llama 'Caminata nocturna', y es una travesía imaginaria por el desierto hasta cruzar el río Bravo.La dramatización incluye a nativos que actúan diferentes roles: unos hacen de compañeros que emigran en busca de trabajo y otros tiene el papel de policías que hacen rastrillaje a la caza de los ilegales.En Filipinas existe la opción de participar de una rara experiencia: revolver desperdicios en el basural a cielo abierto más grande de Manila, como lo hacen tantos pobres para sobrevivir, aunque en este caso portando escarpines descartables y barbijos como protección.Mientras en Suecia se puede pasar la noche como un homeless (sin techo) en una fábrica abandonada, debajo de un puente o acampando en una plaza, en Río de Janeiro (Brasil), en tanto, se puede pasear por una favela, con los habitantes del lugar como guías.En Ámsterdam (Holanda) el turista puede ser guiado por un vagabundo, para conocer los pros y los contras de vivir como uno de ellos. Esto incluye la experiencia de dormir en la calle, revolver tachos de basura y pedir limosna.El turismo de pobreza está envuelto en una polémica. ¿Educativo y filantrópico, o voyeurista y explotador? se preguntó hace poco un artículo de BBC Travel.
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