Un caballo en la terraza
Que si, que no. Ayer uno, hoy otro. Oficialismo y oposición se turnan en los faltazos y el Congreso de la Nación no funciona. Argumentos no le faltan a ninguno para justificar las respectivas ausencias. Se los reparten. Y así están las cosas a partir de diciembre. Jugando con las instituciones de la República. Es decir, jugando con fuego. Si con algo no se juega en la democracia es con las instituciones. Dolorosas experiencias nos lo enseñan desde la memoria.Por Mario Alarcón Muñiz Especial para El Día La última semana sintetizó lo ocurrido durante cuatro meses en el ámbito parlamentario.El Senado no pudo tratar la coparticipación a las provincias del impuesto al cheque porque el oficialismo negó el quórum. La Cámara de Diputados no debatió el decreto "de necesidad y urgencia" sobre las reservas del Banco Central porque la oposición llegó tarde. Esto es lo más parecido a una película de Fellini. Quizá al genio italiano de Amarcord no se le hubiera ocurrido semejante desatino. El Parlamento calladoLo cierto es que este panorama favorece al gobierno. Su apuesta -desde luego no declarada- tras haber perdido la mayoría parlamentaria en las elecciones del año pasado, consiste en aislar al Congreso y en lo posible paralizarlo. No es estrategia democrática ni republicana, aunque favorezca los planes oficiales.Y no lo es, primero porque desconoce el mandato de las urnas que distribuyeron las bancas de esa manera y segundo, porque traba el funcionamiento de uno de los poderes del Estado. Del que debe legislar y controlar, nada menos.Si la oposición hace algo para contrarrestar esa estrategia, no se nota. No es novedad que carece de conducción, presentando un mosaico de sectores cuya armonización se le presenta complicada. En estos cuatro meses iniciales del nuevo Congreso ha perdido tiempo y esfuerzos, además de deteriorar la confianza de la gente, enredándose en tironeos internos inconducentes (está demostrado en los hechos) que tampoco responden a la orientación que la ciudadanía señaló al sufragar.El resultado de esta situación no es otro en la práctica que el desprestigio o la desaparición, al menos temporaria, del Parlamento. Y esto revela una clara tendencia fascista, cuyos retazos sobreviven en algunos rincones de nuestra clase política, procurando demostrar que el sistema no sirve.Sin expresarlo de manera directa el senador oficialista Picheto (otrora fervoroso menemista), le negó atribuciones al Congreso que integra, argumentando que "nuestra Constitución establece un régimen presidencialista". Con ese criterio el Congreso está destinado a mirar desde afuera, sin participación alguna en el rumbo de la Nación. Es un caballo en la terraza. El marco institucionalSi la oposición pretende dominar el Poder Legislativo y restaurar su prestigio, deberá comenzar por entender algunas cosas elementales. Cuenta con una superioridad numérica relativamente cómoda en la Cámara de Diputados, lo cual le obliga a coordinar en su seno políticas y métodos por encima de las diferencias partidarias, sin pensar en candidaturas. Establecer un objetivo y saber priorizar lo importante relegando lo accesorio, es condición básica del político inteligente. Esa es, hasta ahora, una página en blanco.Entre tanto en el Senado la oposición, contrariamente a lo que se comenta y asegura, no es mayoría. Le ha resultado imposible hacer funcionar esa cámara. Dice contar con el número estricto de la mitad más uno, pero el escaño 37 -justo el que rompe la mitad- es de Menem. Entonces no hay garantía alguna. La oposición carece de mayoría en el Senado y está obligada a admitirlo para avanzar hacia una política de diálogo y consensos, indispensable en una democracia moderna. Es fundamental que las instituciones funcionen. A partir de allí se discutirán problemas y soluciones. Pero dentro del marco institucional.
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