El trágico accidente de trenes ocurrido en San Miguel, provincia de Buenos Aires, es sólo un síntoma de un modelo ferroviario decadente, cuyo gerenciamiento está sospechado de corrupción.Los argentinos que viajan al exterior toman conciencia de la revolución ferroviaria en otras latitudes. Y muchos no pueden creer el estado lamentable de nuestras vías y vagones.Es que en cualquier país más o menos organizado el tren figura como un medio de transporte de pasajeros y cargas más eficaz y barato que los ómnibus y los camiones.La existencia de trenes modernos que pudieran integrar a un país extenso y con una geografía llana y que fueran motor del desarrollo económico, fue el sueño de Raúl Scalabrini Ortiz.En la década del '40 fue el ideólogo de la estatización del servicio, por entonces en manos de capitales británicos. "Los ferrocarriles constituyen la llave fundamental de una nación", escribió."La economía nacional, pública y privada, el equilibrio de las diversas regiones que la integran, la actividad comercial e industrial, la distribución de la riqueza y hasta la política doméstica e internacional están íntimamente vinculadas a los servicios públicos de comunicación y transporte".¿Qué pensaría hoy Scalabrini Ortiz del patético servicio de trenes del país? ¿Y qué hubiera dicho de la tragedia del choque de trenes que el miércoles mató a 4 personas e hirió a otras 120?Quien dio ya su parecer sobre este episodio fue Pino Solanas, quien reivindica el pensamiento scalabriano. "Este accidente es el resultado del fracaso de un sistema que ha terminado maltratando a los pasajeros y que se ha convertido en un foco de corrupción de dineros públicos".Eso escribió Solanas en la página web de la agrupación Proyecto Sur. "Menem destruyó el 80% de los trenes en un acto de locura nacional que fue avalado y continuado por el kirchnerismo. Este sistema no funciona, aumentó la inseguridad y el gobierno es incapaz de brincar un servicio eficiente y seguro", indicó."El Estado se convirtió en el hijo de la pavota. Los trenes no se privatizaron, solamente se concesionó su gestión; el Estado sigue pagando todos los arreglos y reposiciones", criticó.Por último, el autor de "La próxima estación", un documental fílmico donde se registra el "ferricidio" argentino, analizó: "La trenza de intereses han ido pasando de gobierno en gobierno, convirtiendo al sistema ferroviario en un negocio millonario y corrupto entre los concesionarios, la dirigencia patronal y sindical y la Secretaría de Transporte".Cabe consignar que el gobierno K prometió cambiar el paradigma ferroviario en la Argentina. Entre las decisiones más impactantes figuran la compra de 1.000 vagones a España (gestionada por el hoy investigado ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime) y el anuncio en 2006 del tren bala que iba a ir de Buenos Aires a Rosario y Córdoba viniendo desde Mar del Plata.Este último proyecto, pactado con un consorcio internacional, tenía un costo de 4.000 millones de dólares. Algunos sospechan que este proyecto va camino a convertirse en un nuevo mito argentino, similar al traslado de la Capital a Viedma por Raúl Alfonsín, o a aquel vuelo a Japón por la estratósfera que prometió Carlos Menem delante de los niños en Tartagal.¿Por qué no vuelve el tren, sobre todo el de carga, que además de ser una alternativa más económica y que ayudaría a integrar a un país de grandes dimensiones, reduciría las víctimas por accidentes de tránsito que produce el transporte vial?¿Cuáles son los intereses que evitan que el sueño de Scalabrini se haga realidad?
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