EDITORIAL
Un divorcio difícil entre Reino Unido y Europa
Desde el referéndum de 2016, en que el 51% de británicos que votaron lo hicieron a favor de la salida de la Unión Europea (EU), el llamado Brexit se ha convertido en una verdadera pesadilla para las partes.
Sobre todo en el Reino Unido no se ponen de acuerdo en los términos de este “divorcio” con el bloque de países al que ha pertenecido desde 1973. Esta indefinición ha desatado una severa crisis política en la elite dirigente británica. La UE y el gobierno inglés, liderado por la ex primera ministra Teresa May, negociaron por más de 2 años un acuerdo para esta separación. Pero todo se bloqueó cuando el Parlamente británico se negó a aprobarlo, costándole el puesto a May. Ahora, el nuevo primer ministro Boris Johnson y sus aliados están dispuestos a que haya un Brexit duro o salida cueste lo que cueste para el próximo 31 de octubre, fecha límite para el proceso. Dicen que lo harán para honrar ese referéndum de 2016 en el que una mayoría de británicos decidió que quiere irse de la UE. Pero este Brexit duro, sin acuerdo, está generando una ola de rechazo, poniendo a Johnson contra las cuerdas. El temor se vincula a las múltiples e inquietantes consecuencias que produciría la salida sin acuerdo. En principio el Reino Unido dejaría de ser miembro de decenas de organismos que rigen las normas sobre distintos temas: medicamentos, agricultura, comercio, seguridad, etc. Además, con la separación quedaría en el aire el pago de dinero que el Reino Unidos debe abonar a la UE por este divorcio. Otro de los aspectos que más incertidumbre provoca es saber qué pasará con el comercio. Al dejar la UE, el Reino Unido abandonaría la “unión aduanera” y el “mercado único”. Ambos mecanismos hoy garantizan que el comercio entre los países del bloque sea fácil, sin trabas, sin chequeos en las aduanas. Y sobre todo sin pagar aranceles o impuestos a productos que circulan entre esos países. Con el Brexit empezarían a regir otras reglas, que para los británicos tiene dos efectos: por un lado, una pérdida de competitividad de sus exportaciones a la UE, y por otro, un encarecimiento de los bienes que importen desde allí. Hay que pensar, por ejemplo, que el 30% de la comida que consumen los británicos viene de países del bloque. Con el Brexit se espera un alza de esos bienes e incluso se prevén desabastecimientos por las demoras en las aduanas. Los partidarios del Brexit duro dicen que todo esto llevará un proceso de adaptación. Y aunque aceptan que en lo inmediato habrá un impacto negativo, aclaran que luego el divorcio traerá beneficios al Reino Unido, porque tendrá la libertad de negociar por su cuenta sus acuerdos comerciales, por ejemplo con Estados Unidos. Algo que no puede hacer mientras está en el bloque europeo. Otro tema que preocupa es qué pasará con el estatus de residencia de los 3 millones de ciudadanos con pasaporte europeo que viven en el Reino Unido, y el millón de británicos que vive en la UE. Pero el tema más delicado es el de la frontera que separaría de vuelta a las dos Irlanda: la república independiente del sur, y la británica Irlanda del Norte. Hoy este es un espacio abierto, pero con un Brexit se deberá poner una frontera entre ambas partes para garantizar que productos y personas no crucen de un lugar a otro sin controles o sin pagar aranceles. Y esto podría revivir los fantasmas del violento conflicto entre unionistas e independentistas irlandeses que duró 30 años. Uno de los elementos claves para lograr la paz en la región en 1998 fue precisamente eliminar la frontera.
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