Una marcha que refleja al país plural
La protesta del 8N, en diversos sitios del país, más allá del impacto político que tiene, al expresar la opinión de un sector de la ciudadanía, debe ser leída en clave democrática.El significado de lo ocurrido suele reflejar la tabla axiológica de cada quien, sobre todo en algo tan controversial como una movilización de este tipo, donde abundaron reclamos hacia el gobierno nacional.Los extremos interpretativos van desde quienes, más cercanos al oficialismo, con antelación a la marcha, la descalificaron como una intentona desestabilizadora, hasta aquellos que, críticos del oficialismo, la exaltan como la quintaesencia de la argentinidad.Ni la crítica, formulada en el marco del respeto de la ley, es algo en sí mismo golpista, ni la expresión de una parcialidad ciudadana, por masivo que sea su protagonismo, se puede arrogar lo que piensa toda la sociedad.Cuando una parte de la colectividad cree poseer íntegramente la verdad, no está capacitada entonces a admitir otra visión de las cosas.Lo cierto es que la sociedad no es un todo homogéneo. Las personas juzgan de distintas maneras las situaciones de la vida. Los criterios valorativos con los que miden la realidad son producto de una amalgama de cosas.Allí confluyen los intereses materiales, la biografía individual y familiar, la ideología del medio social en el que se educó, su nivel cultural, las experiencias propias y ajenas.En este contexto múltiple, hay gente proclive a pensar que la marcha del país no es la correcta y otra cuya álgebra de la felicidad sintoniza con la política que instrumenta el gobierno.Pretender interpretar la esfera pública en términos monolíticos, sobre la base de considerar anormal o irracional al que piensan distinto, como si fuese una planta maldita que crece en el jardín de la República, es profundamente fascista.El mérito de la democracia, por el contrario, consiste en que es capaz de tramitar el inevitable disenso. Las dictaduras, en cambio, prefieren que exista el "pensamiento único" y hacen todo por alentarlo.Que un sector de la sociedad argentina -no importa su categoría- se exprese con libertad por las calles, manifestando su descontento, no es algo malo sino parte del juego democrático.Lo mismo cabría decir si el oficialismo propiciara una marcha a su favor. Por lo demás, la actual administración goza de una importante adhesión pública, y no se discute su legitimidad para gobernar.En otro plano, y en tren de especular políticamente, no está claro que el 8N sea sólo una factura para el gobierno. Podría estar revelando una falta de liderazgo en la oposición, haciendo que el sistema político democrático se desbalancee.¿Acaso hay un vasto sector -con base en los sectores medios y altos de la sociedad- que tiene orfandad de representación política? Entretanto, ¿hasta dónde la economía en problemas no dispara el malhumor social, confirmando la afirmación de Perón de que el bolsillo es el órgano más sensible del ser humano?En tanto, los diversos reclamos planteados en las pancartas -contra la inflación, la corrupción, la inseguridad, la re-reelección, los salarios bajos, la justicia dependiente, y demás- conforman una agenda nutrida y compleja, que acaso interpela a toda la clase política argentina.La protesta, en suma, aunque incomode a aquellos hacia quienes va dirigida la crítica, mientras se despliegue dentro del marco de la ley, refleja a una sociedad plural que halla medios de expresarse en democracia.
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