POR JORGE BARROETAVEÑA
Vientos de cambio soplan si no logran domar al muchacho verde
No es la grieta política la que se abre a los pies de Alberto. Es la económica. Es el peor momento de la pandemia, y la economía no para de temblar. Azotan los fantasmas más temidos. El tiempo se agota, como la paciencia del Presidente con sus Ministros. Guzmán, ¿tiene todo el poder?
Por Jorge Barroetaveña El problema argentino nunca fue económico. Siempre fue político. Y los últimos antecedentes de cierta estabilidad económica, derivan de ministros fuertes, con todo el poder, respaldados por un poder político sin cuestionamientos. Lejos en el tiempo el ejemplo de Cavallo con Menem. No hablo del final, sino del camino. Más cerca, Lavagna con Kirchner, una dupla que funcionó hasta que el barco quedó derecho. Pero dio buenos resultados. Después fueron todos experimentos, que terminaron a la deriva. Y Guzmán parece transitar ese camino. Tuvo un fogonazo de estrellato hace unas semanas con el acuerdo con los bonistas. Pero los efectos positivos que esperaba se diluyeron en un santiamén. A esta altura, y si bien el argumento de la herencia del ‘mamerto’ (así lo describe Aníbal Fernández a Macri) sigue rindiendo, se va gastando con el paso del tiempo. Los errores propios empiezan a aflorar, tanto como en la génesis de una coalición que se preparó para ganar una elección y no para gobernar. Nada raro tampoco en el país de las promesas incumplidas y los programas inexistentes. El Presidente choca entonces con sus propias contradicciones. En su afán por quedar bien con todos no termina quedando bien con nadie. El precio que paga es su propia credibilidad. La pérdida de confianza es la hipoteca más grave para enfrentar una crisis. ¿Cómo se revierte? Nadie lo sabe y en el gobierno menos aparentemente. Los mensajes contradictorios pululan, y tampoco los aliados internos ayudan. Los kirchneristas enojados con los albertistas no paran de torpedear las iniciativas que, a priori buenas, quedan enredadas en una maraña ideológica. Caen y la grieta hace su trabajo. Ya pasó con la toma de terrenos. ¿Es necesario que Grabois ponga en un aprieto al gobierno arrastrando un problema familiar a la política? Forma parte de la épica K, justo lo que la alicaída gestión de Alberto no necesita. El Presidente se ve obligado pues a hacer equilibrio. Entre los duros, los blandos, los que le reclaman una radicalización y los que le piden sentido común, al menos ahora para tratar de apagar el incendio. Los primeros son los mismos que fogonean versiones insólitas sobre una eventual sucesión presidencial, sabiendo que eso debilita aún más a la Casa Rosada. O dicen que no importa lo que pasa con el dólar. En rigor fue el propio titular del Banco Central y el Ministro Guzmán los que a su turno dijeron eso. Nada novedosa la respuesta. Es la misma que han esbozado todos los gobiernos que no pudieron ponerle el cascabel al verde y quedaban impávidos y sin reacción, viendo cómo la corrida nos dejaba en la puerta de ser todos un poco más pobres. Algo de película ya vista hay no? El rumor de la llegada de Roberto Lavagna al Ministerio de Economía sobrevoló toda la semana. Igual es difícil imaginar que un peso pesado como Lavagna llegará sin poner condiciones y exigir tener toda la botonera a su mando. Los experimentos de ministros débiles, con la cartera loteada, nunca dieron resultado en la historia argentina. Guzmán podrá ser brillante en Wall Street, pero todavía no le tomó el tiempo a los vericuetos de la insólita economía nacional. Su perfil bajo tampoco ayuda demasiado. El resto del gabinete mira indiferente su suerte como si le fuera ajena. Ayer afirman que el Presidente le dio 15 días de plazo para estabilizar la corrida. Suena a mucho tiempo no? El mercado no aguanta un dólar a 190 pesos y menos el correlato que podría tener en los precios de muchos productos. Durante la semana los comerciantes no pudieron reponer mercadería. La respuesta que escucharon fue: “no hay precios”. Nadie quiere poner un precio si el dólar sigue subiendo porque sabe que después la reposición será complicada. La economía todavía sigue condicionada por la pandemia y no se sabe hasta cuándo será. Desesperados los lugares turísticos tratan de avanzar en algo parecido a una temporada. Con resultado incierto. Uruguay anunció que sus fronteras estarán cerradas. Aerolíneas volvió a volar pero no a todas las provincias. El panorama que se vive en varias de ellas es angustiante, con niveles de contagio similares a los que tuvo el AMBA. Parece un karma esto de los dos países. La pandemia retrasará más cualquier posibilidad de recuperación económica y extenderá la agonía de un año que se ha hecho eterno. Lejos quedaron aquellas frases en las que la opción era salud o economía. Al final del camino es probable que nos quedemos sin nada. El abrazo eterno que se dieron en Uruguay, Mugica y Sanguinetti es un espejo en el que deberíamos mirarnos. El gobierno no va a poder solo. Como no pudieron los que estuvieron antes. Si no nos damos cuenta será doloroso.
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