Vivir y dejar vivir, filosofía de época
Contra la manía de pretender cambiar a los demás, sobre la base de alguna supuesta superioridad moral, en nuestras sociedades posmodernas se aprecia el hecho de que los otros no deberían decidir como uno vive su vida.
Quizá el lema que mejor expresa esta filosofía no formulada del todo pero que está en la atmósfera de esta época, como un supuesto, sea "vive y deja vivir".
¿Cómo interpretar esta declaración que suena tan bien a los oídos de la actual generación? Si uno se ajusta a su sentido literal la idea primaria que subyace es que cada uno ha de organizar su vida y no meterse en la de los demás.
Es un llamado, así, a vivir la propia vida y permitir a los otros que construyan la suya. La pregunta que cabría hacerse, abriéndonos a una reflexión ética, es si este criterio merece algún reparo.
¿Alguna religión, por ejemplo, podría objetar el principio según el cual el hombre elige por sí solo cómo vivir? ¿No se dice acaso que no hay nadie más respetuoso de nuestra liberad que Dios mismo?
Parece natural y nada reprobable que cada uno quiera construir su propia vida en libertad. ¿Quién se opone a este anhelo del hombre a vivir en plenitud a partir de sí mismo?
Lo que aparece más dificultoso -y esto sí impone una cierta ascesis moral- es "dejar vivir", es decir renunciar a imponer nuestro propio modo de vida a los demás, aunque esta segunda parte del aforismo es consistente con el primero, con aquel que dice "vive".
Aquí entra a jugar la llamada "regla de oro", el principio moral más antiguo y universal y que se expresa en otro aforismo: "No hagas a los otros lo que no te gustaría que te hicieran a ti".
Como nadie entonces quisiera ser obligado a creer o a actuar en una dirección determinada, tampoco debería pretender lo mismo para los otros, si se quiere ser coherente.
Cada época histórica he estado marcada por una impronta que se traduciría en una cierta actitud ante la vida. Que la actual generación asuma como suya el "vive y deja vivir", como un primer paso para la paz y la felicidad, debe ser leída en clave comparativa.
O en otros términos, ¿contra qué otro pensamiento se levanta esta visión? Cuando se enfatiza que cada cual tiene que vivir su vida y que no hay que imponer a nadie la propia fórmula existencial, ¿qué se está rechazando o impugnando del pasado?
Una posible lectura es que la actual generación ya no tolera la moral o las ideologías con pretensiones hegemónicas. Se observa aquí un eco de la caída de los grandes relatos, la percepción de insuficiencia de las visiones totalizadoras del pasado.
La humanidad atravesó una etapa penosa en la que una versión de las cosas pretendió imponerse por la fuerza, violentando la libertad del individuo, siempre sacrificado en aras de esos grandes relatos.
Las guerra políticas y religiosas, que han enlutado a la humanidad, llevan las marcas de la intolerancia, de la abusiva pretensión de una minoría de fanáticos de decidir por los demás cómo vivir y pensar.
Al respecto es interesante observar que el aforismo posmoderno "vive y deja vivir" suena como un remedio, como un antídoto contra el virus del fanatismo, entendido éste como una obstinación presuntuosa de imponerle al otro una forma de ser o de pensar.
En su libro "Contra el fanatismo", Amos Oz hace un cuadro clínico de los sujetos arrogantes, que se sirven de cualquier pretexto ideal (el patriotismo, la justicia social, la raza o la religión) para querer salvar o redimir a los otros.
Son, diríamos, los que no dejan vivir.
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