
Asaltos, robos diversos, arrebatos callejeros, asesinatos, violaciones, secuestros, rehenes. La crónica de todos los días en la Argentina 2010.Por Mario Alarcón Muñiz Especial El Día La inseguridad pública se presenta hoy como uno de los graves problemas nacionales. El más grave, según algunas encuestas, principalmente las realizadas en los grandes centros urbanos, aunque se manifiesta en casi todo el territorio nacional. Hemos retrocedido de manera notable. En esto también.De mis tiempos bastante lejanos de estudiante en Buenos Aires, recuerdo a un canillita de apellido Sturla que tenía su puesto de venta de diarios y revistas en la esquina de avenida Cabildo y Arias, a la vuelta de mi casa. Cada tanto se ausentaba para hacer un reparto en la vecindad, dejando a la vista un tarrito con monedas. El cliente retiraba entonces su periódico y depositaba el importe en el recipiente o retiraba el cambio si correspondía. Que yo sepa -y conversaba frecuentemente con él- nunca le faltó un ejemplar y nadie se llevó el dinero. Esto parece hoy una fantasía de otro planeta. Pero fui testigo. Acusaciones mutuas A raíz del doloroso episodio ocurrido días pasados en una salidera bancaria de La Plata, en el que resultó herida de gravedad una mujer embarazada que varios días después perdió a su bebé nacido por una operación de urgencia, el problema alcanzó niveles de angustia colectiva. Sin duda los medios nacionales gravitaron para que así fuera, pero de todos modos la situación es muy preocupante. En todo caso se trató de la reiteración dramática de un clima de inseguridad que todos experimentamos desde hace tiempo, en mayor o menor medida, y al que es menester atender con la seriedad que imponen las circunstancias.Sin embargo, las autoridades encargadas de garantizar la seguridad pública se pasan la pelota como si la responsabilidad fuera de otro. ¿Yo señor? ¡No señor!El primero en salir al frente durante la semana fue el jefe de la Policía Federal. "Hay que medir mejor las excarcelaciones", dijo, apuntando a los jueces, a raíz de los reiterados delitos cometidos por sujetos que gozan de libertad condicional o han sido liberados.Por su parte la Presidenta, en uno de sus frecuentes discursos, filosofó a la manera de Perogrullo: "Si se cumpliera la ley tendríamos una sociedad más justa". (¿Alguien lo duda?)El presidente consorte también aportó lo suyo con mayor dureza en un acto político: "No hay sociedad que pueda sobrevivir a una justicia permeable, que a cualquiera que comete un delito le permite estar al otro día en la calle". (No se duda que es así).Por su parte el jefe de gabinete contuvo por un momento su lengua y habló de "jueces permisivos", sin añadir mucho más, salvo una expresión por lo menos curiosa: "La policía está en una situación óptima para prevenir el delito". (Ojalá, aunque poco se nota).Puede observarse que el Poder Ejecutivo advierte la gravedad de la situación, pero descarga la responsabilidad en la Justicia. Ésta no puede responder en forma oficial sin riesgo de crear un conflicto de poderes. De ahí que la réplica se produjo a través de la Asociación de Magistrados y Funcionarios Judiciales. "El Poder Ejecutivo pretende deslindar su propia responsabilidad sobre el tema", señaló la entidad, subrayando que "la inseguridad es de exclusiva incumbencia del PE". Acciones, no palabrasEs ocioso comentar que tales reflexiones de uno y otro lado nos dejan desguarnecidos a los ciudadanos. Mientras ellos se acusan mutuamente, los delincuentes actúan. El gobierno insiste en que "hay menos delitos" que años anteriores, pero es imposible comprobarlo porque no se conocen estadísticas nacionales desde 2008 en adelante. La última fue de 2007, cuando registró 1.200.000 hechos delicitivos. En 1984 la cifra era de 340.000. Es innegable que hemos retrocedido a una inseguridad lacerante, frente a la cual nada valen declaraciones ni discursos. Acciones reclama la gente. Se demandan políticas efectivas a corto, mediano y largo plazo que requieren la intervención de todos los sectores y una adecuada planificación. Ya no se puede esperar más frente a este problema. La demora insinúa que nadie sabe qué hacer. Y hasta ahora la única respuesta es la del Gran Bonete: ¿Yo señor? ¡No señor!