LA DEUDA Y LOS VAIVENES DEL GOBIERNO
Alberto Fernández y el gusto de perder el tiempo en debates estériles
Tendrá que darle un corte. La administración de los Fernández está suspendida en el aire por el tema del acuerdo o no con el Fondo Monetario. Es una cuerda que se estira y estira, zarandeando la economía y dejando inerme al gobierno. Estimula además el debate interno, lo que acarrea consecuencias varias, entre ellas el desgaste para el propio Presidente, condicionado por los ‘gestos’ de su vice.
Por Jorge Barroetaveña
Claro que también Alberto Fernández hace su aporte. Su política exterior errática, no suma para conseguir el acuerdo con el Fondo. En público es ‘no al ajuste’. En privado, más o menos, queremos un acuerdo pero disimular sus consecuencias. El Presidente es rehén de su retórica y de los mensajes que la vice no se cansa de mandar.
En política exterior las improvisaciones se pagan. El affaire ‘Nicaragua’, sigue con su estela de repercusiones como antes lo fueron otros tantos incidentes. El desprolijo reemplazo de Felipe Solá por Santiago Cafiero fue otro síntoma grave de desorientación y de ninguneo del cuerpo profesional de la Cancillería. Muchos de los errores que ha cometido la gestión tienen que ver con esa falta de profesionalismo. Todos los gobiernos han puesto embajadores políticos en los principales destinos en desmedro de los de carrera. Pero disimulan para que no se vean los ‘hilos’. En serio. ¿Qué tan importante para nuestra política exterior puede ser Nicaragua, más allá de la declamación ideológica? Brasil está bien, nuestro principal socio comercial, pero vale la pena pelearse con medio mundo por Nicaragua y terminar afectando la política exterior sólo por una cuestión ideológica?
Ni siquiera en esto el Presidente puede gambetear sus contradicciones. Deseoso de contentar el frente interno, predica con discurso encendido anti capitalista. Después tiene que viajar el Canciller a Washington para mendigar el apoyo de Biden para destrabar el acuerdo con el Fondo. ¿Quién los entiende? Es obvio que en el exterior tampoco lo explican ni hacen demasiado ejercicio para hacerlo.
La Argentina es como los adictos en recuperación que promete cumplir una y otra vez, para después recaer en la enfermedad. No importa a esta altura el color político. Es gracioso además porque nos damos el lujo de retar a todo el mundo, echarles la culpa de nuestros males y marcar el camino ‘correcto’. El papel de ‘maestro ciruela’ nos queda bárbaro pero ya no nos cree nadie. Esa es la triste verdad. ¿En serio piensan que el gobierno de Biden no va a dormir porque no acordemos con el Fondo?
La importancia de la Argentina, como la de buena parte de Latinoamérica, la miden por cuestiones estratégicas vinculadas a la seguridad. Por eso el recelo de las migas que los gobiernos kirchneristas han hecho y siguen haciendo con China y con Rusia. Por eso la apuesta de Trump con Macri. Claro que el radar local eso no lo registra. Es preferible seguir metidos en debates que sabemos no nos llevarán a ningún lado, que profundizarán la grieta y los pases de facturas. Si el gobierno necesita un gesto de la oposición, ¿es el momento de seguir metiendo el dedo en la deuda que les dejó Macri? ¿No se dan cuenta acaso de cuál será la reacción de la oposición, aunque sea por acto reflejo?
Acá se filtra también la ausencia de autocrítica en los mismos opositores que, dos años después del paso de Cambiemos, tampoco se miraron en el espejo de los errores. El kirchnerismo se hace un festín y se los vive enrostrando. Que a lo mejor no sirve para ganar elecciones y quedó demostrado? Puede ser. Pero sí paga para profundizar la grieta, dividir entre buenos y malos y enrostrar culpas en el pasado reciente, más allá de la pandemia.
El Presidente va, navegando a dos aguas, diciendo allá que quiere un acuerdo, acá que más o menos y al final nadie le cree. Guzmán peregrina a las oficinas de Cristina Kirchner buscando no se sabe qué, mientras el dólar y los mercados se encargan de avisarle lo que podría pasar si el arreglo nunca llega. “Es preferible un acuerdo precario antes que nada”, definió un conocedor del manejo de los organismos internacionales y de hasta dónde está dispuesto a llegar el Fondo. Para el debate interno, el del conglomerado oficial, cualquier esbozo de entendimiento será una capitulación. Es eso lo que aún Alberto Fernández no entiende, esperanzo tal vez en recibir un guiño de los sectores más duros con Cristina a la cabeza. Entonces estira pensando que el agravamiento de la crisis, le hará entender a los duros, que aquello de un acuerdo precario es preferible a la nada.
Las primeras semanas luego del mazazo electoral, el albertismo pareció reaccionar y dispuesto a levantar el perfil. Ponerse los pantalones, o agarrar la lapicera. Alberto levantó la voz, marcó la cancha en algunos temas y amagó con plantarle bandera a los K. Pero se quedó solo en eso. Ahora, la crisis de la deuda y el dilatamiento de las negociaciones, lo han vuelto a hibernar. Eso que estamos en pleno verano con más de 40°. El gobierno parece el Yeti caminando entre la nieve: lento, solo y conformándose con encontrar alguna presa que le permita seguir viviendo. Poco, muy poco, para el reloj que corre y tiene como destino el 2023. ¿Y la reelección? Lejos parece, aunque en política los milagros también existen.