LA REVOLUCIÓN Y LOS PROTAGONISTAS OLVIDADOS
Aquellos soldaditos de plomo

En estos días —y afortunadamente, debo decirlo— vemos cómo se comienza a reconocer (para hablar de conocer aún falta tiempo) a algunos de nuestros héroes y heroínas.
Por Luis Castillo*
“El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien; él debe aspirar a que nunca puedan obrar mal; que sus pasiones tengan un dique más fuerte que su propia virtud; y que delineado el camino de sus operaciones por reglas, que no esté en sus manos trastornar, se derive la bondad del gobierno, no de las personas que lo ejercen, sino de una Constitución firme, que obligue a los sucesores a ser igualmente bueno que los primeros, sin que en ningún caso deje a estos la libertad de hacerse malos impunemente”. Si nos tomáramos el trabajo de dedicar unos minutos a la lectura y muchos, muchos más obviamente, al análisis de este texto, quizás no solo descubriríamos al genio que hay detrás de estos conceptos sino que daría pie para empezar a pensar y delinear el país que queremos. Que necesitamos.
Esto fue escrito el primero de noviembre de 1810. Escasos meses más tarde de la llamada Revolución de mayo; que necesitaba de pensamientos como este para comenzar a serlo de verdad y no solo una maniobra que pretendía ganar tiempo hasta que vientos menos turbulentos permitieran recuperarse a la maltrecha España. Su autor: Mariano Moreno. El medio de publicación: La gaceta (o Gazeta) de Buenos Aires, periódico que él mismo había fundado el 7 de junio de 1810, es decir, apenas 12 días después de los conocidos hechos de Mayo.
En esta verdadera aventura de publicar un periódico en donde hacer conocer las ideas revolucionarias que, estaban seguros, ya habían comenzado a madurar, no estaba solo. Junto a Moreno estaban Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, Juan José Castelli y Pedro Agrelo.
Qué tal si, este frío domingo de finales de junio, recordamos de un modo excesivamente breve —que no deja de ser una invitación para que usted pueda seguir investigando por su cuenta con lo cual el objetivo de esta columna estará más que cumplido— algunos episodios de la vida de estos olvidados o marginados héroes. Pedro Agrelo, por ejemplo, quizás sea el que menos ruido haga en nuestra memoria del panteón de la emancipación, sin embargo, no solo fue quien estaba a cargo de la redacción de La gazeta de Buenos Aires sino que, dada su condición de jurisconsulto (había estudiado derecho en Chuquisaca, donde probablemente conoció a Moreno), fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1813 (aquella que nos enseñan que declaró la libertad de vientres para los esclavos pero nada se dice de quien promovió y dio el contexto jurídico a dicho decreto); fue autor, asimismo, del Proyecto de Constitución Argentina de dicha Asamblea y del decreto que creaba la primera acuñación de moneda con el Escudo Nacional. Por si todo esto no alcanzara para que se lo reconozca entre nuestros prohombres, en 1924 comenzó a dictar clases de Economía política en la Universidad de Buenos Aires, que se había creado en agosto de 1821. Haremos una pequeña digresión en este momento; la UBA no estaba pasando por un buen momento en los primeros años de su creación por diferentes razones que no es momento de analizar, pero lo importante es que ante la falta de recursos y ausencia de un reglamento interno, su rector pidió asistencia al entonces gobernador de Buenos Aires, Gregorio de Las Heras, para que resolviera estas cuestiones, cosa que hizo, claro. Lo curioso es que, Gregorio de Las Heras, cuando era un joven estudiante de 16 años que compartía el Colegio de San Carlos con el pequeño Mariano Moreno, lideró un alzamiento en dicho colegio debido a la mala alimentación y el exceso de castigos corporales que recibían los alumnos. Esta no solo fue la primera toma estudiantil de un colegio sino que, para sofocarla, el entonces virrey Melo tuvo que enviar tropas del Regimiento Fijo de Buenos Aires. Esto era en mayo de 1796. Entre los amotinados estaban también Manuel Dorrego, Bernardino Rivadavia y José Rondeau.
Bien, encarrilemos el relato. Como suele suceder —o solía, al menos— con nuestros héroes, además de olvidado, Pedro Agrelo murió exiliado y pobre.
Bernardo de Monteagudo, ilustre e ilustrado tucumano, no solo fundó periódicos y estampó allí sus letras revolucionarias sino que fue estrecho colaborador de San Martín (muchos aseguran que sin la red de espionaje que montó previo a la liberación de Perú esta habría sido imposible), fundó junto a Pedro Agrelo (otra vez) la Sociedad Patriótica que, con la recién fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) y San Martín a la cabeza, participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo, quien convocó al Congreso Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo estuvo presente como diputado. Murió asesinado por un sicario en Lima ante el dolor de San Martín al ver cómo había en apariencia más traidores que patriotas en esa patria grande que soñaba. Publicó en La gazeta: “Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”.
San Martín, Güemes, Belgrano, Moreno, Agrelo, Monteagudo, las guerreras que dejaron su sangre en los campos de batalla, las que colaboraron desde sus ocultos —y aun ocultados e invisibilizados— puestos de lucha: Macacha Güemes, María Remedios del Valle, Juana Azurduy, Mariquita Sánchez de Thompson… quedan muchos nombres aun por conocer, reconocer y, en el mejor de los casos, imitar. No su genio, no su humildad, no su valentía, apenas el amor por ese sentimiento de hermandad y amor hacia el otro y que pocos se atreven a llamar Patria.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”