POR LUIS CASTILLO
Civilización y/o barbarie

La idea de la conquista, de la dominación, se expresa bajo diferentes maneras. La civilización, lo que llamamos civilización, quizás no sea sino una forma sutil de autodenominación de los que ganan.
Por Luis Castillo* La historia de la humanidad es la historia de los intentos de hegemonía territorial, económica y, obviamente, cultural. Cuando se extinguían los últimos fuegos y se acallaban finalmente los lamentos, comenzaba el verdadero proceso de conquista: la lengua, los dioses, la cultura. Sucedió en el mundo subyugado por la sangrienta Roma, en la América diezmada y el África esclavizada. El siglo XX fue testigo de dos grandes guerras de la cuales todavía, de la segunda de ellas, quedan secuelas por un lado y, por el otro, persisten nostálgicos que piensan en la supremacía como un derecho a reclamar por las vías que corresponda. Duele pensar en la triste realidad de que yo haya escrito este texto en español y usted está leyendo y comprendiendo lo que escribí merced a la herencia cultural devenida del genocidio de una, de diez, de cien razas; de una, de diez, de cien lenguas que poblaban este continente cuando el invasor trajo y dejó su lengua, sus dioses y su cultura. Déjeme contarle una historia que si bien no tiene moraleja quizás pueda hacernos pensar acerca de los insondables e insospechados caminos de la conquista a través de la transculturación. Desde el 9 de abril de 1940 hasta el 5 de mayo de 1945, Dinamarca sufrió la ocupación del ejército nazi. Sin embargo, ni la ocupación ni la permanencia de los invasores significaron una gran erogación en balas ni el rey modificó demasiado sus hábitos de rey. Tal vez, conjeturan algunos, estos rubios y blancos daneses eran lo más parecido a la raza superior que se prodigaba desde el régimen. Tal vez. La cuestión es que Alemania perdió la guerra y Dinamarca volvió a su normalidad. En 1951 −habían pasado apenas 6 años del final de la ocupación− las autoridades del reino iniciaron un "programa" de "modernización" de Groenlandia, en ese momento colonia Danesa. Para llevar adelante dicho programa "humanitario" (perdón por el exceso de comillas, pero es casi inevitable) participaron dos entidades de reconocido prestigio mundial: Save the children (salvar los niños) y la Cruz Roja Internacional. Se debía seleccionar los niños más inteligentes de entre 6 y 10 años de la etnia Inuit y enviarlos con familias sustitutas a fin de "que aprendieran danés y se empaparan de la cultura de la metrópoli, con el objetivo de que, al regresar, pudieran servir de ejemplo y de puente y acabaran liderando el avance de la sociedad groenlandesa". Directores de escuela y sacerdotes se encargaron de la selección de 22 niños y niñas para este verdadero experimento que parecía soñado por los que habían dejado el país hacía pocos años. En mayo de 1951 el barco MS Disko partió desde Nuuk, la capital groenlandesa, hacia Copenhague, a más de 3.000 kilómetros de distancia. Al llegar, fueron puestos −como si de animales se tratara− en cuarentena y luego ubicados con diferentes familias sustitutas que Save the Children había seleccionado. Un año y medio después, 6 permanecieron con esas familias que los tomaron como propios, los otros 16 fueron enviados de regreso, pero, curiosamente, no fueron devueltos a su familia de origen sino enviados a un orfanato preparado por la Cruz Roja hasta su mayoría de edad. "Cuando llegamos al puerto, corrí a los brazos de mi madre, y le hablé de todo lo que había visto. Ella no respondió; la miré confundida. Al cabo de un rato me dijo algo, pero no entendí ni una palabra, y pensé 'esto es terrible, ya no puedo hablar con mi madre'. Hablábamos dos idiomas distintos" −cuenta con angustia Helene Thiesen, una de las protagonistas de aquellos increíbles sucesos− "No me había recuperado del shock cuando la directora del orfanato me tocó el hombro y dijo: 'vamos, sube al autobús, nos vamos al orfanato'. Yo creía que volvía a casa con mi madre. Nadie nos explicó por qué nos enviaban a un orfanato". En 1996, la escritora Tyne Bryld encontró −ella dice que casualmente− en el Archivo Nacional de Dinamarca una colección de documentos en donde estaban registrados estos sucesos desconocidos para el mundo. "Perdieron su idioma. Perdieron a su familia. Y perdieron el vínculo con su país y su gente", concluye el documento, que deja claro que el experimento fue un fracaso: los niños no funcionaron como constructores de puentes entre daneses y groenlandeses; su educación y empleo no se correspondieron con las altas expectativas; muchos lucharon con "importantes problemas sociales y humanos" como el desempleo, los abusos y las enfermedades mentales; la mitad murieron jóvenes. Se los alienó de sus raíces y acabaron marginados en su propia sociedad. No eran ni daneses ni groenlandeses. "Sinceramente, no sé quién soy", dijo una de las víctimas. Fue la Cruz Roja internacional quien salió a disculparse públicamente en ese momento. En el 2010, se realizó un documental llamado Eksperimenten, donde se contaba todo este horror. Recién entonces la fundación Save the Children pidió disculpas. La semana pasada la Primera Ministra de Dinamarca Mette Frederiksen pidió perdón en forma oficial "No podemos cambiar lo que sucedió, pero podemos asumir la responsabilidad y disculparnos", dijo. Hace poco, sin embargo, se descubrió que enviaba su hija a una escuela privada y se la acusó de hipócrita ya que uno de los caballitos de batalla de las políticas sociales de su Partido −la socialdemocracia− es la promoción de la educación pública. Dijo entonces que su opinión sobre la educación privada había cambiado desde sus comentarios en 2005, y que lo que habría sido hipócrita por su parte sería poner su carrera política por encima de lo que más podía beneficiar a su hija. Como decía el genial Groucho Marx: Yo tengo mis principios pero, si no le gustan, tengo otros. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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