OPINIÓN
De certezas e incertidumbres

Etimológicamente, podrían —y de hecho se hace— utilizarse estos términos como antónimos, es decir, lo uno como opuesto o antítesis de lo otro. Yo, particularmente, descreo de esa afirmación.
Por Luis Castillo
Suele escucharse —y por estos días quizás con mayor preocupante frecuencia— que debemos asumir que las circunstancias, los contextos, los inentendibles (no inexplicables, claro) trastornos económicos, políticos y sociales que vivimos son así porque sí, porque no queda otra y por lo tanto no queda más remedio que aceptarlos. Yo no creo que esto sea así. Que deba ser así. Y no solo no lo creo, estoy convencido de que no tiene que ser así.
Heráclito, aquel filosofo que suele ser recordado por su frase “nadie se baña dos veces en el mismo río” en alusión a cómo cada instante es distinto del otro, cómo cada situación, aunque sea similar es diferente ya que nosotros somos distintos cada momento que transcurre (“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, escribía Neruda), nos dejó otra frase que creo atinente para introducirnos en la reflexión a la cual los invito hoy. Dijo Heráclito: “Si no esperas lo inesperado no lo encontrarás”. Una forma de reinterpretar esta sentencia a la luz de nuestra realidad se me ocurre que pensar que, todo esto que estamos atravesando, era previsible y a la vez inesperado.
Los diccionarios suelen definir certeza como el conocimiento seguro y claro que se tiene sobre alguna cuestión y, en contrapartida, incertidumbre se define como la falta de certeza, es decir, y en definitiva, no estar seguros de algo. Sin pretender entrar en el terreno filosófico, convendrá conmigo en que la única certeza que tenemos es la de nuestra finitud, es decir, de lo único que estamos seguros es de nuestro destino final, de nuestra muerte. Todo lo demás, es pura incertidumbre. Hacemos cuanto podemos para que sea previsible, no obstante, suele ser inesperada.
Ahora bien, es importante reflexionar acerca de cuánto esfuerzo hacemos tratando de vivir en un marco de previsibilidad; cómo se nos ha ido domesticando de modo tal que no solo tratemos de evitar, sino que llegamos al punto de temer lo imprevisible y, de ese modo, compremos seguridad. Compremos la falsa sensación de seguridad. La mercantilista sensación de seguridad. Previo a un viaje entramos a la internet y compramos todo “antes, más barato, y por si acaso”, el pasaje más seguro, el hotel más adecuado, en la zona menos peligrosa, con el mayor seguro médico, estudiamos recomendaciones y consejos, cotejamos opiniones; en concreto, hacemos todo lo que creemos, sabemos o sentimos que está a nuestro alcance para reducir la incertidumbre. Planificamos un periplo que puede ser de un día, de diez o de cincuenta, dedicando mayor tiempo a prever que a ver. Preparamos durante horas, días o semanas una clase o una presentación que puede durar minutos o incluso llegar a postergarse con su carga de frustración y tristeza. ¿Por qué? Porque no se nos educa para lo imprevisible. No se nos prepara para vivir en la incertidumbre. Por el contrario, nuestro nivel de frustración es cada vez menor y de allí el fenómeno de la “Generación de cristal”, tema sobre el que lo invitaré a que reflexionemos en otra ocasión.
“Los Estados y las sociedades tendrán que adoptar estrategias que integren lo imprevisto, que sean capaces de prever la eventualidad de lo inesperado, escribe el sociólogo E. Morin.
Cambiar nuestro país, cambiar como comunidad, teniendo como norte la solidaridad, la empatía, la búsqueda de la equidad, es posible. Humanizarnos como sociedad es posible. No es fácil, pero es posible. No esperar solo lo obvio sino también lo improbable. Arthur Conan Doyle (quien seguramente conocía la sentencia de Heráclito) le hace decir a su personaje Sherlock Holmes: “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad.”
Luis Castillo es escritor, médico y concejal por Gualeguaychú Entre Todos.