¿QUÉ FUE EL EXPERIMENTO TUSKEGEE?
De la ética y otras cuestiones menores
Un joven toma un arma de alta gama y provoca una masacre entre la población negra en Estados Unidos. ¿Un hecho aislado o la crónica de un (otro más) suceso anunciado?
Por Luis Castillo*
Afirmar que los hechos históricos o culturales se producen espontáneamente no solo es una falacia sino una canallesca forma de justificación de eventos de los cuales somos ―por acción u omisión― responsables. La historia del desprecio xenofóbico de ciertas comunidades no es nuevo y mucho menos desconocido. Después de que el mundo conociera las atrocidades llevadas a cabo por los “científicos nazis” en sus campos de experimentación, la sensación de que habíamos aprendido algo respecto del respeto hacia el otro parecía ofrecer un bálsamo de humanidad con miras al futuro.
La segunda guerra, recordemos, finalizó en 1945. Dos años antes, la producción industrial de penicilina permitía su distribución en todas las fuerzas aliadas permitiendo bajar la mortalidad por infecciones del 18% en la primera guerra al 1% durante la segunda. En esa misma conflagración, uno de los grandes problemas debido a los desplazamientos de tropas fue la profusión de las enfermedades de transmisión sexual. La sífilis y la gonorrea. La penicilina era eficaz en ambas afecciones. Eso también se sabía. Un equipo de investigación a cargo del médico John Cutler avanzaba sobre la prevención de dichas enfermedades.
Para ello, consideraron importante hacer un seguimiento desde cero, es decir, desde el momento mismo de la infección. Qué mejor modo ―razonaron con perversa lógica― que infectar a las personas ellos mismos como parte del experimento y diseñaron entonces, un ambicioso plan: infectar a población sana utilizando prostitutas previamente infectadas ex profeso.
Esto, claro, no podía llevarse a cabo en Estados Unidos por la repercusión que podría tener si se conocía el mismo, por lo que contactaron al doctor Juan Funes, médico militar de Guatemala, que trabajaba en Estados Unidos y este ofreció a los estadounidenses llevar a cabo los estudios en su país.
Las autoridades involucradas pertenecían tanto al Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos de Norteamérica (después convertido en el CDC), la Oficina Sanitaria Panamericana (después reconvertida en Organización Panamericana de la Salud (OPS) y los Ministerios de Salud, de Gobernación y de la Defensa del Gobierno guatemalteco. El experimento se inició en las cárceles y siguió en instituciones de salud mental. Por otro lado, y simultáneamente, se utilizó a prostitutas infectadas como un modo de diseminar la gonorrea entre los soldados y prisioneros; se conocía en ese momento que una prostituta podía tener sexo con 8 soldados en 71 minutos y asimismo se tenía monitoreado su tiempo de diseminación en las cárceles.
A finales de 1948 el experimento se dio por terminado por motivos desconocidos y no fue divulgado sino hasta 2010 y en forma sesgada. Pero, claro, esto sucedió en Guatemala, donde la pobreza y otras urgencias dejaron en un plano de total indiferencia mediática lo ocurrido.
Ahora bien, antes y después de esta abominable muestra de desprecio por la vida humana, se llevaría a cabo lo que se conoció como El experimento Tuskegee. El nombre se debe a que se llevó a cabo en la localidad norteamericana de Tuskegee (Alabama) y se trató de un estudio clínico que duró cuarenta años (desde 1932 a 1972) y que buscaba conocer la evolución natural (¡pese a que ya existía tratamiento para esta enfermedad!) de la sífilis en un grupo de personas negras, de bajo nivel adquisitivo y de bajo nivel cultural. Durante ese extenso periodo de tiempo ―como era esperable― tanto permitieron morir gente de una enfermedad curable como nacer bebés infectados de sífilis a sabiendas de los daños que provoca esta enfermedad. Como mencionamos al comienzo, ya los médicos militares norteamericanos usaban la penicilina para tratar la sífilis en las tropas del Pacífico en diciembre 1943 y a mediados de los años 50 ya empezó a pensarse que la enfermedad sería erradicada por completo; no obstante, el experimento Tuskegee siguió adelante y no se dio tratamiento a ninguno de los desinformados participantes a fin de conocer correctamente cómo la enfermedad progresaba y mataba al paciente. Siniestro.
Paradójicamente, mientras en Núremberg se condenaban los crímenes de guerra, el doctor John Heller, director de la División de Enfermedades Venéreas del Servicio Público de Salud, continuaba con sus experimentos a los que defendería años más tarde afirmando que “los médicos y el personal civil se limitaron a cumplir con su trabajo. Algunos siguieron órdenes, otros trabajaron para gloria de la ciencia”. Entre quienes “trabajaron para gloria de la ciencia” estaba la enfermera Eunice Rivers, una afroamericana que, además de su tarea específica, se encargaba de convencer a sus vecinos de participar en el experimento.
Esto continuó hasta 1972, cuando se filtró la información a la prensa y el escándalo mediático que provocó su divulgación obligó a cancelarlo y al presidente Clinton pedir perdón por estos verdaderos crímenes de lesa humanidad recién en 1997. Como siempre, demasiado tarde.
¿Por qué unimos estas dos historias? Porque nada es casual ni repentino. Porque la retórica de la supremacía blanca nació junto con la gran nación del norte. Porque estas ideas llegaron desde la Europa blanca en el siglo XVI, con los españoles primero y los ingleses un siglo después. Porque en las trece colonias fundacionales del norte, tanto las tradiciones religiosas como las teorías científicas del momento justificaron la esclavitud e incluso varios de los “Padres fundadores” como Thomas Jefferson estaban convencidos de que los americanos blancos eran superiores tanto a las personas esclavizadas provenientes de África como a los habitantes originarios. Porque la bandera de la Confederación es hoy un símbolo de odio y racismo y por eso no es casual que, durante su gobierno, el presidente D. Trump defendiera el derecho de algunas bases militares de llevar el nombre de generales de la confederación. No hace falta explicar por qué.
Las actuales organizaciones de supremacistas blancos y grupos racistas utilizan conceptos como “genocidio blanco”, “despojo blanco”, y “la gran teoría del reemplazo” frases que escribió Payton Gendron, de 18 años autor de la masacre de hace algunos días atrás como justificación a sus acciones.
Esto pasó en Estados Unidos, es verdad. Acá nomás y tan lejos. Tan distinta a nosotros y tan igual. Porque el odio es universal, la xenofobia también. Porque se utiliza mas tiempo en enseñar a ver nuestras diferencias antes que las similitudes. Porque es mas sencillo decir te odio que decir te amo, insultar que elogiar, aborrecer que admirar.
El experimento Tuskegee no se trató de una cuestión de científicos locos y cobayos desprotegidos, se pudo hacer porque una sociedad, de un modo u otro, no solo permitió que se hiciera, sino que generó las condiciones para que se hiciera. Así como genera madres que matan a sus hijos, hijos que matan a sus padres, parejas que matan a quienes dicen amar. Y la sociedad, amigo lector, amiga lectora, nos guste o no, somos todos.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”