LA PANDEMIA PUSO TODO PATAS ARRIBA
Decir adiós no es irse
“Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie, delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes, y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas” (Julio Cortázar).
Luis Castillo*
Si observamos en un diccionario (qué arcaico suena leer y, más aún, escribir esta frase) la palabra: renuncia, podemos encontrar definiciones tales como: Abandonar voluntariamente una cosa que se posee o algo a lo que se tiene derecho; Desistir de hacer lo que se proyectaba o deseaba hacer, o similares. Como sabemos, una definición no es una explicación. Esta última difícilmente podamos encontrarla en un diccionario ya que ello precisa de un contexto, una interpretación y miradas que, por lo general, lejos de ser unívocas, no pocas veces son incluso contradictorias. Es el caso que nos ocupa hoy. La renuncia ¿Qué significa renunciar? ¿Es bueno a malo? ¿Elogiable o despreciable?
Sin dudas, la sociedad y la cultura marcan las pautas sobre las que pivotan las diferentes miradas acerca de un acto que podría ser ―y de hecho lo es la mayoría de las veces― trivial o intrascendente o que, en oposición y paradójicamente, también puede motivar expresiones de exaltación o de desprecio. El acto de renunciar es casi una constante y, al mismo tiempo, una invisibilizada práctica cotidiana de la que ni siquiera solemos ser conscientes. Ciertamente, cada vez que elegimos algo estamos renunciando a otra cosa. Nimia, seguramente. Intrascendente. Pero, claro, no olvidemos que elegir es renunciar y renunciar, al mismo tiempo, es una elección en sí misma. Ahora bien, bajo esta mirada, tanto las elecciones como su eventual manifestación, la renuncia a su alternativa o alternativas, son una herramienta esencial en nuestra vida cotidiana y si bien es poco probable que elegir si desayunar café con leche o mate cocido nos cambie la vida, elegir una carrera, renunciar a un trabajo o elegir una pareja (o renunciar a ella) sí puede tener otras connotaciones y gravitaciones en nuestro futuro. En nuestra sociedad actual, sin embargo ―admitamos que no es la única en ese sentido― toda renuncia lleva implícita cierto estigma de fracaso. Y nadie quiere ser catalogado como derrotista, que no es otra cosa que la aceptación de una derrota sin presentar resistencia. Menos aun cuando se valora en forma quizás exagerada la perseverancia, la tenacidad o el estoicismo y alcanzan casi la calidad de héroes quienes consiguen sus metas contra toda adversidad. Aun a costa de su propia felicidad, quizás, pero eso en una sociedad exitista o hipócrita poco importa.
Renunciar no es solo decir basta, es una toma de posición ante una circunstancia que, como ya se mencionó, puede tener íntimas y banales implicancias o repercusiones familiares o sociales de trascendencia inclusive históricas. Renunciar a seguir estudiando una carrera que creíamos era nuestra vocación o elección de vida no significa sino tener la capacidad de replantear nuestras propias decisiones (o ni siquiera nuestras sino visible o veladamente impuestas) y obrar en consecuencia. Asumir costos y responsabilidades. Hacer uso, en definitiva, de nuestra libertad para elegir, con su carga de incertidumbre, sí, pero de complacencia plena. Renunciar a un trabajo que no nos satisface, no nos enorgullece o no nos permite crecer puede llegar a ser un acto de asombrosa valentía en un mundo de competencia feroz y escasas plazas laborales o ―en contrapartida― ser visto como un cabal acto de irresponsabilidad e inmadurez. Todo depende de la mirada de los ojos que nos juzguen y eventualmente nos condenen.
En el caso de la política, renunciar a un cargo o una función pública para la cual sentimos que no estamos capacitados no deja de ser una valerosa forma de decirle a los demás que uno entiende la responsabilidad que implica ese lugar y nuestra decisión al respecto no está exenta de compromiso político, ético y moral. Dejar de ocupar un lugar que nos excede es una manera de defender y colocar el interés colectivo por encima del interés personal. Nunca se debería esperar a que se nos solicite una renuncia; en ese caso, ya se ha llegado tarde, descontando, claro, las no infrecuentes canalladas y bajezas que suelen facilitar o provocar crisis que solo se detienen o morigeran al estilo Luis XVI, es decir, entregando alguna cabeza a la turba.
En nuestra historia tenemos algunos ejemplos de lo que significa la renuncia como bandera de dignidad y ―lamentablemente― el costo que tiene muchas veces ser consecuente con los ideales que se proclaman. No podemos dejar de mencionar en este momento a Mariano Moreno, miembro de la Primera Junta y enfrentado políticamente en un todo con Cornelio Saavedra, presidente de esta; cuando en diciembre de 1810 Saavedra decidió que se votara la incorporación o no de los diputados del interior, la votación fue adversa a Moreno, quien creía que un ejecutivo con tantos miembros sería inoperante. Presentó entonces su renuncia. Como le fue rechazada, solicitó una misión fuera del país. Como sabemos, murió envenenado antes de asumir lo solicitado. En contrapartida, podemos citar el caso de Juan D. Perón; el 10 de octubre de 1945, presionado por sus pares del gobierno de facto instaurado dos años antes, presentó su triple renuncia a la vicepresidencia de la Nación, a la titularidad del Ministerio de Guerra y a la Secretaría de Trabajo y Previsión, siendo posteriormente detenido y enviado a la isla Martín García; una semana después, el 17 de octubre, miles de obreros se movilizaron a la Plaza de Mayo exigiendo la libertad de su líder. Esa renuncia, como vemos, en pocos días no solo lo llevó al coronel Perón del ocaso a la gloria, sino que iniciaba un movimiento popular por entonces inimaginable.
Tenemos, claro, ejemplos de renuncias infames y presentadas solo porque no quedaba otra alternativa, con lo que deja de ser una libre elección para ser una salida con opciones menos riesgosas. Me refiero a quien se conoce como el primer presidente argentino y que, dado el panorama político de entonces, difícilmente podemos llamarlo así, y cuyo año de gestión costó, entre otras cuestiones, la Guerra con el Brasil y el infame préstamo de la Baring Brothers que significó la primera deuda externa que contrajo el país, plena de coimas y corruptelas y que terminó de pagarse en 1904. Dados los enfrentamientos en los que se vio sumido el país, Bernardino Rivadavia presentó su renuncia y se exilió en España. Su último deseo fue que sus restos no volvieran a la Argentina.
Pero volvamos al siglo XXI, a este incierto 2022 y a las renuncias más domésticas. Menos espectaculares y difícilmente conocidas. A un fenómeno que arrancó en Estados Unidos y recorre el mundo y que se conoce como “La gran renuncia”. ¿Qué es eso? Un proceso que se disparó a partir de la pandemia del Covid-19, en donde una mezcla de factores generó un descontento de la situación laboral de millones de personas, particularmente en la población de trabajadores de entre 30 a 50 años, quienes en diferentes encuestas refirieron que no ven perspectivas de progreso ni horizontes de mejora en sus empleos. En definitiva, y claramente, no vislumbran posibilidades de mejora en su calidad de vida. Una verdadera incertidumbre e insatisfacción se ha apoderado de mucha gente que siente “que estaban hipotecando sus vidas por salarios miserables" tal como describió la académica estadounidense Patricia Campos-Medina; por otra parte, Robert Reich, exsecretario de Trabajo de Bill Clinton, afirmó: "Los empleados no quieren volver a trabajos agotadores o aburridos, con salarios bajos. Están quemados, están hartos. Después de tantas dificultades, enfermedades y muertes durante el año pasado, no aguantan más".
En nuestro país, la docente de la UBA Valeria Carbone afirmó "La Gran Renuncia se está dando entre quienes no pudieron apelar a lo virtual en su experiencia laboral, como los restaurantes (…) pero también en el sector salud y en otros rubros en los que la virtualización del trabajo fue absoluta y cuyos trabajadores quieren mantener esa virtualización laboral, pero se les exige un retorno al contexto anterior, ante lo cual se preguntan: ¿por qué hacerlo?"
Después de más de un siglo, el mundo entero ha podido ver la muerte de cerca, detenerse el tiempo cuando la inmediatez es la regla y el planeta todo fue un prolongado y terrible lamento. "Es posible que la forma en que pasamos nuestro tiempo antes de la pandemia no sea la forma en que queremos pasar nuestro tiempo después", dice Antony Klotz, a quien se atribuye la creación de este término.
En todos y cada uno de estos contextos, incluso renunciar a renunciar, en definitiva, no deja de ser una forma de renuncia.
*Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos