LOS MITOS DEL ALZHEIMER
El amor no tiene cura, es la cura
Al nacer, y como parte de nuestro desarrollo, comenzamos a atesorar recuerdos, aunque eso, en ese momento no lo sepamos y, por lo tanto, tampoco lo recordemos.
Para Vero y Pablo, Por Luis Castillo*
A fines de los años ´60 algunos investigadores crearon la Asociación de neurociencia más grande del mundo, fue en Washington, más precisamente en 1969. No está de más recordar, como antecedente, que ya en el siglo V un ignoto anatomista, Acmeón de Crotona, describió los nervios ópticos, que llevarían la información de lo que veíamos hacia el cerebro, dando por tierra todas las hipótesis previas acerca de que el órgano de los sentidos era el corazón. En 1808, Franz Gall publica la afirmación de que no solo todos los procesos mentales se dan en el cerebro, sino que, además, cada uno de ellos se ubica en un área específica; lo cual dio pie a muchas temerarias teorías científicas que afirmaban que se podían reconocer o predecir determinadas habilidades intelectuales o morales solo mediante la forma o el tamaño de las cabezas.
Pasaron muchos años hasta que los procesos cognitivos comenzaran a ser investigados e interpretados de un modo más racional y ―aunque pueda parecer contradictorio―, científico. No hace mucho que algunos investigadores como Reisberg, en 1999, hicieran hincapié en lo que ellos denominaron retrogénesis. ¿Qué es eso y por qué me interesa invitarlo a conocer ―no solo la palabra―, sino el concepto? Veamos.
Desde muchos aspectos, no es difícil observar ―y ciertos refranes populares y universales así lo confirman― acerca de las similitudes entre el envejecimiento y el desarrollo infantil normal. ¿O acaso no es habitual escuchar acerca de muchas personas mayores que “parecen que fueran niños”? Esta afirmación, convengamos, también tenía su sostén, si se quiere, en escritos médicos de hace más de 200 años. Ahora bien, la retrogénesis es un concepto que hace referencia al proceso mediante el cual las habilidades cognitivas e intelectuales van perdiéndose en orden inverso a cómo se adquirieron durante el desarrollo normal. Lo primero que adquirimos, desde este punto de vista, es lo primero que perdemos.
¿Por qué cobra interés ―o más interés, mejor dicho― este concepto en los últimos años? Porque, entre otras razones que después trataremos de abordar, el descenso de los índices de natalidad, la mejora en las condiciones sanitarias y sociales y, como consecuencia, el aumento en la esperanza de vida, han hecho que el número de personas mayores de 65 años sea cada vez más grande. Es decir, con el trascurso de los siglos ―en líneas generales― no solo vivimos más años, sino que, comparándonos con nuestros ancestros más cercanos o más lejanos, también mucho mejor. O al menos a eso es a lo que dicen aspirar todos los gobiernos del mundo.
En 1906, un médico alemán analizó el tejido cerebral de una mujer que había muerto de una extraña y desconocida enfermedad mental; esta mujer había ido perdiendo, sin ninguna causa aparente que lo justificara, la memoria, el lenguaje y hasta el normal o esperable comportamiento social. Sin embargo, no parecía ser una enferma psiquiátrica. Su cerebro, como era esperable, mostró lesiones que, hoy por hoy, ya son características de esa enfermedad que este médico estaba describiendo por primera vez y con cuyo nombre hoy se conoce a la enfermedad. Su nombre era Alois Alzheimer.
¿Cómo se relacionan estos dos hechos? A partir de los trabajos del mencionado Barry Reisberg, quien postuló la relación del mecanismo de degeneración cerebral que produce esta enfermedad con esa involución inversa a la que él llamó retrogénesis.
Ahora bien, derribemos dos o tres mitos antes de seguir adelante con este diálogo imaginario autor-lector. El Alzheimer ―como muchas otras enfermedades que provocan condiciones similares de deterioro cognitivo― no es una “enfermedad de los viejos” ya que, hasta un 30% de los casos de Alzheimer, se producen entre los 30 y los 65 años; en las personas con Síndrome de Down las probabilidades de padecer deterioro cognitivo son altísimas a partir de los 40 años y, finalmente, la idea de la retrogénesis no es muy bien recibida en general dentro del campo del Alzhéimer, no por razones científicas sino a partir de cuestiones éticas ligadas a este concepto y que tiene que ver con cierta infantilización denigrante de los adultos mayores. El “son como gurises chicos” que mencionábamos al principio.
Si termináramos acá está excesivamente breve crónica de un tema trascendental desde lo personal y social, dejaríamos un amargo sabor a biologicismo en todo lo antedicho. Hablamos de cerebros, de cuerpos, de conductas, como si todo eso, o tan solo la suma de todo eso alcanzara para convertirnos en personas ¿Y los sentimientos? ¿Y el amor? ¿Y la pasión? ¿Y los recuerdos, realmente mueren, desaparecen, se van, así nomás, cómo llegaron? Esto, apreciado lector o lectora, es lo que creo podemos invitarnos mutuamente a pensar, reflexionar y, hasta si le gusta la propuesta, sacar conclusiones que solo nos sirvan a cada uno. Si es que eso, de algún modo ―y yo creo que sí― nos hace sentir mejor. No sé si alguien tiene respuestas certeras para esas preguntas que escribí como una invitación, pero, si acaso existieran, la verdad, no me interesarían. Las respuestas creo, solo puede tenerlas y darlas uno y para uno mismo. Eso, como la experiencia, puede comentarse, compartirse, pero no enseñarse ni pretender que sirvan de enseñanza. Mi dolor es más mío aun que mis zapatos, que mi piel. Que mis retratos. Podemos olvidar. De hecho, olvidamos más de lo que recordamos, qué duda cabe (y afortunadamente; si no, que lo diga Funes, el memorioso personaje creado por Borges) pero hay cosas, hechos, pieles, olores, sonidos, miradas, palabras dichas o susurradas, momentos, incapaces de ser vencidos por ningún tipo de olvido.
Hemos logrado ―tecnología y ciencia mediante―, vivir más años. Las personas con demencias entre las cuales la enfermedad de Alzheimer es la más cuantitativamente importante es también cada vez mayor. Sabemos que los sentimientos positivos, el amor, aunque quizás no lo podamos expresar, están ahí, persisten. La enfermedad de Alzheimer hoy no tiene cura, quizás, en algún momento la tenga. El desamor, la indiferencia, el maltrato que muchas veces ―por ignorancia― damos como respuesta a quien no puede expresar lo que siente o lo que piensa pero que, no por ello deja de pensar o de sentir, sí la tiene. No hace falta que escriba su nombre, usted sabe de qué estoy hablando.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”