LOS NORMALES Y LOS PATOLÓGICOS
El miedo no es sonso (¿o sí?)

La galería de situaciones que pueden provocarnos esa conocida y temida (¿será una redundancia?) sensación puede ser interminable. O no.
Por Luis Castillo*
El miedo suele definirse como una reacción provocada ante la inminencia de un peligro. Real o imaginario, eso es irrelevante. La literatura especializada establece cuatro respuestas automáticas: huida, defensa agresiva, inmovilidad y sumisión, lo cual, para abordar el tema del modo en que deseo hacerlo no necesariamente es fundamental recordar ya que, obviamente, no existe persona alguna que no conozca de primera mano esa angustiante sensación que puede llegar hasta la enfermedad misma convirtiéndose en fobias o estados similares. No obstante, y sin pretender entrar a un terreno estrictamente médico o psicológico, podemos convenir en que es fácilmente diferenciable (al menos desde afuera, como observadores y no como padecientes) lo que podemos considerar miedos normales y miedos patológicos. En el primer caso, es lógico y normal temer a lo que a prima facie puede causarnos daño: un animal agresivo, una ruta peligrosa, un callejón oscuro; estas sensaciones que llamamos miedo tienen corta duración (hasta que termina el peligro real) y no suelen interferir con la vida cotidiana. Los patológicos, por otra parte, son los miedos que se activan aunque no haya peligro evidente y, asimismo, pueden prolongarse indefinidamente en el tiempo.
Sin embargo –y pese a lo que se proclama a viva voz (o texto)- desde las redes sociales en cuanto a no tener miedo al miedo, este es un mecanismo de protección. Tan antiguo como nosotros mismos y que ha evolucionado junto a nuestra propia evolución. El miedo es un mecanismo de supervivencia. Que un habitante de nuestra prehistoria tuviera o no ese angustiante desasosiego estaba directamente relacionado con sus probabilidades de vivir un tiempo más entre los suyos o ser devorado por algún animal salvaje o morir de sed en medio de un desierto. De allí que el miedo más ancestral sea quizás el miedo a lo desconocido. Por otra parte, es importante remarcar que cuando pensamos en las amenazas de hace 10000 años lo hacemos en función del riesgo de vida; hoy, sumamos a ese espectro el riesgo potencial de la afectación no solo a nuestro cuerpo sino también a nuestra autoestima. A partir de esta premisa podríamos decir que en nuestra sociedad actual el miedo en sí mismo podría considerarse hasta algo positivo, ya que nos ayuda a alejarnos de un suceso para el cual todavía no estamos preparados. Miedo al ridículo. A la exhibición pública de nuestras debilidades, nuestras falencias. Nuestras inseguridades. Ahora bien, ¿cuándo ese miedo es real y cuándo imaginario? He ahí el dilema.
Puede verse el miedo como una construcción, como algo arbitrariamente preparado y trabajado para generar esa sensación angustiosa y angustiante a nivel masivo. En definitiva, ¿puede construirse el miedo? Para responder a esto quizás deberíamos mencionar el concepto conductista de condicionamiento. Vamos a ver qué es esto. El conductismo es una rama de la psicología que se basa en la observación y análisis de la conducta y fue el psicólogo Frederik Skinner el padre de lo que se conoció como “conductismo operante”. Veamos un ejemplo. Albert es un niño de dos años al quien se instauró –según la propia descripción de Skinner- el miedo a las ratas. Refiere el psicólogo: "Al principio el niño no mostraba miedo a nada. Yo le acercaba una rata al niño y no le causaba ninguna reacción emocional, simplemente quería jugar con ella. Sin embargo, yo buscaba desarrollar el miedo en él, con lo que, cada vez que le presentaba la rata provocaba un intenso ruido (estímulo incondicionado que generaba miedo en el niño) y, de ese modo, el pequeño se ponía a llorar simultáneamente. A medida que se iban repitiendo las asociaciones entre el ruido (estímulo incondicionado) y la rata, Albert iba adquiriendo un miedo más intenso hacia esta última que se convirtió en estímulo condicionado (EC). Hasta tal punto que el pobre niño finalmente generalizó ese miedo a todas las cosas blancas.” Siniestro, ¿no?
Uno de los más lúcidos pensadores de los últimos años, el lingüista y sociólogo norteamericano Noam Chomsky, ha publicado numerosos artículos relacionados con lo que él denomina: la “cultura del miedo”, haciendo particular referencia a la utilización de la amenaza terrorista por parte del gobierno de los Estados Unidos para limitar las libertades y derechos civiles de ese país a través de inculcar a la sociedad estadounidense el miedo; hasta tal punto que los ciudadanos legitiman todo tipo de “acciones de control”, tal como la pérdida progresiva de privacidad mediante múltiples técnicas de espionaje masivo. Esto se incrementó notoriamente a partir del atentado a las torres Gemelas y la sanción de la Ley Patriótica, la cual habilita la utilización indiscriminada del espionaje interno. Y es que el miedo, entre otras características, es contagioso. El miedo, en definitiva –escribe Daniel Saavedra- “cercena la racionalidad del individuo y por lo tanto de la sociedad, nos convierte en animales obedientes, sin personalidad y sin pensamiento crítico. El miedo mutila la democracia y la libertad o como decía otro autor de renombre, escritor del fabuloso libro “Un mundo feliz”, Aldous Huxley, “El miedo ahuyenta al amor, la inteligencia y la bondad. Al final, el miedo llega a expulsar del hombre la misma humanidad.”
El científico y comunicador Guillermo Orts-Gil escribe: “El término "cultura del miedo" es relativamente nuevo, ya que se asocia normalmente a fenómenos originados con la aparición de los medios de comunicación de masas. Sin embargo, el concepto en sí lo podríamos seguramente encontrar también con otros nombres, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la historia. Una posible definición sería ésta: la cultura del miedo es el temor generalizado que se genera con el fin de influenciar en el comportamiento de las personas.”
Esto no significa que el miedo sea un invento de los medios de comunicación, pero, lo que sí está claro, es que estos pueden ser funcionales al poder y por lo tanto facilitadores de ese miedo al punto de alterar nuestra capacidad de juzgar el riesgo real y no poder diferenciarlo del imaginario. En nuestro país escuchamos con una liviandad que espanta cómo, por ejemplo, el último préstamo del FMI se utilizó, según expresó el ex presidente Macri, para salvar a los bancos ante el riesgo social que significaba que a estos les fuera mal. Al respecto, Otrs-Gil nos recuerda que “Tras el estallido de la crisis financiera en 2008, los medios de comunicación estuvieron difundiendo durante muchísimos meses los mensajes de políticos, expertos financieros y demás, avisando que era imprescindible salvar a los bancos. Si se dejaban caer a los bancos, las consecuencias serían catastróficas. Fue por ello que los bancos fueron rescatados con dinero público en muchos países de Europa. Sin embargo, ¿era esto realmente necesario en todos los casos? El Gobierno islandés decidió, ese mismo año, dejar caer a los bancos con graves problemas. ¿Hubo una catástrofe en Islandia? La decisión de dejar caer a los bancos tuvo, efectivamente, consecuencias para muchos inversores, pero que en ningún caso tuvo un efecto catastrófico para el país. Todo lo contrario, Islandia utilizó el dinero para otros fines y goza hoy en día de datos socioeconómicos envidiables, en comparación con otros países europeos.” Joaquín Estefanía refiere: "Hoy no se trata solo de los temores tradicionales a la muerte, el infierno, la enfermedad, la vejez, la indefensión, el terrorismo, la guerra, el hambre, las radiaciones nucleares, los desastres naturales, las catástrofes ambientales, sino también del miedo a un nuevo poder fáctico que denominan "la dictadura de los mercados".
Está instalada una verdadera cultura del miedo. Se ha instaurado lenta y solapadamente hasta hacerse carne en cada uno de nosotros y naturalizarla como algo que ya es parte indivisible de nosotros. Por eso es cultura. Cultura que, como dice la filósofa catalana Marina Garcés, convirtió "la curiosidad en sospecha, la crítica en acusación, las convicciones en dogmatismo y el debate en hostilidad y linchamiento (…) así se instala el miedo a hablar, a discutir, a disentir, a equivocarse, a exponerse, a experimentar. Cada uno se protege tras una identidad fuerte que sólo sirve para combatir a la contraria".
Las crisis sociales siempre están asociadas a contextos de incertidumbre donde se genera un aumento del miedo en las personas que componen una sociedad, por eso, dice Chomsky “la agenda mediática esté repleta de noticias negativas relacionadas con catástrofes, asesinatos, robos y demás acontecimientos violentos (lo que) genera una sensación de miedo e incertidumbre entre la ciudadanía”.
Si, como decía Herman Melville "la ignorancia es la madre del miedo" no es difícil definir cuál es el antídoto. La cuestión es acceder a él.
*Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos