CUANDO YA NO ESTAMOS…
El vasto universo de los imprescindibles

Era un maravilloso rey, pero tuvo la ocurrencia de morirse y entonces: A rey muerto rey puesto; el rey ha muerto, viva el rey. ¿Somos, de verdad, así de reemplazables?
Por Luis Castillo*
Es quizás inevitable en nuestro actual mundo de urgencias y falsas necesidades, que la palabra imprescindible se asocie invariablemente al mundo laboral. A lo competitivo dentro de ese universo de engranajes que anticipara Charles Chaplin en Tiempos modernos. Somos todos piezas desechables dentro de una maquinaria invisible en la que el sometimiento es muchas veces más importante que el conocimiento o la aptitud. Siempre habrá quien pueda hacerlo mejor o, al menos, más barato. O sin quejarse ni cuestionar nada. Un simple intercambio cuasi mercantil, capacidad por obsecuencia. Estas son las reglas, o se acatan o estás fuera. No se discute. El poder no se discute. Poder que puede ejercerse desde lo económico o lo social. O ambos. En la casa de Gran hermano lo que importa es la casa, no quienes la habiten.
Cuando una persona deja un lugar (en una empresa, en una pareja, en un gobierno, cito estos ejemplos para poner énfasis en lo innecesario del contexto) ese lugar, de algún modo, cambia. Nada deja de funcionar porque no estemos más, eso está claro, pero funcionará distinto. Mejor, peor, es solo una cuestión de perspectiva, pero, sin dudas, algo cambiará. Eso nos convierte no en imprescindibles sino en insustituibles. Aunque algunos diccionarios aseguren que estos términos puedan ser utilizados como sinónimos, no lo son. Que una empresa, un club o nuestra pareja anterior nos reemplace por otro u otra nos habla de nuestra prescindibilidad (A rey muerto, rey puesto, gritaban los vasallos) pero el hecho de que cada uno sea único nos hace insustituibles. Nadie es igual a otro. Cada persona es única. Cada padre, cada madre, cada hermano, cada amigo, cada hijo, cada mascota es única.
Reemplazar es ocupar un lugar en el que estaba otro, pero de ningún modo es ser ese otro. Si determinados sitios da lo mismo quién lo ocupe, lo prescindible quizás sea ese sitio.
En política sucede algo similar. La neroniana imagen —o ingenuo pensamiento— de que quien ocupa un determinado lugar de poder es irreemplazable a costa del caos emergente de su ausencia habla solo de egolatrías que no pocas veces provocan dolorosas divisiones en una sociedad que precisa —como toda sociedad— de todos y cada uno de sus ciudadanos con el objetivo común del bienestar general, como reza nuestra carta magna.
Aceptar como natural que se nos reemplace como si de repuestos se tratase es tan malo como creer que después de nosotros solo puede haber desconcierto y angustia producto de nuestro alejamiento. Tal vez el secreto sea saber cuál es nuestro lugar, nuestro momento, nuestro rol. Tal vez, sea bueno releer al poeta Jean Cocteau cuando afirmaba: “Yo sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué”. ¿Y nosotros?
Puede ser doloroso a nuestro ego darnos cuenta de que, muchas veces, nuestro mejor puesto en un evento deportivo, por ejemplo, quizás sea ocupando un lugar en las tribunas.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”