ELECCIONES 2023
La campaña sucia nos deja sin nada: mucho insulto y poca propuesta
¿Es necesario agredirse para hacer una campaña política? ¿Es necesario tratarse de drogadicto o esquizofrénico? ¿Cómo se hace para volver desde ese lugar? Se vuelve claro, como hicieron Bullrich con Milei, pero ¿a qué costo? El descreimiento de la política en general bajo el concepto de ‘son todos iguales’.
Jorge Barroetaveña
Corría el año ’88 y la figura de Menem crecía. Sus recorridas a caballo y con el poncho al hombro eran multitudinarias. Sus abultadas patillas eran motivo de sorna y discusión en todas las discusiones políticas. ¿El discurso? Era lo de menos. Generalidades. No decía mucho pero su imagen, en los círculos de poder y en la ‘casta’ de ese entonces, daba miedo. “Algo está pasando con el Turco, las caravanas son multitudinarias…”, le soplaron por aquel entonces a Antonio Cafiero que, desde hacía meses, se probaba el traje de Presidente de la Nación. Aquella interna famosa, en rigor, iba a definir el reemplazante de Raúl Alfonsín en la Casa Rosada, ni más ni menos.
No había redes sociales ni wasap. Sólo los diarios, las radios y el boca a boca eran los ejes publicitarios de las campañas. Pero la campaña del miedo podía abrevar igual. “Animal”, “bestia”, “bruto”, “ignorante”, eran calificativos habituales para Menem que hacia oídos sordos a las acusaciones. Es más, sentía y lo confesó después, que semejante nivel de virulencia lo terminaría por favorecer. Había algo invisible que lo conectaba con esas masas de gente que se le pegaba al Menemóvil y sólo buscaban rozarle una mano.
La historia es conocida. Menem dio el batacazo y le ganó a todo el aparato cafierista que contaba con el apoyo de la CGT y el statu quo. Si hasta Alfonsín prefería la victoria del bonaerense antes que al ‘payasesco’ riojano.
Aquella victoria de Menem podría analizarse en dos planos. Todas las cosas que le dijeron no sirvieron para asustar a la gente que estaba peor que lo que podría imaginarse con Menem en el gobierno. Sería el grupo de los desencantados con el sistema que ya no tienen nada para perder. El otro plano es que Menem, una vez en el poder, hizo lo contrario de lo que había dicho que iba a hacer. Aún así, en el ’95 ganó por amplio margen su reelección y forzó al radicalismo, con amague de re-re a una reforma constitucional todavía vigente.
El que pretenda comparar a Menem con Milei no debería equivocarse en un detalle clave: Menem también formaba parte de aquella casta. Había sido 3 veces gobernador de La Rioja y un personaje activo en el partido peronista. No era un outsider de la política, aunque no compartiera los ‘modos’ políticos de aquellos tiempos. Milei sí es un outsider de la política y eso le ha costado mucho en el proceso electoral. No sólo por algunos personajes que han aparecido a su alrededor, también por varias cosas que dijo y hoy debe estar arrepentido. La retahíla con las críticas se repite: la venta de órganos, la educación pública, la venta libre de armas. Atrás quedó el proyecto dolarizador que le permitió instalarse en la agenda y hacerlo con una propuesta concreta. Equivocada o no.
Después del golpe de la elección general, ha recalibrado la mira, ignorando si le alcanzará para convencer a los millones que necesita para ser Presidente. Massa, con la ventaja que da el aparato del estado y su doble condición de candidato y presidente, no escatima esfuerzos y, si es necesario, le saca el jugo a las piedras. Le dice a cada uno lo que quiere escuchar, aún incurriendo en contradicciones con sus propios dichos, pero no importa. Cada voto que se consiga cuenta para ganar, una elección que a priori luce cerrada.
En este contexto, los pretendidos especialistas brasileños que le mandó Lula, en campañas sucias o negativas como se conoce en la jerga, ¿suman o restan? La descalificación burda y permanente del adversario, recurriendo a golpes bajos y a cuestiones privadas, ¿puede seguir siendo una herramienta válida? Los responsables judiciales de las campañas electorales en la Argentina, no tienen nada para decir sobre eso? Hoy existen las redes sociales desde donde cualquiera se siente en condiciones de poner o escribir cualquier cosa. Otra historia es en boca de los candidatos y su gente. En afiches callejeros o en publicaciones en los medios gráficos y en televisión.
En realidad, lo que hacen, es destruir los pocos lazos de convivencia que quedan. Los principales responsables son los dirigentes políticos que, con tal de ganar una elección, dejan los escrúpulos de lado. El resultado es más descreimiento y excepticismo de una sociedad que mira con angustia lo que pasa. Porque los problemas, lejos de solucionarse, se agravan. Entre 2020 y 2023, según un estudio de la UBA, se fueron del país 370.000 argentinos. La mayoría porque no ven futuro en su propia tierra. No hay drama más grande que ese: un sistema que le hace perder esperanza a la gente.