POR LUIS CASTILLO
Las nuevas mujercitas

De un modo semejante al que describiera Louisa May Alcott en su ya clásica novela, hubo y habrá nuevas mujercitas que están cambiando al mundo y otras que marcaron con talento y lágrimas un camino a seguir.
Luis Castillo* El 30 de setiembre de 1868 se publicó un libro que fuera escrito por encargo a una escritora que gozaba de cierto renombre -no fama- y, para sorpresa de todos –en especial de sus editores- fue un éxito impresionante. Dos mil copias vendidas en pocos días marcaban un verdadero hito a punto tal que, un año después, debió ser escrita una segunda parte dado el nivel de intriga que había logrado en su relato. Little women y luego Good Wives (traducida como Buenas esposas) fueron posteriormente editadas en un solo volumen titulado: Mujercitas. Sin dudas, sorprendía que una historia tan simple y liviana -no podía ser de otra manera ya que estaba dirigida a mujeres-, pudiera generar tamaña revolución, lo que obligó a sus editores a una relectura un poco más profunda. Hecho esto, se detectó el probable motivo del éxito y se atribuyó el mismo a que ciertos capítulos podían ser considerados “impropios” por lo que, en 1880, fue brutalmente censurada. La versión completa original se publicó en español recién en 2004 y, aun con casi 200 de 500 páginas ausentes en algunas versiones, inspiró a escritoras como Simone de Beauvoir, J.K. Rowling, Patti Smith y Pilar Adón por nombrar solo algunas. “Me identifiqué apasionadamente con Jo, la intelectual. Brusca, huesuda, Jo trepaba a los árboles para leer; era más varonil y más osada que yo, pero yo compartía su horror por la costura y el cuidado de la casa, su amor por los libros. Escribía, para imitarla mejor compuse dos o tres cuentos” confesó S. de Beauvoir, y es que la novela no solo rompía secretamente con algunas conductas impuestas a la mujer, sino que dejaba entrever entre sus páginas que las mujeres podían, de proponérselo y luchar por ello, ser libres de hacer lo que quisieran y ser como quisieran. Apenas eso. Anne Boyd Rioux, profesora de la Universidad de Nueva Orleans, en El legado de Mujercitas dice: “una de las razones por la que tantos lectores varones se han sentido incómodos con Mujercitas es que invierte la mirada entre personajes femeninos y masculinos como pocos textos literarios han logrado hacerlo. Por primera vez, las chicas están en el centro y los varones en la periferia. Si relegamos Mujercitas a la lectura hogareña y sólo para niñas se pierde la oportunidad de entender otra sensibilidad y de involucrarnos en los debates que plantea el libro acerca del género y de lo que significa crecer”. Juliet Menéndez, dominicana de segunda generación criada en Harlem, escribió un libro que está teniendo un éxito muy importante a partir de retratar a quienes ella considera las mujeres latinas que cambiaron la historia y que, naturalmente, alguna vez fueron niñas con grandes sueños y por eso tituló a su obra: Latinitas. Allí, aparecen niñas como la boliviana Juana Azurduy de Padilla, que peleó en la guerra de la independencia americana; la dominicana Solange Pierre, que demandó a su gobierno para conseguir derechos humanos básicos para los domínico-haitianos; la astrofísica puertorriqueña Wanda Díaz-Merced; una pequeña Isabel Allende que andaba persiguiendo a los fantasmas que su abuela convocaba en las sesiones de espiritismo; la artista brasileña María Auxiliadora da Silva dibujando en una pared con carbón de la estufa de la cocina, mientras la comida que debía vigilar para su madre “se carbonizaba” o la arquitecta argentina Susana Torre y su prima construyendo casas para pájaros con ramitas y barro. Más adelante, se cuenta en este libro lamentablemente aun no editado en Argentina, acerca de una niña uruguaya, Juana de Ibarbourou, que disfrutaba de su colección de orugas y mariquitas en frascos, que escribe su primer soneto a los 14 años y a los 17 descubre que tiene suficientes poemas como para publicar un libro, pueden adivinarse las lágrimas en el rostro bronceado de la pequeña que luego se convertiría en una ingeniera topográfica de su país El Salvador, Antonia Navarro, cuando desafía a los profesores de sus hermanos, que le dicen: “las niñas no son lo suficientemente inteligentes para hacer matemáticas”, y será la primera mujer de toda Centroamérica en graduarse en una universidad. Ni qué decir de la cubana Alicia Alonso, que duerme con las zapatillas de ballet bajo la almohada, se escapa a los 15 años a Nueva York y, mientras lucha con un severo trastorno de la visión a los 20 años, se convierte en una sensación de la noche a la mañana como sustituta de última hora en el papel de Giselle. No quisiera terminar esta breve enumeración sin mencionar a Sylvia Méndez, la primera niña latina que eliminó la segregación en una escuela estadounidense totalmente blanca, y Ellen Ochoa, la primera astronauta latina que fue al espacio. La lista de mujeres que hicieron historia y La historia sería interminable si la memoria fuera justa y las narraciones históricas no hubieran sido escritas por hombres que destacaron a otros hombres que, en el mejor de los casos, tuvieron alguna notable mujer detrás de sí. Todas esas mujeres, cada una de ellas, como en la narración de los libros citados, fue niña antes de ser mujer, de elegirse mujer o de elegirse como quisiera, fueron niñas y soñaron, cada una a su manera, con transformar su mundo, sin pensar siquiera que con eso podrían estar transformando el mundo de otras cien, de otras mil, de otras tantas que ni siquiera tienen muchas veces la posibilidad de soñar o soñarse distintas. Libres. Ellas. No es casual que Mujercitas no sea un libro que hoy se lea entre las adolescentes o que el nombre de su autora sea tan desconocido como sus propios contemporáneos hubieran deseado, pero alguien que luchaba hace 150 años por la alfabetización femenina, la posibilidad de las esposas de solicitar de divorcio, el control familiar de la tasa de natalidad y la igualdad intelectual entre hombres y mujeres, por fuerza debía ser silenciada del modo más cruel, que es a través del olvido. Detrás de cada niña que hoy camina por nuestras calles, juega en las plazas, chatea con sus amigos o amigas a través de su móvil, quizás pueda haber una artista, una científica, una gran líder o simplemente una gran persona, pero lo más importante es que sea una persona libre y feliz, capaz de elegir qué ser o no ser, sin que nadie decida por ella, sin que nadie se robe sus sueños ni amordace sus anhelos. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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