OPINIÓN
Leo, luego, existo
El filósofo Heráclito decía: "¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes? Yo no he escrito para vosotros, sino para quien pueda comprenderme."
Luis Castillo* Como observa U. Eco en relación a esta frase: la mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte a todos, y elaborada a medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La cultura, lo culto, es un privilegio de unos pocos elegidos. Un don, si se quiere. Y como tal no puede ser universal. De todos y para todos. Por eso su antítesis —bajo estos términos— la cultura de masas, sería la anticultura. “Y puesto que ésta nace en el momento en que la presencia de las masas en la vida social se convierte en el fenómeno más evidente de un contexto histórico, la “cultura de masas” no es signo de una aberración transitoria y limitada, sino que llega a constituir el signo de una caída irrecuperable, ante la cual el hombre de cultura (último superviviente de la prehistoria, destinado a la extinción) no puede más que expresarse en términos de Apocalipsis” remata Eco en su ya clásico Apocalípticos e integrados. Cuando a mediados del siglo XX, las radios se habían hecho parte de la vida diaria en las casas y hasta en los automóviles, la televisión asomaba poniendo en riesgo el reinado de las voces y reemplazando la imaginación por imágenes; era innegable que algo nuevo e inimaginable estaba naciendo: una producción cultural que encontraba formas de producción y reproducción impensables apenas unas décadas atrás. La cultura de masas. Los más críticos, veían solo cuestiones económicas detrás de todo esto, grandes conglomerados multinacionales promoviendo determinados valores y estableciendo una nueva forma de manipulación del ocio de las masas, de sus deseos y sus necesidades, con la consecuencia lógica del empobrecimiento de la cultura transformada en mercancía. Pero el tono apocalíptico de estos críticos, dirá Eco, tiene mucho que ver con considerar a la cultura como una actividad solitaria en cuyas cimas se encuentran unos pocos, alturas desde donde la mera idea de una cultura accesible a todos no puede más que expresar “una caída irrecuperable”. En contrapartida con esta mirada, están quienes ven en la cultura de masas una acción democratizadora ya que permite acercar el arte a nuevos públicos, los cuales, en general, están limitados en su posibilidad tanto en sus posibilidades de disfrutar como de producir arte. No sé por qué recuerdo en este momento que uno de los imperdonables actos de Lutero y que casi le costó la excomunión, fue traducir la Biblia al alemán desde el latín, permitiendo que cualquiera pudiera no solo leer sino interpretar, sin intermediarios, la palabra de Dios. Ahora bien, la cultura de masas presenta aspectos positivos que deben aprovecharse, como por ejemplo, la divulgación de información a través de los medios electrónicos y las redes sociales, que posibilita el acceso a datos que antes se encontraban restringidos a grupos de élite, lo cual habla de una igualdad de derechos dentro de un campo cultural determinado. En general se define cultura de masas como el entramado social constituido por las costumbres, modos, formas y tradiciones que tiene una determinada sociedad; es importante remarcar que la cultura de masas fue aquello que comenzó a tener en cuenta a los integrantes de la sociedad como consumidores; y, debido a esto, la escuela de Frankfurt argumentó que, merced a la cultura de masas, fue posible que el capitalismo alcanzara su mayor éxito. Por eso es importante destacar el concepto de cultura popular, definido como la acumulación de diversas manifestaciones tales como la música, literatura, arte, moda, danza, cine, radio, televisión, etc., que no solo son consumidos por el más amplio público sino —y fundamentalmente—, producidos en forma local y no como resultado de la globalización. Como es evidente, la distinción es, si se quiere, muy sutil. Pero no inocente. No nos olvidemos que el término cultura popular nació en el Siglo XIX para diferenciar la “alta cultura” de la “baja cultura” es decir, la cultura popular. Pero no todo se limita al arte. Veamos. Escribe Manuel Castells en La sociedad red: “la noción de cultura de masas surgió a partir del término de sociedad de masas y como expresión directa del sistema de medios de comunicación a partir del control ejercido por los gobiernos y oligopolios empresariales sobre la nueva tecnología electrónica de la comunicación”. Tanto es así que, en la actualidad, los medios de comunicación constituyen un elemento decisivos que nos permite estar en continua comunicación con los distintos sucesos sociales, políticos y económicos tanto locales como mundiales y la televisión continúa manteniendo un enorme poder como instrumento de propaganda e influencia sobre el modo de actuar y pensar de las personas, ya que logra modificar la forma en que se percibe y comprende la realidad. Algo sobre lo ya alguna vez hablamos bajo el nombre de posverdad. Hoy como nunca, a la historia la escriben los medios de comunicación, la televisión en primer lugar, pero también los medios escritos y, por supuesto, la radio. La justicia ya no se dirime en los juzgados sino en los medios, las nuevas iglesias conquistan a través de los medios masivos, la política se construye en los medios, la verdad y la mentira se construyen y deconstruyen en los medios. Hoy —asegura Sergio López Ayllón— la información en un fenómeno comercial, al ser ésta un medio determinante en la formación de la opinión pública y el hecho de informar se convirtió en una industria de elevado costo, pero de alta rentabilidad económica y política. El problema del fenómeno de culturas de masas se da cuando éstas se vuelven exclusivamente receptoras de la información que surge de los medios sin mediar análisis ni reflexión; la única alternativa es simple y a la vez difícil: leer. No importa el formato. Leer. Es lo único que puede fortalecer una actitud crítica ante lo que se nos ofrece en los sistemas mediáticos al poner en práctica facultades exclusivas del ser humano tales como la imaginación, el análisis crítico, la creatividad y la concentración. Qué quiere que le diga, antes que a Heráclito, prefiero a Descartes. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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