EL PLACER DE RELEER
Leyendo espero
Leer no es una simple cuestión de gustos ni de hábitos. Es una forma de completarnos como personas, como seres libres; es, en definitiva, una necesidad.
Por Luis Castillo*
Una simplificación extrema pero que suele ser útil acerca de Heráclito es su conocida frase: nadie se mete dos veces al mismo río, en clara alusión a que los hechos, los momentos, los sentimientos, son únicos e irrepetibles. El río, como la vida, fluye en forma permanente y quien se mete en sus aguas es tan distinto como el agua misma de ese rio que va cambiando a cada instante.
Lo mismo sucede con los libros. Ese objeto que, al decir de Borges, “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.” Ahora bien, podríamos preguntarnos, de la memoria y la imaginación de quién, ¿del autor o del lector? ¿o de ambos?
Solo hay un placer mayor al de leer un buen libro, releerlo. En diferentes momentos, etapas, circunstancias y notar cómo ni el libro ni nosotros somos los mismos, diría parafraseando a Neruda en su clásico Poema 20. La pregunta que se me ocurre como obligada en este momento es ¿y qué es un buen libro? Quizás definir eso sea tan difícil como insensato. ¿qué es una buena casa, una buena familia, un buen amigo, una buena pareja? ¿qué son los buenos tiempos sino los recuerdos que tenemos de ellos? Con los libros, se me ocurre, sucede algo similar, el recuerdo de su lectura nos transporta a un lugar, un tiempo y una circunstancia en donde, por alguna razón (no necesariamente conocida) fuimos felices. Esos, entonces, son los buenos libros. Aquel o aquellos que, de un modo u otro, consciente o inconscientemente, nos transformaron. Nos despertaron o bien, nos encaramaron al ensueño de lo imposible en el mundo real pero no en el de los libros, en donde todo es posible. Al menos hasta el momento en que vuelven a cerrarse.
Sin embargo, hay quienes se empeñan en catalogar —como si de una cuestión entomológica se tratara—, a los libros que merecen leerse y aquellos que están llamados al olvido desde el momento mismo de su aparición; críticos que dividen a los lectores cultos (como ellos) del lector vulgar para el cual solo deben estar accesibles ciertas lecturas “menores” ya que no todos los lectores están en condiciones de interpretar adecuadamente un texto. Como afirma Eva Jimena Vila: “La literatura es siempre una expedición a la verdad” decía Kafka, pero ¿cuál es la verdad? ¿Y de qué depende la verdad? Porque siempre llegamos a diferentes puertos. Si los constructivistas como Gregory Bateson sostenían que la realidad es una construcción propia y que hay tantas realidades como seres humanos, porque vivimos cercados de percepciones de percepciones de percepciones, y así ad infinitum, también se puede decir que hay tantas interpretaciones como seres humanos. Y aún más: hay tantas interpretaciones por cada ser humano como la cantidad de lecturas realice”.
Pero, claro, en esto, como en cada instancia de pensamiento, hay quienes buscan que prevalezca la mirada del poder. Seductor y coercitivo. Silencioso y agazapado como una serpiente. Vigilante.
Sin dudas, la construcción sigilosa de la impronta cultural es la que va marcando las pautas invisibles del buen o mal gusto, de lo que está bien y es necesario, de lo malo, lo improcedente o lo peligroso. No es casual que para los regímenes totalitarios no haya nada más peligroso que el arte y, dentro de este, la literatura. La poesía. Los libros. Sí, los libros siempre fueron peligrosos. Ya San Anselmo, teólogo y doctor de la iglesia afirmaba en el año 1100 “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”. Y vaya si son peligrosos los libros ya que de no haber sido por ellos jamás nos hubiéramos enterado de que hubo un monje que hace 500 años hizo que sus “95 tesis” no solo se extendiesen en pocos meses por toda Europa, sino que, básicamente, sirvió como herramienta para acercar la Biblia a los fieles ya que, hasta ese momento, la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras era monopolio de la iglesia. Fue el mismísimo Lutero quien tradujo la Biblia del latín al alemán y estas, al mismo tiempo, sirvieron como modelo para traducirse con más facilidad a otros idiomas logrando que “la palabra de Dios” pudiera ser leída e interpretada por todos y no solo por unos pocos iluminados. Cuanta razón tenía San Anselmo si consideramos que ese niño, al aprender a manejar la espada, deja de ser indefenso y ser niño para pasar a ser guerrero. Por eso se convierte en alguien peligroso. Por eso la lectura es peligrosa a los ojos del poder.
Hablemos entonces acerca de ese placer que muchos desconocen y del que otros disfrutan que es el de la lectura. Y la relectura. Como mencionamos antes, la lectura e interpretación de un texto cualquiera (desde un libro de cuentos infantil hasta un artículo académico o una carta amorosa) se hace desde una ubicación temporo-espacial como así también desde un lugar sensitivo determinado; así, Georges Duhamel afirma que “cuando se lee un libro, según qué estado de ánimo, sólo se encuentran en él interpretaciones de ese estado”. Y volvemos a Borges: “Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.” No es muy difícil comprobar esto. Leer El Principito a los diez, a los veinte, a los cincuenta o a los ochenta años nos produce sensaciones estéticas diferentes; la rosa, el zorro, los boababs, cobran significados distintos y es que, en definitiva, son distintos. No son los mismos ni ellos ni nosotros. No son imperturbables porque estén plasmados en tinta como no dejan de hablarnos todo el tiempo pese a que no tienen voz audible. No al menos para los demás. Solo para el lector que una y otra vez, a la siesta, a la madrugada, a la noche, abre las páginas como si fuera la primera vez que lo hiciera (y quizás lo sea) y dialoga con cada palabra, con cada imagen. Solo quien ha tenido el placer de abrir alguna vez un libro puede comprender cómo es posible dialogar con autores que quizás ya hayan desaparecido hace cientos de años o bien que, pese a la contemporaneidad, creeríamos imposible comunicarnos con ellos. O acaso alguien duda de que para sentir el olor de la madera del caballo que están construyendo para conquistar Troya solo es preciso abrir las páginas de la Ilíada.
En la ya clásica obra (aunque muchos ni siquiera conozcan qué es ni de qué habla) Fahrenheit 451 escribía Ray Bradbury: “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. Es que, así como se debe apostar a la construcción de nuevos lectores hay quienes, al mejor estilo de la novela antedicha, trabajan para que solo se lea lo que “deba ser leído”. Por eso existe la ALA (oficina para la libertad intelectual de la Asociación de Bibliotecas Americanas) cuya función no es otra que esa: censurar. Prohibir leer lo que ellos consideran que no debe ser leído. Al menos en su área de injerencia: las bibliotecas y las escuelas. En 10 años se reportaron 5.099 denuncias, entre ellas, 989 por materiales inadecuados para menores, 619 por violencia y 361 por homosexualidad; 274 por temas satánicos u ocultismo, 291 por puntos de vista religiosos y 119 porque iban en contra de la familia; entre algunos de los libros censurados y su motivo tenemos: El diario absoluto de un indio de medio tiempo, de Sherman Alexie. Trama: Junior, un joven de 14 años, decide estudiar, con el apoyo de su maestro, fuera de la reserva de nativos americanos. Razones de la censura: anti-familiar, insensibilidad cultural, presencia de alcohol, tabaco y drogas, violencia. Tres con Tango, de Justin Richardson y Peter Parnell. Trama: Dos pingüinos machos se convierten en pareja, mientras cuidan un huevo que el encargado del zoológico les dio. Basado en hechos reales. Razones: mensajes en contra de la familia, homosexualidad, posturas políticas y religiosas, inadecuado para menores, promoción de una agenda homosexual.
“La mayoría de nosotros —leemos en Fahrenheit 451— no podemos salir corriendo por allí, hablando con todo el mundo, ni conocer todas las ciudades del mundo, pues carecemos de tiempo, de dinero o de amigos. Lo que usted anda buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro. No pida garantías. Y no espere a ser salvado por alguna cosa, persona, máquina o biblioteca. Realice su propia labor salvadora, y si se ahoga, muera, por lo menos, sabiendo que se dirigía a la playa”.
*Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre todos.