UN PASEO POR EL HORROR
Los muertos que vos matáis

Ciertas prácticas que creíamos no solo desterradas, sino que su persistencia en la memoria solo se justifica como el no olvido de horrores del pasado, siguen ahí. Silenciosas y macabras.
Por Luis Castillo*
Fue la periodista Rachel Aviv quien, en un brillante artículo publicado hace pocos meses en The New Yorker, puso en conocimiento y alerta a instituciones, gobiernos y -fundamentalmente- a todo un universo de personas aún bajo un letargo intra o postpandemia (cómo saberlo) de otro universo oculto, silencioso (o, diría mejor, silenciado) y perverso.
La segunda guerra mundial, sumado a los horrores de toda guerra, agregó el componente de una cantidad obscena de modos de tortura disfrazados de “experimentos científicos” de los cuales el mundo fue tomando conocimiento tras la eliminación de los diferentes campos de concentración en donde hombres, mujeres y niños eran sometidos a indescriptibles tormentos pergeñados, coordinados y dirigidos por “científicos” que, en nombre de la ciencia, daban rienda suelta a su sadismo.
Imágenes en blanco y negro aún persisten como mudos testimonios del horror y el desprecio hacia la vida, pero, lo que no debemos soslayar, es que todo eso era posible porque había un poder que lo permitía. Lo alentaba. Lo protegía. Un poder que, desde lo político, quería mostrase como el modelo hegemónico y perfecto. Un poder imperial, casi Divino. O no tan casi, porque un poder que se atribuye la potestad de decidir sobre el derecho a vivir o morir de los otros es lo más parecido a sentirse dioses.
Pero todo eso parecía algo del pasado; de hecho, ya podemos hablar de sucesos del siglo pasado, con la carga semántica que eso conlleva. Hoy, vemos como se utiliza hasta su banalización la expresión: experimento nazi. Bestialidades que llevaban adelante gentes de otro siglo, no de este nuevo mundo tecnológico pleno de información, conocimiento y conquista permanente de derechos. Sin embargo, el 19 de julio de este 2021 la nota de la periodista Aviv nos obligó a volver un poco sobre nuestros pasos y revisar archivos, algunos del siglo pasado, sí, pero otros de la década pasada. El título del artículo es elocuente y certero como un cachetazo: “El experimento alemán que colocó a los niños adoptivos con pedófilos”.
Sí, leyó bien. El experimento alemán que colocó a los niños adoptivos con pedófilos. Repasemos un poco la historia. “En 2017, un hombre alemán que se llama Marco se encontró con un artículo en un periódico de Berlín con una fotografía de un profesor que reconoció desde la infancia”, así comienza el artículo al que hacemos referencia. El profesor al que había visto en la publicación se llamaba Helmut Kentler y, en un determinado periodo, fue uno de los sexólogos más respetados e influyentes de Alemania. Este psicólogo, sexólogo y profesor de educación social en la Universidad de Hannover comenzó su experimento en 1969 y esa práctica fue aceptada, apoyada y defendida por políticos y académicos hasta fines de 1990.
Desde los primeros meses de 1970 y durante más de 30 años, con la autorización y el apoyo financiero del Senado de Berlín, Kentler colocó a niños adoptivos en hogares de pedófilos con el fin de facilitar el abuso sexual infantil, un proyecto que más tarde se denominó "Experimento Kentler”. Su fundamentación se basaba en que "el contacto sexual entre niños y adultos no es dañino" e incluso, “los pedófilos son particularmente adecuados como padres adoptivos”. Con un cinismo que asombra -tanto o más por parte de quienes lo apoyaban tanto científica como económica y políticamente- afirmaba que “las relaciones sexuales entre niños y adultos es un acto legítimo y positivo para el desarrollo de los adolescentes”. Ahora bien, uno pensaría que esto se llevaba a cabo en cenáculos oscuros y con estrictos códigos de silencio como si de una secta satánica se tratara, pero no, el ilustre investigador de la Universidad de Hannover hizo pública su prueba piloto en varias ocasiones durante la década de 1980 incluso llegando a publicarse sus conclusiones en una revista de la izquierda, frente a miembros del Partido Demócrata Libre del Bundestag y en 1988 en un informe científico. Curiosamente (o no tanto) y como una muestra irrefutable de impunidad y complicidad oficial, Kentler refirió en una nota periodística que se le realizó en 1980 que solo entonces podía informar sobre el experimento porque "los crímenes cometidos por todos los involucrados ya han prescripto".
Repasando sus publicaciones, podemos ver que Kentler, en todo momento, evaluó los resultados de su experimento como un éxito; se basaba para tales afirmaciones, por ejemplo, en que los niños que “participaron” del mismo, “todos ellos analfabetos que sufrían problemas mentales secundarios”, “lograron convertirse en personas independientes, que llevaron una vida decente y discreta, sin ni tan solo llegar a ser homosexuales", y continúa en uno de sus informes oficiales: “Estaba claro para mí que estos hombres (se refiere a los pedófilos) hicieron tanto por 'sus' hijos principalmente porque tenían una relación sexual con ellos (…) "Pero no ejercieron ninguna presión sobre los niños, y tuve especial cuidado en mi supervisión de que los niños no se sintieran presionados".
Como si todo esto fuera poco, los hombres a quienes se entregaba “en custodia” a los niños, recibían un subsidio del Estado por sus servicios. Subsidios entregados por el mismísimo senado de la nación alemana. “A pesar de que Kentler sostuvo que los menores pasaron en adopción a la edad adolescente, uno de ellos sostiene que el pedófilo lo violó a él y a uno de sus hermanos adoptivos desde la primera infancia, hasta que tuvieron alrededor de 14 años, y todo bajo la responsabilidad de la oficina de bienestar juvenil de Schoneberg”, consigna el periódico Berliner Zeitung; por otra parte, investigadores de la Universidad de Hildesheim describieron el esquema como una "red entre instituciones educativas" en donde “todavía se desconoce el número exacto de víctimas, y muchos archivos relacionados con la red siguen clasificados por las autoridades municipales y estatales, pero los investigadores afirman que los servicios sociales permitieron a los pedófilos “cazar” con impunidad "en toda Alemania".
El primer informe sobre el "Proyecto Kentler" fue publicado en 2016 por la Universidad de Göttingen. Académicos de la Universidad de Hildesheim reportaron en un informe de 2020 encargado por el Senado de Berlín que "el Senado también administraba hogares de acogida o pisos compartidos para jóvenes berlineses con hombres pedófilos en otras partes de Alemania Occidental". Los autores afirmaron que "estos hogares de acogida estaban dirigidos por hombres a veces poderosos que vivían solos y a quienes la academia, las instituciones de investigación y otros entornos pedagógicos les otorgaron este poder que aceptaron, apoyaron o incluso vivieron las posturas pedófilas". Investigaciones posteriores permitieron descubrir que muchos de los padres adoptivos eran académicos de alto perfil, tales como miembros de alto rango del Instituto Max Planck, la Universidad Libre de Berlín y la tristemente célebre Escuela Odenwald en Hesse, Alemania Occidental, que fuera clausurada tras un gran escándalo de pedofilia hace algunos años.
Ahora bien, todo esto que narro se conoció, como ya mencioné, a partir del informe de la periodista neoyorkina hace menos de cinco meses, pero demuestra, a todas luces, que era un secreto a voces en muchas instituciones y países civilizados de occidente.
Escribe María Luisa Piqué en un artículo de abril de este año: “Hace unas semanas los medios de comunicación argentinos reportaron la angustia de Mailín Gobbo en la puerta de un tribunal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, cuando acababa de recibir el veredicto del juicio contra el ex sacerdote Carlos Eduardo José por las denuncias de abusos sexuales que afirmó padecer en su infancia. El Tribunal no sentenció que José fuera inocente, no determinó que los hechos no ocurrieron, sino que ya había pasado demasiado tiempo y que por lo tanto los delitos habían prescripto.” María Mercedes Rossi, por su lado escribe “Gran parte de los delitos contra la integridad sexual de menores quedan, con frecuencia, impunes en función de que el niño depende de la representación de algún adulto integrante del grupo familiar que, en muchos casos, puede identificarse como el propio agresor o alguien ligado a él. Entonces la víctima, al alcanzar la mayoría de edad –o la madurez personal necesaria para accionar–, se enfrenta, muchas veces, a una acción penal prescripta.”
Mailín, al conocer la sentencia dijo: “las secuelas de una violación no prescriben ni en el cuerpo ni en el alma” y, no sé por qué, me recordó una frase de la comedia francesa Le Menteur (El Mentiroso), escrita por Pierre Corneille en 1643 (y falsamente atribuida al Don Juan Tenorio, de José Zorrilla) cuando expresa: “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
*Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos