POR LUIS CASTILLO
Muerte a la carta
No siempre fue motivo de debate. Quienes están a su favor difícilmente cambien de opinión, a quienes están en su contra, no pocas veces la duda los intranquiliza.
Por Luis Castillo* Cuándo y por qué nació la pena de muerte es algo no tan difícil de rastrear. Lo es, sí, de interpretar si no se hace en un estricto marco de contextualización histórico-social y, aun así, no es sencillo y mucho menos está exento de sesgos de los más diversos tipos. Una de las certezas más importantes que se tiene al respecto es que el primer autorizado a quitar la vida –quizás con un argumento tan primitivo como que era él quien la había dado- fue el padre. El padre biológico o el padre simbólico, en nombre de las religiones. Más acá en el tiempo, el Derecho romano, -del que emanan las bases de prácticamente todo el derecho occidental- autorizaba a los padres a disponer “ad libitum” –es decir “a voluntad”- de la vida de sus hijos, sus esposas y sus criados. Marco la distancia de origen con el Derecho no occidental ya que, por ejemplo, en China, luego de que la Corte de Justicia hubiera fallado a favor de la pena de muerte a un reo, la sentencia debía ser vista y aprobada tres veces por el Gran Concejo, presidido este en persona por el soberano. Jeremías Bentham, conocido por su polémico concepto del panóptico afirmaba, sin embargo, que “la legislación solo puede influir directamente sobre la conducta de los hombres por medio de las penas y estas penas son otros tantos males que no pueden justificarse sino en cuanto de ellos resulta una suma mayor de bien, la muerte, casi siempre, es un remedio que no es necesario o es ineficaz” En nuestro país, la constitución de 1853 –aporta Marco Terragni- marcó un paso trascendental hacia el camino de la reducción de los alcances de la pena de muerte al prohibir su aplicación por causas políticas. Su antecedente inmediato fue el decreto firmado por Urquiza el 7 de agosto de 1852 suprimiendo la muerte por crímenes políticos. De este modo, nuestra Constitución establecía en el artículo 18˚ “quedan abolidas para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes”. Sin embargo, esto no duró mucho. En 1863 ya fue incluida como ley y mantuvo su vigencia hasta 1921. Apareció por entonces lo que se conoció como el Proyecto Tejedor, que intentaba morigerar la pena excluyendo en una primera instancia a las mujeres y más tarde a los menores entre 14 y 18 años, lo que no era poco considerando que en ese mismo tiempo en la culta y refinada Inglaterra los niños entre 7 y 14 años podían ser ahorcados. En los Estados Unidos de América, en el Estado de Indiana, se permitió hasta 1987 la pena capital a partir de los 10 años. Afortunadamente, toda una corriente humanista logró que ahora no pueda ejecutarse a nadie hasta los 16. Un dato interesante sobre el Proyecto Tejedor y que creo que muestra a las claras lo irracional de todo lo que rodea a estas penas, es que argumentaba que en caso de que fuesen muchos los imputados de un crimen, se debía ejecutar solo a uno de ellos por ese hecho –cosa que se hacía por sorteo- el resto quedaba en reclusión por tiempo indeterminado. Ah, eso sí, debían presenciar la ejecución. En 1970, tras el secuestro y cuando aún se desconocía la muerte del General Aramburu, el entonces presidente de facto Juan Carlos Onganía reimplanta le pena de muerte en nuestro país. Fue abolida en diciembre del año 1972 y reimplantada nuevamente cuando se produce el golpe militar en 1976. Para finalizar este brevísimo recorrido histórico, recordemos que la pena de muerte estuvo vigente durante todo el período de la última dictadura y hasta el 27 de agosto de 1984 en que se sancionó la conocida como Ley de defensa de la democracia. Mientras tanto, ya con la pandemia alejándose velozmente (para ellos), el poderoso país del norte no deja de sorprendernos con sus visiones cada vez más abiertas de desprecio por la vida. El Estado de Carolina del Sur ha aprobado esta semana incluir, como método de ejecución de presos condenados a muerte, el escuadrón de fusilamiento. No obstante, para que no vaya a pensarse que el cambio es tan drástico, la inyección letal seguirá vigente durante algún tiempo más. Y no solo eso, aseguran los más entusiastas, está última continuará siendo la primera opción. ¿Por qué hablamos de opciones? Simplemente porque, a partir de ahora, el reo podrá elegir entre un breve, es verdad, pero eficaz menú de opciones para morir. Si bien no deja de sorprender esta decisión, no lo es menos el motivo que llevó a que se legislara en este sentido: la escasez de medicamentos que se utilizan en las ejecuciones, según argumentan los laboratorios. En definitiva, buenas noticias para quienes van a ser ajusticiados en Carolina del Sur ya pueden optar entre la silla eléctrica, una inyección letal o bien el pelotón de fusilamiento. Y es que tampoco debía perderse mucho tiempo en tomar estas decisiones ya que otros tres Estados: Misisipi, Oklahoma y Utah, ya están matando reos a la carta. Siniestro. Curiosamente, aunque ellos no tuvieran que pasar por un golpe militar para eso, la pena de muerte se restituyó en varios Estados del país del norte en 1976 y, desde entonces, fueron ejecutadas 1532 personas. El resto del mundo no le va a la zaga; según Amnesty Internacional, China, Ucrania, Rusia e Irán representan el 93% de las ejecuciones. Un informe elaborado por la ONU es terminante: “Esta investigación no ha podido aportar una demostración científica de que las ejecuciones tengan un mayor poder disuasorio que la reclusión perpetua. Y no es probable que se logre tal demostración. Las pruebas en su conjunto siguen sin proporcionar un apoyo positivo a la hipótesis de la disuasión.” La pena de muerte, aunque sea ley, nunca será igual para todos; las estadísticas muestran que los controles sociales penales -en cualquier parte del mundo- se aplican mucho menos en quienes tienen poder, dinero o prestigio. No es fácil discutir este tipo de cuestiones despojados de dogmas, preconceptos y abiertos a una cosmovisión muchas veces sesgada por la desinformación y la visión maniquea de situaciones de una complejidad que muchas veces nos supera. Pero hay que hacerlo. Porque tener una opinión clara en este tópico nos ahorra indagar acerca de otros que parecen diferentes, pero no lo son tanto. Cuestiones jurídicas como las que se están tratando en Estados Unidos no son casuales ni se limitan a su territorio. Hoy todo es global. Lo bueno y lo malo. También las argumentaciones que muchas veces universalizan, o intentan hacerlo, lo abominable. Escribió Albert Camus, quien nos erizó la piel con su La peste, “Para que la pena capital sea realmente intimidante sería necesario que la naturaleza humana fuese diferente y que fuera tan estable y serena como la misma ley. Pero entonces sería naturaleza muerta”. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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