POR LUIS CASTILLO
"Nadie es la patria, pero todos lo somos"
Si hay algo que nos distingue como personas humanas es la libertad de elegir; por eso, cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, ya estamos eligiendo.
Luis Castillo* “La creación: La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando. Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio. La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran huevo brillante. Dentro del huevo ellos cantaban y bailaban y armaban mucho alboroto porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y dios soñando los creaba y cantando decía: rompo este huevo y nace la mujer, y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejaran de nacer, porque la muerte es mentira”. Así se refería Eduardo Galeano a la creación, ese capricho de nacer y morir a cada instante para seguir siendo nosotros mismos. No importa cuántas veces nos sorprenda la muerte, lo que importa es cuantas veces renazcamos de ella, de las cenizas, del dolor, de la soledad, del desconsuelo. Este nacer y morir constante y repetido no solo lo vemos en las personas, sino también en los sueños, en las esperanzas; y no se trata de saber o afirmar si es eso es bueno o malo que suceda: simplemente sucede, tan ajeno a nuestra voluntad como ese laberíntico deambular al que llamamos destino. Cada momento, aún con la decisión de no decidir, estamos decidiendo, expresión que cobra más fuerza todavía cuando hablamos del democrático derecho de elegir —no personas, se equivoca el que cree que en un acto eleccionario se votan personas, ese es un pensamiento tan simplista y falaz como pensar que el destino de un país, de una ciudad, de un municipio cualquiera, depende de la buena voluntad de un candidato—. Elegir quien encarne nuestros deseos y los convierta en realidad es una relación tan dual como cualquier compromiso, no puede depender jamás de una sola parte, eso es condenar la relación al fracaso irremediable; con nuestro voto, no estamos dando por terminado algo sino iniciándolo. Perseguimos y acompañamos la transformación que otros enarbolan, soñamos con un futuro más promisorio, más feliz, más equitativo. Pero, ¿y si fracasamos otra vez? Más allá del triunfo o la derrota de nuestro candidato, nuestro partido o nuestra elección, sabemos que pueden destrozarse ilusiones, ver derrumbarse los sueños, tener que ver, una vez más, sangrar los nudillos de impotencia. El fracaso no es nunca de uno ni de unos pocos, es de todos, del mismo modo que es de todos la eventual bonanza; sin embargo, cuánto más fácil es levantar el dedo acusador, la voz cargada de ira y de reproches. No alcanza con decir: yo no los voté; háganse cargo; váyanse todos. Hacer es mejor que criticar, construir es más difícil pero más perdurable que imaginar; soñar es imprescindible, pero es solo el comienzo, no soñemos con un país mejor, hagámoslo, no soñemos con el carismático e infalible líder que venga a rescatarnos de entre las ruinas, participemos, seamos actores y no espectadores de nuestro propio futuro, aunque haya que recomenzar una y otra vez, fracasar una y otra vez, renacer de entre nuestras propias cenizas una y otra vez. Puede pensarse que es exagerado comparar la vida con la posibilidad de elegir, yo no lo creo así ya que ¿puede llamarse vida la existencia sin libertad? La posibilidad de elegir quien lleve nuestros anhelos en sus banderas es mucho más que un derecho o un deber, es la maravillosa recordación de que somos libres. Casi nada. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre todos
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