VENCER EL OLVIDO
Recuerdos del más allá

Muchas personas tienden a soñar con la perpetuidad de su recuerdo olvidándose que para eso, inevitablemente, primero tienen que morirse.
Por Luis Castillo*
Dos de las mayores preocupaciones de nuestra especie son, primero, morirnos; cuestión inevitable (pese a nuestros esfuerzos por retrasar ese infausto momento y que apenas si alcanzamos a prolongarlo) y segundo, no ser recordados. “Solo una cosa no hay, es el olvido” sentenciaba Borges, sin embargo, el olvido existe. Es real. Y más dolorosamente real cuanto mayor sea nuestro ego y sensación de que no podemos hacer nada por limitar nuestra existencia a algo meramente físico o biológico. Necesitamos trascender. Perdurar. Vencer al olvido ya que no podemos vencer a la muerte.
En ese afán, más allá de las cuestiones inherentes a la salubridad y el urbanismo, nacieron los cementerios. Los epitafios que distingan una tumba de otra. Que hagan saber quién está ahí, que planteen una lucha más o menos efectiva contra el anonimato de una lápida en blanco. Los panteones, que, si bien son apenas edificaciones que buscan destacar familias ilustres o nombres que merecen perpetuarse en la memoria colectiva, no dejan de ser otra cosa que la búsqueda de diferenciación entre esa cosa igualitaria que —pese al deseo de algunos— conlleva la muerte. Es curiosa la etimología de la palabra panteón, que proviene del griego y significa nada menos que “templo de los dioses”. Deidad, que sin dudas, puede adquirirse con dinero.
Hoy, la tecnología nos permite otros lujos. O al menos a quienes puedan pagar esos lujos, claro. Y lo que ayer prometía el incierto mundo espiritual hoy las aplicaciones digitales lo hacen realidad. Aunque sea mediante ese oxímoron que llamamos realidad virtual. Veamos, Suma Tomb, por ejemplo, es una aplicación que permite crear un video que se activará cuando alguien visite la tumba de su finado suscriptor y, de ese modo, no se visitará un nicho o un panteón sino que podrá “ver” al dueño de los huesos o las cenizas que allí descansan. La compañía Forever Mortal crea eso que hoy llamamos “tributo” del fallecido y puede accederse a él internet mediante desde cualquier sitio del mundo; más avanzado aún está el gigante Amazon, quien, merced a la inteligencia artificial, recupera las voces de los muertos (ya que todo cuanto hablamos e interactuamos permanece en ignotos archivos pero no desaparece) y las coloca en un asistente virtual - Alexa es su nombre- para que podamos seguir comunicándonos con el más allá sin necesidad de recurrir a médiums de dudosa reputación sino solo mediante una aplicación y un costo insignificante frente a la posibilidad de “hablar” nuevamente con nuestros seres queridos. Empresas mucho más pequeñas, sin embargo, ofrecen avatares digitales que se conforman mediante todas las interacciones que hubieran tenido los finados en cualquier tipo de plataforma y, de ese modo, no solamente se puede “hablar” sino “interactuar” con los muertos (o su avatar, que es casi lo mismo pues, ya que no podemos ingresar al inframundo, ingresamos al otro mundo, el de la virtualidad).
Como es esperable, algunos estudios (no hay demasiados al respecto) muestran (o demuestran) que las personas adultas mayores no temen tanto a la muerte como los jóvenes. Esto es natural si consideramos que la mayoría de los adultos mayores considera que, de un modo u otro, ya han vivido su vida, cosa que no sucede con los jóvenes, cuya incertidumbre frente al futuro los hace particularmente temerosos de lo que vendrá. Eso, sin dejar de lado que otro fantasma acosa a los jóvenes (también a los viejos, es cierto, pero desde otra perspectiva) y es el de la soledad. Ante la soledad, los viejos se recluyen en los recuerdos y los jóvenes en la tecnología. Amigos virtuales. Avatares. Parejas generadas a medida del deseo. Ficticio, podrán decir algunos, pero el amor, acaso, ¿no es muchas veces apenas una ficción?
Debe ser, sin dudas, una cuestión generacional pero debo confesarle que, frente a la hiper realidad de un avatar que interactúe conmigo más allá del tiempo y el espacio, sigo prefiriendo el calor de un mate compartido aunque esto dure apenas lo que tarde la yerba en enfriarse.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”