LA REVOLUCIÓN DE MAYO EN GUALEGUAYCHÚ
Sean eternos los laureles

En estos días de mayo celebramos los acontecimientos que dieron origen, hace ya 212 años, a lo que sería un proyecto de país. ¿Tiempo de celebración o de reflexión?
Por Luis Castillo*
Las calles ―algunas, no todas― se tiñen de un bello celeste y blanco. Las escuelas viven frenéticos momentos de preparativos; se escriben ―o reciclan― discursos, glosas, palabras grandilocuentes que resaltan algunos nombres y ciertos hechos que son nuevos para los más pequeños y casi redundantes para quienes los venimos oyendo sin escuchar desde hace muchos años. Los acontecimientos de La semana de mayo. Semana que culmina ―paradójicamente― el día 25 y que es, quizás, cuando recién comienza todo. Y es lo que comenzó ese lluvioso día en la por entonces lejana Buenos Aires, lo que motiva esta invitación a rever algunos hechos y pensarlos a la luz de nuevas miradas y, por qué no, cierta madurez interpretativa producto de nuestra propia evolución como país y como ciudadanos. Porque, no está de más remarcar que, por aquel 1810, no todos quienes ―se dice―, se agolpaban en la plaza frente al cabildo, podían considerarse ciudadanos, del mismo modo que el concepto de país no era entonces sino casi una utopía.
Con frecuencia, cometemos el error –naturalmente producto de cierta tendenciosa enseñanza– a convertir la cronología en causalidad. Con las historias en general y la Historia en particular (la mayúscula es para señalar que hablamos de los sucesos de una comunidad y no de los propios) observamos secuencias de acontecimientos que van ordenándose en una metafórica línea temporal en donde pareciera que cada evento lleva invariablemente al siguiente, olvidando o dejando de lado que, para que cada evento suceda, hay una concatenación de hechos –conocidos o no– que provocan que suceda un determinado acontecimiento.
De este modo, esa simplificación permite llegar a conclusiones casi lógicas y muchas veces engañosamente inmutables, que no hacen sino provocarnos la ilusión del conocimiento de los hechos sobre los cuales –salvo que de un estudioso de la materia se trate o de alguien a quien no satisface la historia oficial–, por lo general, tampoco indagamos demasiado. Así, en la construcción de los acontecimientos históricos, no son pocas las veces que las categorías de héroes o tiranos no son más que una maniquea construcción del poder.
Hablar de nuestra revolución de mayo de 1810 como algo que se gestó de la nada, en una plaza o un cabildo, en una semana y con el ingenuo romanticismo que se aprende (y se enseña) desde los jardines de infantes, es llevar ese reduccionismo del que hablamos al principio hasta límites inaceptables.
Podemos hacer el ejercicio de pensar, para nuestro análisis, en un año bastante particular para la historia de nuestro continente: 1776. Ese año se produce, en el norte, la independencia de los Estados Unidos; en el sur, la creación del Virreinato del Rio de la Plata. Los sucesos independentistas del norte permitieron comenzar a soñar con que la emancipación era algo no tan imposible. La Constitución recién nacida en la América del norte proclamaba la igualdad de todos los hombres ante la ley (excepto los esclavos, claro), el derecho de propiedad y, básicamente, la libertad bajo un gobierno republicano, es decir, elegido por el pueblo. Unos años después, en 1789, cuando hacía apenas 6 años desde la fundación de la Villa de Gualeguaychú, la Revolución francesa hacía realidad la supresión de los privilegios de los nobles con su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (“Libertad, Igualdad, Fraternidad”). Mientras tanto, en Gran Bretaña, estaba en su apogeo la revolución industrial iniciada en 1750 y, ante el crecimiento de la producción, se precisaba de nuevos mercados. se comenzó a mirar entonces, con codiciosos ojos, las colonias Españolas en América, absolutamente desprotegidas tras la invasión Napoleónica a España.
Con este escenario mundial, podemos poner como punto de partida a nuestra revolución (esto también es caprichoso y arbitrario si se quiere) el año de 1806, con las invasiones inglesas que obligaron, por así decirlo, a crear milicias que defendieran el territorio ante la imposibilidad de España de hacerlo.
Al llegar los ingleses en 1806, quedó claro tanto que España nada podía hacer para proteger a sus colonias como que el virreinato podía ya defenderse a sí mismo conformándose el primer ejército netamente nacional: el regimiento de Patricios.
Cuando estalló el movimiento revolucionario, tres eran las villas con cabildos existentes en Entre Ríos: Concepción del Uruguay, Gualeguaychú y Gualeguay. Los tres cabildos estaban a cargo de españoles peninsulares por lo que la convocatoria a adherir a una Junta que respondiera a Fernando VII no pareció afectarles. Al menos inicialmente. El 15 de junio el Cabildo de Montevideo rompió relaciones con la Junta y el 16 de octubre una flotilla al mando del capitán de navío Michelena avanzaba por el río Uruguay para apoderarse de Entre Ríos. La contrarrevolución estaba en marcha. En febrero de 1811, Bartolomé Zapata, un paisano ignoto, al frente de unos pocos gauchos y armados apenas con rebenques, cuchillos y alguna obsoleta arma de fuego, el 18 de febrero de 1811 recupera Gualeguay. El 22 de febrero, secundado por Gregorio Samaniego, quien se le unió con sus criollos gualeguaychuenses, recuperaron Gualeguaychú. El 7 de marzo entraron en Concepción del Uruguay junto a algunos soldados blandengues de la compañía que había comandado Artigas, desertores estos de las filas realistas, permitiendo, de este modo, que la revolución del 25 de mayo pudiera seguir adelante rumbo a la independencia. Casi un detalle, ¿no? Dos paisanos entrerrianos, ignorantes, pero más que eso, ignorados, permitieron que la revolución siguiera adelante y, sin embargo, para la historia oficial, esa que se escribió en Buenos Aires, no existieron. Y si existieron, había que teñirlos de olvido.
La historia, afortunadamente, no tiene un punto final, siempre está invitándonos a reescribirla. Pero eso no depende de ella, claro, sino de nosotros.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”