POR LUIS CASTILLO
Solo una cosa no hay, es el olvido...

Si no conocemos nuestra historia estamos condenados a repetirla, suele escucharse asegurar con cierta frecuencia; pero, ¿y si estamos cómodos con el neurótico relato?
Por Luis Castillo* Uno de los mayores objetivos –y logros- del poder, es la destrucción de la historia, ya sea a través de su tergiversación o bien lisa y llanamente mediante el olvido. Nuestra historia, como bien señala Felipe Pigna, no forma parte del menú de intereses de la mayoría de la población, es apenas una materia de estudio escolar pero no un instrumento útil para comprender mejor su presente y planificar su futuro. “Más allá de la evolución ideológica y metodológica de nuestros historiadores y docentes, a lo largo de los años el sistema ha logrado que la gente remita la historia argentina a la escuela primaria”, asegura. De este modo, lo que sabemos de nuestra historia, lo que creemos saber, no son sino clichés vacíos de contenido que no remiten a nada y que nada tienen que ver con lo que hoy nos sucede como país y como sociedad. La Revolución de Mayo, el hito político fundamental de nuestra conformación como nación, es narrado, interpretado y reproducido absolutamente vacío de contenido político e ideológico; se hace más hincapié en las negras vendedoras de empanadas que en quienes se estaban jugando la vida buscando dejar de ser colonia de una potencia europea. La descontextualización es parte de la confusión, la romantización de los hechos le quita dramatismo y, de este modo, nos enfocamos en el vendedor de velas o el aguatero y no en lo que se discutía a los gritos y con armas en la cintura dentro del cabildo. Hicieron falta muchos siglos y mucha sangre para que algunos –no todos- comiencen a ver la conquista de América como el primer paso en la destrucción cultural y económica de todo un continente. La imagen de Cristóbal Colón desembarcando en la nueva tierra “descubierta” nos transmitió durante años una sensación de alivio y esperanza ya que, de no haber sido así, no seríamos la civilizada América que somos hoy sino salvajes sin alma y sin Dios ajenos por completo al conocimiento y el progreso. En su primer escrito sobre los habitantes de estas tierras, escribe el buen Don Cristóbal: “Son la mejor gente del mundo y sobre todo la más amable, no conocen el mal –nunca matan ni roban-, aman a sus vecinos como a ellos mismos y tienen la manera más dulce de hablar de todo el mundo, siempre riendo. Serían buenos sirvientes, con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a hacer lo que quisiéramos”. Esos eran los salvajes que encontraron y esos los civilizadores, sin embargo, en la representación escolar era más importante hacer de conquistador que de indio, naturalmente. Creo oportuno destacar que aun faltaban 400 años para que nuestro gran educador escribiera “Civilización y barbarie”; no es muy difícil entender –si se quiere- las miradas de uno y otro lado del poder. Sería interesante preguntar a los preocupados padres y madres que ansían la mejor educación para sus hijos, los mejores colegios, los mejores docentes, esos que no mezclan la educación con la política, qué saben o recuerdan de la lucha entre Unitarios y Federales. ¿Quién era quién? ¿Por qué luchaban? Quizás en el casi absoluto desconocimiento de esos hechos históricos podamos entender porqué, 200 años después, sigue la obscena diferencia entre quienes viven al lado del puerto de Buenos Aires y quienes tienen la “desgracia” de haber nacido en el Chaco. ¿Para qué existe –curricularmente hablando- la clase de historia si no es para hablar de política? ¿Puede despegarse una de la otra? Tal vez la clave sea empezar a comprender que la historia es lo que sucedió ayer, lo que está sucediendo ahora, lo que dicen los medios o lo que estos callan. La historia no es una piedra, un monumento, una efeméride, un nombre, una facción; la historia es eso que nos va sucediendo cada día, seamos partícipes o no, queramos verlo o no. La historia se escribe día a día con nosotros, por nosotros o a pesar de nosotros. El hecho de pensar la historia como algo lejano, ajeno y estanco es el verdadero triunfo del poder, en donde todo pareciera ya estar pensado y, por lo tanto, es tan inamovible como inmodificable. A la historia la hacen los héroes, los prohombres, los genios y los mártires, no la gente común como usted o como yo, ese es el mensaje. Por eso nuestros próceres nacieron de y para el mármol, por eso sorprende tanto cuando algún díscolo historiador descubre que a San Martín le gustaba el asado o que a Belgrano le gustaban las mujeres. Escribió Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengamos historia, no tengamos doctrina, no tengamos héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores; la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como una propiedad privada cuyo dueños son los dueños de todas las otras cosas.” Creo que sería una buena práctica; dolorosa como todo crecimiento, claro, empezar a pensarnos como partícipes de los acontecimientos que se están escribiendo día a día, hora a hora; detenernos por un momento, mirar hacia atrás, reflexionar acerca de ello y entonces sí, empezar a caminar ese espinoso camino cuesta arriba que no es otra cosa que la liberación. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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