CADA VEZ MÁS SUEÑO Y MENOS SUEÑOS
Tiempo al tiempo

Lo más valioso que tenemos; lo único, quizás, sobre lo que asumimos un relativo control, es lo que menos valoramos hasta que es demasiado tarde, nuestro tiempo.
Por Luis Castillo*
Suelo especular con que uno de los primeros descubrimientos que debieron haber hecho nuestros ancestros fue la certeza de su finitud. Ver nacer y morir a todo lo que les rodeaba daba un mensaje claro de que, salvo las rocas y quizás algunas plantas que podrían perdurar varias generaciones, todo tenía su tiempo de finalización. Su vida. No debe haber sido nada agradable -como presumo continúa siéndolo hoy- darnos cuentas de que nuestra única certeza es la certeza de nuestra propia muerte.
Sin embargo, no fue hasta que ciertos pensadores ―de ambos sexos, es bueno aclararlo ya que la historia se encargó de destacar solo a los hombres― comenzaron a preguntarse acerca de nuestra razón de ser en esta vida, nuestra misión, si se quiere, que empezó a verse el tiempo como algo a lo que, quizás, habría que prestarle algo más de atención de lo que se suponía debía dársele. Los filósofos, sin duda, cambiaron radicalmente la forma de ver e interpretar al mundo a partir de sus observaciones y posteriores reflexiones; no obstante, hay cierto crédito que debemos darle a otros anónimos pensadores que, sin embargo, trascendieron a través de su obra y no de sus nombres. Se supone que fueron alrededor de cuarenta y esta obra fue escrita ―según aseguran algunos investigadores a los que puede darse cierto crédito― diez siglos antes de Cristo, es decir, unos 500 años antes del nacimiento de la filosofía. La obra de la que hablamos: la Biblia.
Allí, podemos leer en el conocido Eclesiastés 3 la referencia al tema que nos convoca hoy y que comienza diciendo: Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. Y luego comienza una algo extensa (para este artículo pero que vale la pena leer en su totalidad) enumeración: “Un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; un tiempo para llorar, y un tiempo para reír (…) ; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.”
Quizás, alcanzaría con cerrar aquí esta columna e invitarlo a reflexionar sobre este escrito que, especulo, puede haber servido a nuestros primeros filósofos a preguntar y preguntase acerca de si es verdad esa enunciación y si, de verdad, los evolucionados homo sapiens de hoy, tenemos realmente tiempo para todo.
En 1957, el historiador británico Cyril Northcote Parkinson escribió un libro que, si bien algunos afirman que se trata lisa y llanamente de una sátira, no está exenta de ciertas afirmaciones que invitan, por lo menos, a repensar sobre las mismas. Son conocidas como Las leyes de Parkinson. Allí encontramos tres supuestos directamente relacionados con esto que mencionamos como la distribución de nuestro tiempo y el valor que le asignamos (o no) al mismo.
"El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización".
"Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos".
"El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia" (a esta premisa o ley, Parkinson la llamaba ley de la trivialidad)
A estas “leyes” podríamos sumarles otras que pueden tener más o menos grado de certeza (no es lo que se busca, en definitiva) pero que todas buscan, de un modo u otro reflexionar sobre nuestro tiempo. Aprovechado o perdido pero único e invaluable. Veamos. La ley de Perls, según la cual el 70 % de las cosas por las que nos preocupamos nunca llegan a ocurrir; es decir, ocuparnos en preocuparnos. Otro ejemplo interesante es el principio de Pareto, también conocido como el 80:20 (sí, igual que el fernet con coca) que afirma que el 80 % de nuestro tiempo solo genera un 20 % de resultados, al tiempo que el 80 % restante se consigue con tan solo el 20% de nuestro esfuerzo. Finalmente, quería citar lo enunciado por un prestigioso psicólogo, Paul Fraisse, quien estableció la ley que es conocida con su nombre y que refiere que el tiempo tiene una dimensión objetiva y otra subjetiva. Esto explica, según él, porqué los momentos gratos nos parecen breves y los displacenteros pueden sentirse como eternos.
En definitiva, volvemos al punto de partida, solo tenemos una certeza y una interminable lista de incertidumbres y especulaciones que tratan de explicarlas. Lo que es indiscutible es que cada vez tenemos más probabilidades de vivir más años y pese a eso, menos tiempo para vivirlos. Más posibilidades de comunicación y estamos cada vez más aislados. Mas sueño y menos sueños. Más psicofármacos y mayor angustia.
Quizás, no estaría de más, un día de estos, empezar a vivir. No hoy, claro, pero capaz que un día de estos.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”