YA SE ACERCA NOCHEBUENA
Un cuento de navidad

Un amigo me pidió que publicara nuevamente este cuento del 2014 para dejar de lado por un momento ―me dijo ―la política. ¿Acaso eso se puede?
Por Luis Castillo* El flaco Ovidio vive a unas veinte cuadras del centro, es un tipo honesto, amable, su único defecto ―si es que se le puede llamar así― es que le gusta prenderse al tinto en horas indebidas. Tal vez por eso le cuesta tener un trabajo estable y vive de changas. Todos lo conocen, tanto en el barrio como en el centro, y saben que es servicial y bien dispuesto a todo tipo de tareas, pero también todos saben lo otro, por eso es por lo que lo llaman una vez o dos y después prefieren no volver a hacerlo. El flaco sabe que tiene un problema, lo que no sabe es cómo solucionarlo; la vez que fue a alcohólicos anónimos terminó casi a las trompadas con el coordinador. Ah, porque eso sí, el flaco tiene su carácter. Y muy pocas pulgas. Cuando llega la época de las fiestas el flaco se pone un poco melancólico, quizás hasta triste. Su única hermana falleció hace un par de años en la sala de salud mental del Hospital y desde entonces la soledad le pesa cada vez más. Antes por lo menos tenia a quien hablarle, aunque ella no contestara; porque los últimos meses la Julia estaba como ida, con la mirada siempre al techo y balbuceando quién sabe qué cosas. El flaco le daba de comer en la boca, le contaba cosas del barrio, le hacía chistes que nadie festejaba, la bañaba cada tanto y la acostaba antes de sentarse solo a tomarse unos vinitos en la puerta si era verano o al lado de un viejo calentador si la helada afuera castigaba los techos. Un día la encontró más dormida que de costumbre, ya no comía y ni siquiera balbuceaba. El flaco llamó al hospital y se la llevaron. No volvió nunca más. Esa navidad la pasó muy mal, se emborrachó temprano y todo el día siguiente estuvo malhumorado y más pendenciero que nunca. Como todos lo conocían y sabían de su dolor nadie le dio el gusto de trenzarse en una pelea. Eso lo puso peor y se durmió hasta el Año Nuevo. Pero este año el flaco quiere que su Navidad sea distinta, conoció una muchacha a quien invitó a compartir la Nochebuena y tiene todo el deseo de que también para él se haga realidad alguna vez eso que escuchó tantas veces acerca del milagro de navidad. El problema es que no tiene un peso para comprar ni siquiera unas garrapiñadas. Necesita conseguir alguna changa. Cualquier cosa que le permita comprar un pollo con fritas o, aunque más no sea unas milanesas para compartir con su compañera. Hasta se prometió que iba a tomar jugo esa noche para ver si de una buena vez las cosas empezaban a cambiar para él. Recorrió una y otra vez la ciudad de punta a punta viendo si encontraba algo para hacer. Nada. Empezó a sentir que el mundo se desmoronaba sobre él y esa sensación de que todo estaba irremediablemente perdido lo asaltó una vez más. Qué poco había durado el sueño de no pasar solo la Nochebuena, de abandonar ―aunque mas no fuera por un tiempo― la bebida; de tener una vida. Con qué cara iba a decirle a ella que no había nada para comer esa noche que cada vez se alejaba más de ser nochebuena. Cabizbajo regresaba para el barrio cuando sintió el grito: ¡Flaco! Giró y se encontró con uno de los muchachos que es bombero voluntario y que vive cerca de su casa. Flaco ―le dijo―, si estas al pedo por qué no nos das una manito en el cuartel, es urgente. Sin salir de su asombro Ovidio cuestionó: Cómo una manito, qué, ¿tienen un incendio? No flaco, qué incendio, necesitamos un Papá Noel para que vaya arriba de la autobomba por los barrios. ¿Y me van a arrimar unos mangos? Porque estoy en la lona como para pasarme la tarde arriba del camión repartiendo juguetes. Quedate tranquilo, vamos a hacer una vaquita con los muchachos y algo te vamos a tirar. Llegaron al cuartel. El flaco se colocó dentro del insoportable traje de invierno con casi 38˚ a la sombra, trepó a la autobomba y salieron a los sirenazos limpios mientras él se terminaba de acomodar una falsa barba de algodón. Recorrían los barrios y los gurises saludaban enloquecidos mientras corrían detrás y al lado del camión; el flaco saludaba cada vez más posesionado en su rol de Papá Noel. Realmente estaba disfrutando de todo eso a pesar de que la barba ya estaba empapada de sudor y podía sentir una catarata de transpiración que le caía por la espalda. Che muchachos ―dijo como al descuido―, ¿algo para tomar no habrá? Me estoy secando como una lechuga aquí arriba. Nadie pareció escucharlo excepto una mujer que, con un chico en brazos, caminaba al lado del camión; dejó al niño en el suelo, entró a la casa y salió rápidamente con una botella de sidra helada que le alcanzó al Papá Noel. Ovidio hizo volar el tapón y se prendió de la botella hasta vaciarla. Agradeció con la cabeza a la samaritana mientras el camión arrancaba de nuevo y se dirigía hacia el barrio del flaco, que iba durito arriba del camión que se sacudía más de lo aconsejable. Fue al pasar por la esquina, donde está el boliche donde suele recalar toda la barra que, alertados por las sirenas, salieron algunos parroquianos a la calle. Uno de ellos lo reconoció y le pegó el grito creyendo o suponiendo que el flaco no había tomado nada: Che Papá Noel, ¿le robaste las guampas al reno o son las tuyas nomás? Nadie supo en qué momento el flaco Ovidio se tiró desde arriba del camión y se trenzó a las trompadas con el gracioso del bar. Los gurises, entusiasmados, hacían barra por Papá Noel que, con la barba por la espalda, tiraba trompadas para todas partes mientras insultaba al agresor. Tres bomberos hicieron falta para sacárselo de encima del otro al flaco que estaba totalmente desencajado. La muchacha, dicen, enterada de esto ni siquiera se molestó en esperarlo esa noche. El flaco pasó la noche en la jefatura con el disfraz de Papá Noel, o, mejor dicho, con lo que quedaba de él. El gracioso del bar también quedó detenido junto al flaco, pero, como la familia le llevó algunos turrones y Pan dulce, no pudo menos que compartirlo con el flaco. Después de todo, cómo no compartir si no solo era navidad, sino que, además, los dos eran del barrio. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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