EDITORIAL
Un país hecho con el aporte inmigratorio
La personalidad básica de los argentinos se ha constituido con presencia extranjera. El Día del Inmigrante, que se celebra hoy, recuerda este rasgo esencial.
La fecha conmemorativa fue fijada por el decreto N°21.430 del Poder Ejecutivo Nacional en 1949. Para recordar que un 4 de septiembre, pero de 1812, el primer Triunvirato fijó política al respecto. “El gobierno ofrece su inmediata protección a los individuos de todas las naciones y a sus familias que deseen fijar su domicilio en el territorio”, se lee en un decreto de ese órgano ejecutivo firmado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso. Aún no se había declarado la independencia nacional, y se peleaba todavía en el territorio con las fuerzas realistas, pero ya el gobierno de Buenos Aires daba señales de apertura generosa hacia ciudadanos de otras latitudes. Tiempo después, tras la batalla de Caseros, la constitución liberal de 1853 promovió el ingreso de capitales y de recursos humanos extranjeros. Ese texto constitucional declaraba: “Los extranjeros gozan en el territorio de la Confederación de todos los derechos civiles del ciudadano: pueden ejercer su industria, comercio y profesión; poseer bienes raíces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas: ejercer libremente su culto; testar y casarse conforme a las leyes (…)”. La elite dirigente de entonces estaba interesada en fecundar las fértiles y despobladas pampas. Y quería sobre todo atraer a los industriosos inmigrantes europeos. Justo José de Urquiza fue gran impulsor de la Constitución del ‘53. De aquí se explica que la sociedad entrerriana se convirtiera con el tiempo en un mosaico multiétnico, a partir de la llegada de grupos de inmigrantes diversos. El propósito era además modificar sustancialmente la composición de la población, ya que los recién llegados debían transmitir sus valores al conjunto de los habitantes residentes. Juan Bautista Alberdi, quien fue ministro plenipotenciario de la Confederación Argentina, con sede en Paraná, fue el gran inspirador ideológico de esta transformación. Para fomentar la inmigración, sostenía que la tolerancia religiosa era un elemento clave y se presentaba para la América española como un “dilema fatal: o católica exclusivamente y despoblada: o poblada y próspera, y tolerante en materia de religión”. El sociólogo Gino Germani dice que la inmigración fue el resultado “de un esfuerzo consciente de parte de las élites que dirigieron la organización del país para sustituir su vieja estructura, heredada de la sociedad colonial, con una estructura social inspirada en los países más avanzados de Occidente”. Alejandro Poli Gonzálvo, en tanto, da esta descripción de la Argentina del Centenario (1910): “De los intrincados vallines asturianos a las abruptas costas de Liguria, desde la disputada Galitzia polaco-ucraniana hasta la nación vasca, venían como peones rurales gallegos, campesinos siriolibaneses o landar-bejdere daneses, siguiendo la estela de pioneros escoceses, irlandeses y galeses, tras las huellas de colonos judíos, rusoalemanes del Volga y refugiados armenios, naturales de Calabria, los Países Bajos o los Pirineos franceses”. La mayoría de los inmigrantes eran analfabetos y de origen campesino, que la pasaban muy mal en sus países de origen, a causa del hambre y de la guerra. Aquí esos extranjeros –muchos de nuestros antepasados- progresaron a fuerza de sacrificios indecibles, mediante la cultura del trabajo, y teniendo por aliado un sistema de educación gratuito y universal.
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